Es un día de casualidades. Aunque a muchos no les guste la idea. La primera es que las micros, esas veleidosas instancias de movilización coincidan con mis necesidades de tiempo y circulación. Lo mismo con el Metro ese espacio tan odiado y poco humano. Allí surge la segunda de ellas, me refiero a las casualidades, en el mismo vagón en que me subo va uno de los intergrantes -Jorge Ganem- de Banda Conmcoción, los que por hoy serán quienes me presten su inmenda solidaridad para sumergirme en un mundo rítmico, añorable y que había quedado en el pasado. Serán estos especiales creadores, que hasta hace unos meses eran personas que me veían desde los escnearios como un tipo del público, y a los que yo veía desde los espacios reservados a los observadores, como los dispensadores de unas construcciones musicales, gestuales, lúdicas, evocadoras, culturales todas ellas, tan ricas, tan contagiadoras, como fue aquella única experiencia -lejana ya y casi cubierta por la mala memoria- en un improvisado tambo en Arica, a comienzos de los ochenta.
Quizás una de las experiencias más constructoras de presente, más refrescante en cuanto a saberse vivo y ya con una parte del camino recorrido, es situarse o encontrarse en un momento del hoy calzando o sintiendo lo mismo que hace 20 o más años. Y eso han logrado ellos, sin saberlo, sin hacer ningún esfuerzo extra, sino que construyendo su trabajo con la seriedad, alegría, diversidad y calidad que siguen desplegando, y a mi me ha tocado construir lo otro, que quizás a otros le significan distintos tipos de evocaciones, de experiencias o de emociones aflorando por sus pieles, ojos, bocas y almacenándose en los espacios que se da la mente humana.
Y ahí estoy en Balmaceda 1215 esperando para tomar un bus rumbo a Valparaíso, mientras algunos de los integrantes de la Banda cargan sus instrumentos, sus vestuarios, y sus pensamientos y palabras juegan con las de los otros que van llegando, comunicando un lenguaje propio, una cercanía y una distancia propia: sorpresa y alegría por el diseño en el instrumento del «Hueo» Sanhueza, palmadas en la espalda y saludos alegres por la llegada del hijo de Italo, sueños reparadores de algunos en el viaje, llamados a celulares que sirven para confirmar que ya estamos en Avenida Aregentina, Bárbara cruzándose en la calle justo cuando el bus doblada hacia Pedro Montt mientras recorre la feria, y la historia del día: la recuperación del saxo por parte «Pepe Maikol». Algo que tiene que ver con el origen de ellos, con su presencia en la calle, de su relación con Mendicantes, que tiene que ver con su esfuerzo por ser lo que quieren ser, y que además los refleja en sus expresiones de alegría, de emotividad, de cariño, de calma y serenidad, y de fuerza y celebración.
Todo cuando corresponde, puede desprenderse de sus actitudes, como lo refleja la paciencia y dedicación para probar sonido bajo un fuerte sol, como ocurre al recorrer el puerto buscando donde almorzar y ser rechazados en varias partes porque hacer treinta platos no es tarea fácil a las cuatro de la tarde. Todo como corresponde, también, y así surgen espacios para conversar, para analizar lo que viene, para saber del pasado, para reirse y comentar las vicisitudes de salud de un fotógrafo que nos acompaña a la mesa, para descubrir el silencio en un local para almorzar y ver como la lechuga, el arroz y unas aguas de hierbas sirven para entender al otro, al de al lado o del frente, y al que se puede colgar de los pies dentro de un bus y dar saltos como un saltamoentes entre sus compañeros y el público.
Después la tarde se alarga en la espera, en el momento en que el Carnaval se haga parte en toda la ciudad, aunque la circulación desde temparano ya lo adelantaba, ya se percibe en cada sombrero que recorre las avenidas, en los montones de challa a la venta en las esquinas, en las tarimas vacías que esperan a los cuerpos, y en el espacio desierto frente al escenario de plaza Italia, que en unas horas más será una fiesta, una amalgama de cuerpos saltando al unísono, en un sólo pueblo que festeja y hace suyo su carnaval, así como yo hago lo propio con el mío, que se arma ahora en plaza OHiggins esperando a los voladores de Veracurz que ya remontan sus cuerpos hacia lo alto para descolgarse en su ritual; que construyo viendo las antiguedades desplegadas por el piso, preguntando por el libro de Baudelaire de editorial Aguilar que alguna vez tuve en mis manos, u observando y esperando para ver que hacer ante un par de Carabineros que disfruta abusando de su poder con un joven que su único error fue orinar en la calle.
