En el imaginario colectivo, sin embargo, se da una división entre intelectualidad y peronismo. Esa división surge porque el peronismo, a partir de su irrupción como tal en 1945, pateó el tablero de la política y también de la cultura tradicional. «El subsuelo de la patria sublevado», como decía Raúl Scalabrini Ortiz, era una enorme masa de trabajadores, subocupados y desocupados que emergía del silencio y la oscuridad. Eran los ignorados, los que no figuraban en la agenda de nadie que, de pronto, ocupaban el centro de la escena y se veían amparados y escuchados desde que Perón ocupó su puesto en la Secretaria de Trabajo y Previsión. Lógicamente, ese nuevo cuadro social provocó reacciones inmediatas de parte de los sectores tradicionales. Tanto la tradición de la cultura liberal como la de la cultura de izquierda no supo entender este nuevo fenómeno y empezaron aquellas imprecaciones estigmatizadoras y denigratorias: los «grasas», los «cabecitas negras», la «negrada», etc. Ahí se armó una fisura entre peronismo e intelectualidad que aun hace sentir sus efectos en la sociedad argentina.
Dos textos emblemáticos
«CABECITA NEGRA», Germán Rozenmacher
La historia de «Cabecita negra» está narrada en tercera persona, desde el punto de vista de Lanari, un personaje que representa la típica clase media argentina del período 1950-1960. Sin embargo, la perspectiva de esta narración difiere de la adoptada en «La fiesta del monstruo», de Borges y Bioy Casares, ya que la crítica no recae sobre los cabecitas negras sino sobre la clase que los desdeña.
En el relato se alude a un conflictivo momento político que afectaba la vida de las personas comunes («En tiempos como éstos, donde los desórdenes políticos eran la rutina, había estado varias veces al borde de la quiebra») y se traducía en enfrentamientos cotidianos que alimentaban las fabulaciones de Lanari («En este país donde uno aprovechaba cualquier oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas»). Estas divisiones se anuncian a medida que avanza el relato mediante distintos recursos hasta que, con la intomisión del policía y su hermana al departamento de Lanari, quedan claramente definidos los dos territorios antagónicos, como un eco de la oposición entre civilización y barbarie. Lanari se constituye en el representante de una clase de gente decente, civilizada, con acceso a los bienes culturales; en la vereda de enfrente, los cabecitas negras, quienes exhiben actitudes que los identifican dentro de una cultura muy diferente («El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso»,en evidente alusión a la anécdota atribuida a las masas que se movilizaron el 17 de octubre de 1945).
La presencia de la «chusma» en la casa de Lanari pone las cosas «al revés» y él se ve forzado a reconocer que «la casa estaba tomada». De este modo, hace referencia a otro relato, escrito en 1945 y recogido en Bestiario, en 1950.
En «Casa tomada», de Julio Cortázar, también se describe una invasión, pero misteriosa y fantástica. Años después, Juan José Sabreli fue el primero en proponer la interpretación de «Casa tomada» a partir de dos sentidos fundamentales: por un lado, el ingreso de lo extraño como metáfora del peronismo, como invasión que descompone el mundo familiar; y por otro, la aceptación pasiva de este fenómeno político y social sin intentar acercarse, conocerlo y, menos aún, explicarlo.
Sin embargo, si en «Casa tomada» todavía no se nombraba ni identificaba a los invasores, en el cuento de Rozenmacher, escrito doce años después, ya están claramente delimitados: son dos cabecitas negras con nombre y rostro concreto, un policía y su hermana, quienes se introducen violentamente en la cotidianeidad pequeñoburguesa de Lanari.
En el cuento se representa la sensación agobiante que generaba, para determinada clase social, la presencia de la gente de los suburbios, del campo y del interior del país, que ya para entonces se había radicado en Buenos Aires.
«CASA TOMADA», Julio Cortázar
Tradicionalmente, el cuento «Casa tomada», de Julio Cortázar ha sido interpretado como una «invasión» que produce el ingreso de los sectores populares (llamados, despectivamente «cabecitas negras») a las clases medias. Esto se manifiesta con la llegada del Peronismo (por lo menos hasta el `60, la ficción ha tematizado el peronismo como una «pesadilla»). Hay muchos elementos pertinentes para considerar esa lectura, varios de los cuales se han incluído en este análisis: aquello que progresivamente va ganando la casa, esa presencia indescifrable que deja a los hermanos fuera de allí, ¿podría tratarse de los «cabecitas negras»?
El profesor Daniel Link, refiriéndose a este cuento, plantea que en «Casa tomada» se problematiza el agotamiento del género fantástico en la literatura (después de la década del `40). Propone leer en ese cuento una manera de tematizar la desintegración del género. Argumenta su postura señalando, por ejemplo, que la voz del hermano narrador se define a sí misma clausurada de la genealigía iniciada por los bisabuelos en la casa. Este fin familiar se manifiesta con el abandono de la casa (porque es tomada por fuerzas extrañas) y de la literatura que lee (los libros de literatura francesa).
En efecto, en la Argentina y en Latinoamérica, la matríz de la literatura fantástica comienza a mutar en otras formas literarias como el realismo mágico y la ciencia ficción. Este último género es el que inaugura Borges en su libro Ficciones. La literatura fantástica tematiza lo masivo (el peronismo) y da paso a otras formas literarias (la ciencia ficción), para representar la lógica de los medios de comunicación.
En más de una oportunidad, se ha hecho una interpretación del cuento en la que se indica que el mismo es una alegoría antiperonista. La casa tomada no sería otra cosa más que la Argentina tradicional que debe ir retrocediendo bajo la avanzada del peronismo y la participación en la vida política de sectores, hasta entonces, marginados de esa actividad. Esta visión de esta obra cortazariana ha significado una verdadera anatemización del autor por parte de la cultura oficial peronista, que durante años lo calificó de gorila (término con el que se designaba a los opositores al gobierno del general Perón). Cortázar ha dicho que esa interpretación del relato bien puede ser válida, sin embargo, declaró en varias ocasiones que el origen de la idea para el cuento proviene de un sueño, una pesadilla en la que un ente misterioso se hace presente en su casa y paulatinamente (por el temor) va empujándolo hacia distintas áreas de la casa, hasta que por fin, termina dejándolo fuera de ella sin siquiera haberse percatado de la precisa naturaleza o composición del mismo. Cuando han insistido, Cortázar no dijo nada, excepto reírse.
Hoy en día y en general, sigue primando la parodia para referirse al peronismo, pero ya no dirigida desde el rencor sino desde el humor desacralizante. No obstante, la marca dejada por el cuento «La fiesta del monstruo» que Borges y Bioy escribieron en 1947 para perjudicar a Perón sigue dominando la mente de los jóvenes. Tal es el caso de la literariamente cuestionable Pola Oxla. Después hay excepciones, como la obra de Juan Diego Incardona. Su novela El campito respeta la herencia marechaliana.