Cuentos Ciudadanos: «Cisneros y Chirinos» de Daniel Rojas Pachas

Daniel Rojas Pachas, nació en Lima, Perú, en 1983

Cuentos Ciudadanos: «Cisneros y Chirinos» de Daniel Rojas Pachas

Autor: Francisco Ide

Daniel Rojas Pachas, nació en Lima, Perú, en 1983. Se crió entre Lima y Arica, y actualmente reside en México. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo Barroco, y las novelas Tremor, Random y Video Killed the radio star. Sus textos se incluyen en antologías en toda Latinoamérica, y su proyecto editorial Cinosargo, ha sido un puente entre autores de la región, sobre todo con el largo proyecto que ha significado la antología Tea Party, que reúne cada año a poetas de toda América Latina, en un festival de poesía en Arica y Tacna. Su incansable labor como editor y escritor lo ha puesto entre los intelectuales más interesantes del continente.

Hoy en Cuentos Ciudadanos presentamos el relato inédito «Cisneros y Chirinos».

Cisneros y Chirinos

 

En fin, no sé si esto te sirva o qué importancia pueda llegar a tener para tu nota pero el otro día soñé con este amigo escritor exitoso en los setenta, ganador de cuanto premios importantes, becado por la Guggenheim y presente en todas las antologías que en ese tiempo se publicaron en nuestra lengua, y no hablo de esos libros piojosos que nadie compra o que editan unos sellos de mierda en que se incluyen puros mediocres inflándose al poner a un par de autores reales.

Hablo de libros indispensables.

Este sujeto, hoy pobre, vive en una depresiva ciudad industrial como el único rastro de esplendor cultural, una especie de estatua a la cual recurren los políticos cuando necesitan un niño símbolo. De ese modo consigue algo de sustento para alargar sus días. Es dueño de una casa en el comienzo de la zona rural y allí peregrinan algunos alucinados para sentirse parte del vertedero de la historia literaria del país.

Hace años que no lo veo, siento que le fallé. Le prometí colaborar con pinturas en una edición y no cumplí. Mi ausencia en el proyecto condicionó a los editores, quienes al final desistieron. En ese momento mi obra estaba en ascenso y tenía esa clase de poder. Lo último que supe es que trabaja en un cantar de gesta apocalíptico con un estilo clásico que fusiona tecnolectos, y que hay un par de editoriales interesadas. Una amiga en común me comentó eso hace un año y medio.  Él espera que el país lo reivindique de algún modo y cree, me parece -con ingenuidad- que los jóvenes que viajan a verlo y que se toman fotos para las redes sociales y lo pontifican, lo pondrán de nuevo en circulación. Un esfuerzo que siento no va más allá del boom instantáneo que goza un estado de Facebook o un post en Twitter.

 No me interesa perseguir con ojo académico o pedofílico a las nuevas generaciones. Tampoco me interesa el futuro de la juventud. Lo que está bien está bien, lo que está mal está mal, sea de la edad que sea. En realidad, los poetas más jóvenes son aquellos cuyos nombres no me dicen nada.

Leí eso hace unos años, en una entrevista a un escritor que me gusta mucho. No tiene mucho que ver con esto, pero me vino a la memoria hace unos días cuando cocinaba y busqué la cita, para mostrártelo.

En fin, en mi sueño A – lo llamaré así-, me pedía que lo llevase al aeropuerto de la ciudad en que nos conocimos y comenzamos nuestra amistad. Yo lo había invitado a leer en una muestra de mis pinturas y él había aceptado viajar desde el lugar en el cual vivía ahora. Entusiasmados, compartimos, todo fue un éxito, dio además una charla en la universidad a jóvenes fascinados y luego bebimos hasta caer dormidos. Él partió a su hotel a la mañana siguiente, yo regresé al bar y seguí bebiendo hasta que una enojada mesera, que era una versión joven de mi ex mujer, me dijo que ya no podían seguir vendiéndome alcohol porque estaba ebrio, así que lo mejor era irme sin escándalo y eso hice, no sin antes tratarla de puta fascista.

