Aceptar las condiciones del mercado significa la mayoría de, por no decir todas, las veces terminar enfrentando a cosas que uno no quisiera. Significa también presentar o entregar nuestro trabajo a aquellos que no lo saben apreciar o que están ahí no por nosotros sino porque había que estar o era lo que convenía hacer. No estaban allí porque conocieran o fuera importante para ellos leernos, escucharnos, vernos u otras opciones posibles. Eso en parte fue lo que ocurrió con la presentación de Camila Moreno en el patio Bellavista. Ella empieza, casi puntualmente, a interpretar Millones -que bueno que haya partido por ese tema-, y cientos en las mesas de los restaurantes del espacio no escuchan, están absortos en sus profundas conversaciones estivales, en sus devaneos con la estupidez y la mediocridad, en su pensar el mundo desde la miseria humana y la prepotencia del dinero. Por eso Millones calza perfecto en ese contexto, por esos cada rasgueo apretado y cada silaba de dientes apretados de Moreno son la banda sonora de esos seres, son la interpretación de esos que ríen acomodados entre las sillas y las mesas, sintiendo que nada importa. Tal como lo hacen esos treinta o quizás menos que siguen con atención, sentados en el suelo, en bancas o de pie a Camila Moreno y a Valeria Marmentini que acompañándola en melódica dan curso a esa y otras canciones.
Dan ganas de pedir silencio, dan ganas de acercarse más y poder escuchar bien entre esos murmullos sordos que vienen desde la distancia, entre tanto paseo aburrido de hijos llevados por su padres a recorrer el patio, a tanto turista baboso que saca su camarita y dispara un par de veces por la curiosidad que despierta esta muchacha, que acompañada de familia, amigos y seguidores se explaya en letras y vicisitudes, entre apunamientos y arrancadas a islas lejanas, en temas que hablan de amor y otras yerbas, que juega con reversiones breves e iniciales de su tema más conocido, y que se permite -me acordé de otra banda que no voy a nombrar- bajar de la tarima, cuatro en manos y toca caminando en circulo entre los asistentes -los verdaderos asistentes-, mientras Marmentini que también camina en la improvisada redondela la acompaña con las palmas, así como ya lo ha hecho con un metalófono o pandero.
Y la luz empieza a bajar, la temperatura ha bajado un par de grados, y ella toca un poco más, dice que se despide pero sigue, nos regala su reverso de Huidobro, uno cree que cae y calla y también aborda su «del fin» del deseo, todo esto en calma, con un gran relax, sin estar pendiente de la técnica, sin enrollarse con la perfección, sino más bien con la calidez, con la posibilidad de tocar aunque sea para todos aquellos que llegaron ahí por ella y no por la necesidad de exhibirse, tocar para todos aquellos que saben partes de sus letras y que la han visto en parte del segundo semestre del 2008 ir sumando experiencias y minutos sobre los escenarios, y que esperan para el 2009 algo nuevo -lo adelantó en parte- y la confirmación de un trabajo que sabe bien lo que quiere, aunque a veces tenga que jugar de visita y con el público local en contra.
por Jordi Berenguer
Camila Moreno
Patio Bellavista
Jueves 29 de enero