En unos minutos la calle ya no sólo se ha llenado, sino que se ha colmado de cuerpos que vienen y van, que hacen suyos calles, veredas, tarimas, bancas, locales, plazas, ventanas, y que ya bailan, ya saltan, ya se sienten libres -que raro que haya que sentirse y no serlo- y que son parte de las comparsas, de los pasacalles, que no saben donde terminan ellos y donde empiezan los otros, si es que hay otros, ya que todos son uno mismo, ya que no quieren más demoras ni explicaciones, estan sintiendo y viviendo, algo que como ya se dijo les es propio. Y a unos metros de ellos, separados por unas rejas, donde hay guardias que cuidan autos y una señora que limpia los baños y que me dice que no hay basureros, sino una bolsa donde ella ha ido acumulando papeles, latas y bolsas, están los responsables de mi disfrute personal, de mi reinstalación en este espacio tras los escenarios, algo que no vivía desde David Bowie, Eric Clapton y demás por allá por el 90 o de la gira al norte con Silvio Rodríguez. Los muchachos de Chico Trujillo pasan y se abrazan con fuerza, ellos mismos se abrazan entre ellos y se desean suerte. Cinco minutos les dicen para partir hacia una esquina donde van a iniciar, donde se unirán a esa aglomeración que los espera, que los quiere cerca, no allá en el escenario lejano y distante, los quiere bailando junto a ellos, los quiere salpicando el mismo sudor compartido, los quiere recibiendo el mismo papel picado, los quiere ahí junto a ellos mostrándole que los sonidos de trompetas, trombones o saxos son tan naturales como el tipo que los interpreta, y que los platillos de Pablo y Jeca no sólo juegan en la distnacia cuando ella baila y todos la señalan, y que la seriedad y distancia que el Hueo pareciera tomar tras esos lentes oscuros es parte de su rol, y que Robinson y Germán, o Héctor, quisieran estar siempre en la primera línea gozando con el baile y el festejo. O la explosión que entregan y que en esta oportunidad volvieron a entregar, por primera vez, como aseguran, ante tanta gente. Y ocurre lo mismo nuevamente, tanto para aquellos que los ven por primera vez, como para los que viajaron especialmente desde Santiago para verlos, o para quienes son parte de su círculo más cercano, todos se unen en un solo gozar, en una sola altura de mirada y los aplauden, los vitorean, les piden más, los sienten como la expresión de ellos mismos hecha realidad, como los que pueden reflejar musicalmente lo que ellos quisieran decir, los que saben donde estan las notas justas para que mi alegría, mi reflexión, mi dolor, mi risa, mi fuerza de guerra, mis ganas de decir tengan una sonoridad justa y lograda a plenitud.
Y todos lo disfrutan. Los grandes que hace unos minutos tenían una mirada distante, los jóvenes que no se hacen problemas de agitarse y los niños, como la hija de Pablo que a pocos metros del escenario baila un ritmo propio, quizás el mismo que su padre entrega sobre el esecanrio. Y no hay calma, ya que nadie la quiere aún, no hay momentos para detenrse, ya vendrá tiempo para eso. ¿Una más puede ser? Podrían ser muchas más y también dan ganas de desandar el camino y salir tocando entre el público, pero los diez temas se han hecho poco, y ellos bajan sonrientes y felices por una escalera lateral, mientras y se anuncia al grupo que viene y el cierre con Chico Trujillo, con los mismos que han compratido muchas veces y que lo voloverán a hacer el próximo 10 de enero en la Cadillac de Santiago.
La carpa que los acoge tras su actuación se llena de felicitaciones, de preguntas, de respuestas, de un cansancio tranquilo, de una labor lograda y muy bien lograda. Miro guardando la distancia que me corresponde, comento brevemente algunas impresiones, mientras se van calmando las pulsaciones y los rostros son una mezcla de dicha y agotamiento, mientras se enfrían los cuerpos y se va dando paso a la reflexión interna, a la colectiva y a la calma. Una calma que es propia, que es ajena, pero que Valparaíso aún no tiene. Aún no termina la jornada. Algunos se quedan en el puerto, otros vuelven a Santiago -me incluyo en entre estos- y otros parten a otros lugares. Se despiden, se abrazan para volver a verse en el próximo ensayo, ya en el 2009.
En el bus el silencio prima, algunos duermen, se revisan las fotos de la actuación, se rien de algunos resultados y los tuneles y la noche nos van devolviendo a la ciudad. Primera parada en Almirante Latorre, se bajan un par. Yo pido me dejen en Alameda con Morandé, y me despido de los que van despiertos. Al bajar la soledad, el frío de las noches de diciembre, los fantasmas de la capital que vagan como perdidos en una noche de domingo… y el contraste entre una ciudad viva y otra muerta, entre mi propio carnaval y de tantos otros, entre un domingo en Santiago y otro en plena conmoción.
por Jordi Berenguer
Foto de Rodrigo Campusano