Tengo ese tipo de reacciones cuando estoy borracho, era lógico que en el sueño también actuara como un cretino. Al parecer ese día no nos vimos, hay un vació en el sueño, como es usual. Lo que recuerdo es una historia extrañísima, que pasó en mi ciudad sobre un tipejo horrible al que llamaban el loco Humel, lo puedo ver con claridad, su rostro demacrado y su carreta llena de cadáveres de perros callejeros (El caso salió a la luz cuando la hermana del sujeto Ronald Humel comenzó a acusarlo en una primera instancia con los vecinos y luego con las autoridades locales por la desaparición de su hijo con síndrome de down. La leyenda urbana, que conmocionaba a un pequeño barrio residencial venido a menos, pasó a estar en boca de toda la ciudad. Se decía que Humel habría violado al menor y luego afectado por la culpa procedió a golpearlo hasta darle muerte para terminar entregando el cuerpo a la jauría salvaje de perros que mantenía en el gigante patio trasero de la casa que heredó de sus padres. Desde un edificio contiguo, perteneciente a una empresa textil, un grupo de amantes de los animales fotografió a los cerca de cuarenta perros que Humel mantenía cautivos formando un ecosistema salvaje. Sin alimentación y tan sólo con agua, los mantenía esclavizados. Se dice que Humel paseaba de noche por las calles de la ciudad en harapos arrastrando una enorme carreta llena de cajas y lo que presumiblemente era piel de animales muertos, recogiendo a la fuerza a cuanto perro abandonado encontraba y, en algunos casos, procedía a sustraer a los animales de sus casas para llevarlos ante su ejército de canes y entregarlos en sacrificio. La descabellada imagen era alimentada por hechos comprobados a través del testimonio de los operadores del camión de basura del sector que, en reiteradas ocasiones, debían recoger de los contenedores pedazos de piel con carne en descomposición u osamentas de perros en estado de putrefacción. Los videos de más larga data dan cuenta de algunos animales despellejados pudriéndose en el tejado. La situación llevó a vecinos de la zona a pedir que la Secretaría Regional de Salud interviniese, pues la casa a esas alturas era un foco infeccioso para los cuatro colegios aledaños. Además, tal como declarasen directores de las agrupaciones pro vida animal, los perros se fueron acumulando y era tan sólo la selección natural la que imperaba. Los perros se comían entre sí, sobreviviendo sólo los más fuertes. Razas como los cocker o pequinés, tan cotizados en ese entonces por jovencitas que los paseaban como adornos, no tenían oportunidad alguna ante los quiltros, un par de dobermans o pastores que, a pesar de estar desnutridos y con la piel pegada a los huesos, eran, para ese entonces, verdaderas máquinas de matar. Comenzaron a juntarse infinidad de videos en que se apreciaban siluetas de un hombre corpulento –Humel, desde luego-, lanzando a razas pequeñas de perros al ruedo, luego una polvareda inmensa, preludio de la masacre. También comenzaron las notas amarillistas en diarios como El Bocón, La Veloz y Diario Frontera, pero las autoridades no hacían nada al respecto, pese a las innumerables denuncias en contra del enajenado. Las principales quejas eran por hurto de mascotas, otras por agresión verbal y por exhibicionismo. Al parecer, Humel tenía más de una práctica excéntrica. Nada se pudo comprobar respecto a las denuncias por maltrato animal.  Todavía no existían esas leyes que penan el daño a otras especies, con las mismas penas que podría tener alguien que agrede a su hijo o pareja. Las personas comenzaron a realizar vigilias en la puerta de Humel con pancartas. Se coordinaban protestas para ir a reclamar en grupo a la presumible mascota secuestrada o asesinada. Humel sólo se paraba en su ventana con una mueca de satisfacción. Algunos testigos declararon que, en ocasiones, lo hacía desnudo o procedía a masturbarse, generando reacciones encontradas de risa y asco entre los asistentes. Un día todo se fue de las manos (como describe grupo de sexagenarias, en la nota de El Bocón). Luego fui a entrevistarlas corroborando sus edades, y arremetieron en contra del hogar del para entonces bautizado “Loco Humel” o “El chacal”. Se decía que tenía un refrigerador con candados, en el cual guardaba partes humanas. Todo parecía sacado del guión de un documental de serial killer. Lo cierto es que la policía finalmente consiguió una orden para revisar el lugar, pero sólo encontraron carne de vacuno en descomposición y muchos frascos de orina. El grupo de mujeres acusaba a Humel de la desaparición de su nieto autista y, tuvieron la mala fortuna, de encontrarlo esa tarde en su patio delantero arreglando la cadena de una vieja bicicleta. La pequeña nota de prensa señala que hubo un intercambio de insultos, hasta que una de las mujeres arrojó una piedra a la cabeza del sujeto. Esto provocó su ira inmediata que desembocó en una arremetida a patadas en contra de las señoras. A esa hora, un grupo de escolares transitaba de regreso a sus casas, lo cual provocó un tumulto que terminó con la intervención de oficiales y el registro de la casa de Humel).

