Gabriela Mistral escuchaba por la radio las noticias de Palestina, sola en una habitación del hotel donde se alojaba. Entonces la emisora hizo una breve pausa y anunció la decisión de la Academia Sueca. El Premio Nobel de Literatura era suyo. “Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: ¡‘Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a esta tu humilde hija’!”, escribió la entonces cónsul en Brasil sobre aquel momento.
Recién al día siguiente la notificación se hizo oficial a través de un telegrama que llegó de Europa. “La Academia Sueca ha decretado para darle el Premio la Orden del Nobel. La invitamos a participar a la ceremonia el día 10 de diciembre. Esperamos su aceptación”, versaba la misiva a la cual la poetisa contestó: “Muy agradecida. Profundamente honrada agradezco a esta Academia. Feliz voy a vuestra patria que siempre admiré y quise. Vuestra devota servidora, Gabriela Mistral”.
Un día después de recibido el telegrama comenzó la travesía de Mistral tras el premio. De Petrópolis a Río de Janeiro por tierra, de Rio a Gotemburgo por mar y desde ahí en tren a Estocolmo. Veintiún días de viaje hasta el Nobel.
Vestida con un impecable vestido largo de terciopelo negro, el 10 de diciembre Mistral recibía de manos del Rey Gustavo V de Suecia el Premio Nobel de Literatura. Lucila Godoy, Gabriela Mistral, se levantó así como la primera figura hispanoamericana en recibir el premio, la quinta mujer en la historia y hasta hoy, la única latinoamericana.
Pacifista, americanista, voz política escuchada en las elites de América Latina y Europa, con tres libros publicados al momento de adjudicarse el Nobel –Desolación (1922), Ternura (1924) y Tala (1938)–, por esos días la chilena era mucho más que sus versos. En opinión de Diego del Pozo, encargado de la recopilación del Poema de Chile (La Pollera, 2013) y de la antología política Por la Humanidad Futura (La Pollera, 2015) “cuando la Mistral gana el Premio Nobel, libros de poesía tiene solo tres. Lo cual es bastante poco como para decir que se lo ganó por poeta. Sin embargo, la prosa que ya había publicado, entre diarios, revistas, etcétera, alcanza más de 300 o 400 textos”.
Un salvavidas
La ceremonia de los Premios Nobel de 1945 era la primera celebrada tras la suspensión de sus entregas en 1940 a causa de la Segunda Guerra Mundial. Mistral era la única mujer galardonada en aquel año y, salvo un estadounidense, todos los homenajeados eran europeos.
La chilena fue la tercera del grupo de ganadores en ser llamada a recibir el galardón. Se levantó de su asiento, atravesó el proscenio y bajó la escalera para llegar a la presencia del rey. Las trompetas sonaron a su paso. Tras el saludo del monarca, se le entregó el diploma, un cheque por 116.333 coronas suecas y la medalla de oro en reconocimiento. El público la ovacionó, la Mistral sonrió.
“Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América Ibera para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nobel estaría contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur Continente Americano tan poco y tan mal conocido”, fueron parte de las palabras dichas por la poeta al recibir la distinción.
El Nobel llegaba para la chilena en una época difícil de su vida. Poco antes había sufrido dos pérdidas importantes: el suicidio de su amigo, el escritor austríaco-judío Stefan Zweig, en 1942, y un año después el suicidio de su sobrino e hijo adoptivo, Juan Miguel Godoy Mendoza, Yin Yin. Pedro Pablo Zegers, biógrafo de la poeta, estima que el reconocimiento fue en lo personal “un espaldarazo” para la Mistral. “Este premio la hizo levantar cabeza. Desde un punto de vista humano, ciertamente fue un salvavidas que se le dio y la hizo salir adelante”, dice.
La carrera por el Nobel
Aunque la decisión de la Academia Sueca impactó a la Mistral, lo cierto es que el galardón no llegaba como una total sorpresa. La historia tras el premio se tejió durante casi una década antes a sus espaldas y también frente a sus narices. A ratos con y a ratos sin su consentimiento.
