Black Bart: La historia del ladrón que también era poeta

“Recuerdo que llegué a la escena del crimen en medio de una tormenta

Black Bart: La historia del ladrón que también era poeta

Autor: Ángela Barraza

“Recuerdo que llegué a la escena del crimen en medio de una tormenta. La visibilidad era complicada, imposible rastrear las huellas o encontrar evidencias en medio del lodazal del camino. Los testigos se resguardaban en la carroza y los caballos esperaban pacientemente a pesar de la lluvia. Tenía hambre y tenía las botas mojadas.

–¿Qué sucedió? –inquirí mientras me asomaba por la puerta de la carroza.
–Un sujeto nos tramó una emboscada. Salió de la nada y se apostó en el camino. Logré detener a los caballos antes de embestirlo. Subió y con un tono educado pero sumamente serio me pidió que le entregara la caja. Traía consigo una escopeta. Intenté resistirme pero…
–¿Cómo era? ¿Qué vestía? –le interrumpí mientras sentía los charcos en las suelas de mis botas.
–Traía la cara tapada por un saco de harina con agujeros para poder ver. Su vestimenta era bastante elegante, un gran abrigo y un bombín.
–¿Venía sólo?
–Sí… bueno… Nos hizo creer que no. Cuando me pidió la caja y notó que me resistiría, le gritó a sus compañeros para prevenirlos de que hiciera algo estúpido. Miré hacia los arbustos y noté que había por lo menos 3 rifles apuntando hacía mí.

Giré para observar la posición de los tiradores en medio del camino y noté tres anchas ramas apostadas en el camino. Las señalé y me dirigí al cochero
–¿Son esos los rifles?
–Tiene que comprender que era oscuro y ante la adrenalina del asalto no pude diferenciar nada.
–¿Tomó el dinero de la caja y se fue?
–Sí, aunque dejo esto –dijo tímidamente el cochero mientras me extendía un papel donde se leía:

“He de pecar, he de robar
entre la espesura del bosque.
Soy la sombra que se ha de esfumar,
evitando el parque”.

Ese fue el primero de al menos 20 casos similares. Robos perfectamente planeados, sin evidencias ni huellas. El ladrón andaba a pie, jamás a caballo y dejaba poemas a los cocheros como marcas inequívocas de su obra. Pero un día se habría de equivocar, como todos los ladrones que nunca saben cuándo es momento de detenerse”.

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Charles Earl Bowles fue un legendario ladrón de diligencias del Siglo XIX en los Estados Unidos famoso por dejar poemas en las escenas de cada uno de sus robos. Con una cuenta de aproximadamente 28 atracos exitosos, Charles operaba entre los estados de Oregon y California, aprovechando las carrozas con diligencias de los grandes bancos, principalmente de Wells Fargo. A este famoso ladrón también se le conoce como Black Bart the Poet y según se sabe, logró vivir cómodamente por varios años gracias a sus robos. Nunca tuvo que disparar un arma, a pesar de que siempre traía consigo una escopeta. Se vestía con un largo abrigo, un sombrero bombín y cubría su cara con un saco de harina con sus debidos agujeros para los ojos. Además, a pesar de que realizar un asalto a caballo habría sido más fácil y permitiría una huída mucho más práctica, Charles siempre realizaba sus atracos a pie pues los caballos le daban miedo, un hecho que también ocasionó que se le generará cierta fama.

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De joven, Charles se mudó de Nueva York, donde su familia tenía una granja, a California en búsqueda de la fortuna del oro. Durante su estancia en el oeste de Estados Unidos, se involucró en la Guerra Civil, tomando bando por la Unión y a través del cual logró cierta notoriedad en el ejército. Tras el fin de la guerra, Charles decidió dedicarse al robo de diligencias y, según se sabe, ahondó en esa carrera después de lo sencillo que fue su primer atraco.

En medio de la ruta que cubría la diligencia de un banco, Charles apostó una emboscada en el camino, logrando que el cochero se detuviera. El ladrón subió al coche y amablemente pidió se le entregara la caja fuerte y para asegurarse que el cochero no titubeará, gritó “Si se atreve a hacer una estupidez, denle una buena refriega, chicos”. El cochero miró hacia los arbustos y notó algunas rifles apuntándole, por lo que decidió entregar la caja sin miramientos. Bowles sacó el dinero y huyó del lugar. Cuando el cochero se dispuso a recoger la caja vacía, encontró que los secuaces de Charles eran en realidad ramas talladas para asemejar rifles.

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La gente comenzó a hablar del misterioso ladrón rápidamente, refiriéndose a él como un bandido gentil y un hombre de satisfacción. Un mito que concluiría con su detención y cuyo reporte policial lo describió como “Una persona de gran resistencia. Exhibió genuino ingenio en las circunstancias más difíciles, un tipo sumamente propio y educado, siempre evitando malas palabras”.

La detención de Charles ocurrió después de un infructuoso robo cuando quiso atracar una diligencia del banco Wells Fargo. Sin embargo, uno de los dos hombres que viajaban en la carroza portaba un arma, misma que utilizó para repeler el asalto. Sin embargo, sólo uno de los tiros acertó en Charles, específicamente en la mano. En plena huída, el poeta bandido utilizó un pañuelo para detener la sangre que salía de su mano herida, un detalle que olvidó desaparecer entre toda la evidencia con la que cargaba aquel día. Los detectives rastrearon la marca de lavandería del pañuelo y llegaron hasta San Francisco, donde encontrar a Charles, quien fue sentenciado a 6 años en la prisión de San Quintin por intento de robo. Cuatro años después logró salir por buena conducta.

La prensa, buscando entrevistar al misterioso hombre que dejaba poemas en sus crímenes, entrevistó a Charles a la salida de la cárcel. Le preguntaron si habría de retomar su carrera como criminal, a lo que contestó:

–No, caballeros. Estoy harto del crimen.
Otro reportero le pregunto si escribiría más poesía. Bowles se río y dijo
–¿No me escucharon decir que ya estoy harto del crimen?

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A la fecha, sólo dos poemas pueden ser atribuidos a Charles Bowles, quien tras su salida de prisión desapareció de la historia. El primero, corresponde a una escena en agosto de 1877

“I’ve labored long and hard for bread,
For honor, and for riches,
But on my corns too long you’ve tread,
You fine-haired sons of bitches”.

El segundo data del 25 de julio de 1878

“Here I lay me down to sleep
To Wait the coming morrow,
Perhaps success, perhaps defeat,
And everlasting sorrow.
Let come what will, I’ll try it on,
My condition can’t be worse;
And if there’s money in that box
‘Tis munny in my purse.”

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Referencia:

The Paris Review

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