“Estoy enamorada locamente”, cantaba Raffaella Carrá al oído de un extasiado Padre Hasbún. El cura gestionó la llegada de la diablilla a nuestro país para que diera varios shows, entre ellos, el apoteósico Festival de Viña del 82. El amor platónico (esperemos, aunque con Hasbún nunca se sabe) del religioso fue censurado. La obligaron a cambiar la letra de la canción “Para hacer bien el amor hay que venir al sur” por un, mucho más casto, “Para enamorarse bien hay que venir al sur”. Así que ahí estaba la Carrá, medio desnuda, pierna pa´ arriba pierna pa´ abajo, enamorándose de todos los chilenos y chilenas que estaban bajo la dictadura de Pinochet –y sobre la anarquía del amor y de los escotes-. Todos aplaudiendo felices. Menos una siniestra presencia marmórea que apareció entre los asistentes. ¡Jaime Guzmán!
Estos pinochetistas, religiosos o laicos, entre tentación y tentación, encontraban tiempo para meter la tijera en cualquier obra, literaria, cinematográfica o musical, susceptible de excitar demasiado a la población, ya fuera política o eróticamente.
En 1975 el artista Guillermo Núñez exponía “Printuras y exculturas” en el Instituto Chileno Francés. En la muestra, jaulas con objetos dentro, un collage (con la imagen de Brigitte Bardot, y textos, como “Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta”) y una corbata con los colores de la bandera chilena que colgaba como si fuera una horca. La DINA se presentó en la expo, la clausuró, y al día siguiente encarceló al artista (que estuvo cuatro meses en una jaula, sufriendo interrogatorios y torturas). Su cerebro, y su bragueta, abrochados a la fuerza.
Pero el objeto de este artículo no es hablar de censura en tiempos de dictadura (se entiende que si se censuran vidas, se censuren creaciones), sino una vez llegada la democracia, cuando la censura escapa al entendimiento. Veremos ejemplos variados, en los que la censura se aplica en distinto grado, y con obras de distinta calidad e inteligencia (en algunos casos, no vamos a negarlo, muy baja). Descubriendo estos cinco casos de censura en las artes visuales chilenas, en época de supuesta democracia, comprobaremos como Chile no es lugar para hacer el amor. Para enamorarse bien, sí.
1.- Museo Cerrado
La llegada de la democracia no fue de la mano de las libertades correspondientes. En 1990, el director del Museo de Bellas Artes, Nemesio Antúnez, organizó “Museo abierto”, una muestra que, supuestamente, celebraba la “Vuelta a la democracia y a la libertad de expresión”. En ella se iba a mostrar el video “Casa Particular”, realizado de forma conjunta entre el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis y Gloria Camiruaga. Aparecían imágenes grabadas en el interior de un prostíbulo de travestis, y la parodia de una Última Cena, con Cristo interpretado por una trans. El día de la inauguración la pantalla que iba a reproducir el video apareció en negro. El museo censuró el trabajo.
2.- Pico pa los Preincaicas
Año 1999. El artista Mauricio Guajardo, gracias a una subvención Fondart, realiza una escultura que se sitúa en Machalí. La instalación es un pene de cuatro metros de altura homenaje a la cultura Preincaica. El alcalde, Carlos Labbé Correa, quién según el artista había autorizado la fálica obra, ordena su retirada. Un particular se queda con la cosa.
3.- Obra abortada.
En el 2000, el artista Luis Verdejo quiso mostrar cuatro fetos humanos en formol junto con otros cuarenta fetos recreados en silicona en el Centro Cultural La Perrera. La obra, titulada “Primera clonación a la chilena”, fue retirada tras presiones eclesiásticas («En este caso no estamos ante una manifestación artística sino que más bien ante un acto pseudo artístico que hiere el sentimiento de respeto a un no nacido», dijo el sacerdote Fernando Chomali), la prohibición decretada por el Servicio de Salud Metropolitano Occidente, y amenazas por parte del diputado Nicolás Monckenberg de emprender acciones legales contra el artista. Luis Verdejo optó por llevarse las obras frente al Museo de Bellas Artes y exponerlas en la calle, y afirmó haber obtenido los fetos tras un préstamo de una clase de biología de un colegio. Su intención era “promover la idea del aborto terapéutico en Chile”.
4.- Peligro, materiales explosivos
En casos de censura a artistas en período democrático, la Sala Gasco de Santiago se lleva la palma. El primero en sufrirla fue Gonzalo Díaz, quien en el 2008 vio frustrada su muestra “Poesía y Juicio”, que contenía una fotografía de Pinochet muerto. La Fundación Gasco adujo que no se podían exponer obras “que pudieran ser objeto de controversia”. La pierna desnuda de una mujer oculta detrás de un árbol también podía ser controvertido. Al menos eso pensaron cuando censuraron un cuadro del artista Pablo Ferrer con esa imagen. Tampoco les gustó una frase que iba a escribir Nicolás Grum en el cristal de la vitrina de la sala. La controvertida frase, que no se puso, era “AQUÍ NO HAY NADA DE VALOR”. Gasco puede manejar materiales explosivos, pero no arte contemporáneo.
5.- El pago de Chile
El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, denunció en una carta publicada en El Mercurio la censura aplicada a la exposición de obras de Nicanor Parra “El pago de Chile”, en la que se mostraban imágenes de Bachelet y de ex Presidentes de Chile ahorcados. La muestra, “Voy y vuelvo”, instalada en la Universidad, se iba a publicitar en las pantallas gigantes de Plaza Italia, pero las empresas que las administraban se negaron, argumentando que “la obra era ofensiva para las autoridades y tenía carácter político”. En la primera ocasión en la que fue mostrada, en el Centro Cultural Palacio de la Moneda, a punto estuvo de ser censurada por la ministra de cultura, Paulina Urrutia.
Por Juan José Santos
*crítico y curador