Pese a que hubo algunas voces a fines de los años ’20 y principios de los ’30 que hicieron pública su voluntad de presentar a la Mistral al Nobel, las primeras instancias “reales” para promover la distinción surgieron en Ecuador. Invitada oficialmente por el gobierno de dicho país, la poeta llegó el 19 de agosto de 1938 a Guayaquil a bordo del buque Copiapó y es entonces, donde se produjo un punto de inflexión en su historia hacia el Nobel. Ese quiebre fue la escritora ecuatoriana Adelaida Velazco Galdós. Devota admiradora de la obra de Mistral, Velazco se convenció entonces de hacer suyo el desafío de llevar el nombre de la chilena hasta la Academia Sueca.
Su cruzada comenzó convocando adhesiones dentro de la intelectualidad latinoamericana. En octubre de ese año el Grupo América de Quito fue el primero en dar su apoyo y aprobación al proyecto. Poco después, connotados personajes se sumaron a su pedido desde Argentina, México, Brasil y Centroamérica. Velasco no se quedó ahí: cierta de que el Nobel no se ganaría sin diplomacia, la escritora decidió prontamente involucrar al presidente chileno Pedro Aguirre Cerda, solicitándole su intervención y el patrocinio de la propuesta. El mandatario no tardó en apoyar la propuesta.
No obstante la jugada de Velazco despegó con éxito, tempranamente encontró un obstáculo nada fácil de sortear: la propia Mistral, quien escudada en que no se creía “acreedora de semejante honor”, se negaba a participar del plan, esquivando incluso la entrega de datos personales para la solicitud tramitada por la ecuatoriana.
Y no solo el Estado chileno y los grupos intelectuales de latino y Centroamérica remaban esfuerzos por la poeta. Según Gloria Garafulich-Grabois, directora de la Fundación Gabriela Mistral de Nueva York, la primera postulación formal para el Premio Nobel de Literatura a favor de la Mistral fue firmada por Luis Galdames, decano de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, y el filósofo Yolando Pino Saavedra, el 14 de agosto de 1939, según figura en los registros de la Academia Sueca. En adelante y hasta 1944, las postulaciones por la poeta no cesaron, siendo la solicitud del secretario de la Academia Sueca, Hjalmar Gullberg –quien en 1941 publicó una antología de Mistral en sueco–, aquella con la que la chilena consiguió el premio.
Chile llega tarde
Si bien el 11 de diciembre de 1945 las portadas de los diarios nacionales titularon por lo alto con el Nobel de Mistral, no hubo en Chile declaraciones públicas ni actos oficiales de celebración para ella; solo una sesión-homenaje en el Senado de la República en la que participaron desde radicales a liberales, pasando por conservadores y comunistas.
Tras recibir el Nobel, Mistral se quedó un par de meses de viaje por Suecia y Europa, donde fue recibida por el Papa Pio XII. Volvió a Los Ángeles, Estados Unidos, como cónsul y se radicó en Santa Bárbara, donde compró una casa con parte del premio.
El inevitable salto a la fama que arrastró el galardón multiplicó las solicitudes de la traducción de su obra al alemán, al francés, al inglés y otras tantas lenguas, al tiempo en que las peticiones de los editores por tener nuevas obras de ella en sus catálogos no cedían. Su senda creativa siguió adelante. “El Nobel no fue para ella un cierre de su obra, en mi opinión la obra posterior al premio es de mejor calidad en términos de discurso, de la cosa más analítica, que es Lagar, en donde ella expresa con mucha más claridad su pensamiento hacia América Latina, hacia Chile”, apunta Sergio González, Premio Nacional de Historia.
Invitada oficialmente a Francia, Italia, Inglaterra, fue distinguida con la Legión de Honor en el país galo, con un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Florencia, un doctor Honoris Causa en la Universidad de California y un largo etcétera de reconocimientos alrededor del mundo.
Paradójicamente, nuestro país demoró años en hacer un gesto concreto de homenaje a la poeta: éste recién llega con el Premio Nacional de Literatura en 1951. Tras ese reconocimiento, la invitación oficial al país tardaría otros tres años más, concretándose recién en 1954.
Entonces la Nobel emprendería nuevamente un largo viaje por mar, desembarcaría cual ilustre visita en el puerto de Valparaíso, tomaría el tren a Santiago, tendría una apoteósica bienvenida en las calles de la capital y se asomaría por las ventanas del Palacio de La Moneda a saludar a su pueblo. Habían pasado dieciséis años desde su última visita a nuestro país, nueve desde que ganara el Nobel. No volvería en vida a Chile.