Poeta, cuentista, ensayista, genio, bibliotecario, Borges es mundialmente conocido por su erudición y por el inconfundible estilo de sus cuentos y ensayos. Sin embargo, pocos saben que el argentino también escribió reseñas de cine: críticas incisivas, con un gran sentido del humor y llenas, como era de esperarse, de referencias literarias y filosóficas.
Entre muchas otras películas, Borges reseñó el El Ciudadano Kane (1941), la obra maestra de Orson Welles, en un texto extrañamente autorreferencial. El argentino distinguió en ella dos tramas: la más obvia, que califica como banal y simplona —el millonario que descubre que vive en un mundo vacío y superficial—. Y la segunda, que es según Borges, una “historia detectivesca metafísica”: el relato de un detective que va descubriendo, poco a poco, quien era Kane dentro de una trama psicológica y profundamente alegórica.
Paradójicamente, el escritor calificó la película de laberíntica y aseguró que se trataba de una de las primeras obras cinematográficas que describe, con una conciencia plena, la banalidad de un palacio o de una tertulia de escritores. Técnicamente la película le parecía excelente, con tomas tan detalladas como pinturas prerrafaelitas. Sin embargo, estableció Borges, El ciudadano Kane habría de pasar a la historia como una película de Pudovkin o de Griffith, cuya importancia histórica es innegable, pero que nadie querrá volver a ver: gigante, pedante y tediosa —la obra poco inteligente de un genio.
En una conversación que sostuvo Welles con el director Henry Jaglom, 42 años después, el cineasta defendió su película ante las críticas de Borges y las de Jean Paul Sartre —que dijo en su momento que se trataba de una película “demasiado enamorada de sí misma”— asegurando que tanto el argentino como el francés odiaban a Kane (el personaje) y lo que representaba, no a la película. Welles también resaltó la ironía de que Borges llamara a su película laberíntica, siendo el autor de una obra llena de laberintos.
Otra interesante reseña de Borges fue escrita a propósito de la película KingKong (1933). Calificándola como una de las más desastrosas de todos los tiempos y asegurando que King Kong no era un simio, sino una oxidada y torpe máquina de 12 metros de alto, Borges acabó con esta obra. Además, el escritor aseguraba que ésta había sido mal filmada, pues el camarógrafo tendría que haber hecho tomas del simio desde abajo para mostrar su monstruosidad y no tomas en picada, que hacían del pobre animal un ser jorobado y empequeñecido. Finalmente, Borges observa que lo que termina por arruinar a King Kong —y a la película— es su amor (¿lujuria?) por la actriz Fay Wray.
Algunas otras reseñas borgianas incluyen películas como Crimen y castigo de Joseph Von Sternberg (1935) , y hace críticas severas de lo que para él era el cine barato de Hollywood, capaz de crear monstruos con la cara de Greta Garbo y la voz de Aldonza Lorenzano.
Asiduo admirador de Charlie Chaplin, a quien llamó uno de los grandes dioses en la mitología de nuestra época, la faceta cinéfila de Borges es, hasta el momento un campo poco explorado de su obra, uno que nos deja ver una de las muchas facetas de este genio que, como un auténtico hombre del Renacimiento, cubrió una gran cantidad de disciplinas.