De pronto estoy en otra escena en que iba camino a buscar a mi amigo a su hotel sin mucho éxito.

Lo encuentro deambulando por unas calles abandonadas, llenas de putas, con libros en las manos. Le pregunté si había entregado la habitación, a lo que respondió con un movimiento ambiguo de su cabeza. Pregunté por sus cosas. Señaló que sólo viajaba con una maleta pequeña, pero no dio mayor referencia al respecto y partimos en el primer taxi que encontramos. Unos cuantos kilómetros antes de llegar al aeropuerto, nos topamos con que la carretera estaba cerrada por un choque. Iba a perder su vuelo. No podíamos permitirlo. Decidimos ir caminando, total era una distancia tolerable. Él llevaba la bendita maleta que salió de algún lado. Al pasar por el sitio del accidente vimos una bolsa negra y una gran poza de sangre fresca y muchos policías que nos miraron con mala cara, así como una ambulancia y paramédicos que ayudaban a la persona aún atrapada en otro auto. Tenía la cara destrozada y no paraba de gritar. Yo volví la mirada a la bolsa negra que contenía un cadáver a punto de ser trasladado, el muerto era yo, y la mujer que gritaba era una versión adulta de la chica, en realidad, era una mezcla de rasgos podía decir que era Gina con el rostro deformado por el llanto. A hizo un comentario rarísimo en una lengua ininteligible sobre el horror y el miedo -eso pude percibirlo-. Yo pensé en la caricatura favorita de mi hermana cuando niña. Un programa extraño para esa época Fiends (El gigante de overol posó sus brazos, torneados por la faena de empujar desperdicios en el sector sur, sobre una pared marcada con grafitis en contra de la unión, rayones que pedían la cabeza del Patriarca y sus agentes mientras las proclamas a favor glorificaban a los FIENDS, aquella banda denominada por el gobierno y los medios “terroristas y sodomitas”. Su sello característico era un cráneo riendo, imagen que en el pasado identificara a una banda protopunk. El delgado travesti, que respondiera al nombre de Spider from Mars o al alias de Twilight Sparkle, se levantó el vestido por encima del ombligo y, sin dudar, concentrado en la imagen del FIEND, arremetió en contra del ano del gigante, cuyos gemidos de placer se confundieron en el acto con un segundo estertor, esta vez un apagado suplicio de dolor. El largo punzón que Spider sacara de entre medio de sus greñas relucientes había penetrado la oreja derecha del enorme sujeto).

Una serie de detectives del futuro con autos que volaban, chicas tipo Barbarella y punks post apocalípticos dominando las calles. Esa idea peregrina no tenía nada que ver con la monstruosidad, el dolor y las citas de Sebald, que A repetía. No podía quitar la vista de mí mismo destrozado a un lado de la carretera y el sufrimiento, el horror de esa mujer que tenía ganas de consolar.

Lo único que tenía claro es que no tenía ganas de escuchar a A en ese momento. Ya no sabía si esto era un sueño o algo que pasó, pero no junto a A, sino con mi padre cuando tuvimos que caminar kilómetros para llegar a nuestro destino, cualquiera fuese, producto de una colisión de vehículos más aparatosa que la que se supone vimos con A, y que me costó la vida.

Con obscena atención seguí pensando en el accidente. Al llegar al aeropuerto tuvimos que correr para poder embarcarlo. Estábamos casi en la hora, ya todos los pasajeros habían subido. Sólo A restaba. No paso mucho entre el diálogo que debimos sostener con la asistente de la aerolínea en la puerta de embarque, cuando sentimos un terrible estruendo, gritos y luego el fuego. Una onda de sonido arrasó con los vidrios del lugar, sentí algo que me pareció el batir de puño de un gigante. El impacto nos hizo retroceder y guarecernos de los cristales. Un avión había explotado, era el avión de A, y eso ocasionó otras explosiones en la pista de aterrizaje. Sólo sentía un pitido, gran cantidad de polvo en suspensión y bruma. Me arrastré por escombros y corté mi mano derecha, sentía la mitad de mi cuerpo desfallecer, sentía un ardor en las piernas y pensaba en A, en mi padre, en la mujer llorando, en mi hermana y el protagonista de la serie de detectives espaciales. Era una buena serie. Te lo aseguro. De esas cosas que ya no vez en televisión.

 


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