Aterrador, perfeccionista, exhibicionista, malévolo, voyeurista y obsesionado con las rubias. Este domingo, 29 de abril, se cumplen 38 años de la muerte de Alfred Hitchcock, referente del cine de terror.
Para rendirle homenaje y recordarlo hacemos un repaso por su filmatografía. Nacido el 13 de agosto de 1899 en Leytonstone, Londres (Inglaterra), y fallecido el 29 de abril de 1980 en Los Ángeles, California (Estados Unidos), este director y productor de cine británico se acercó al séptimo arte a comienzo de 1920. Sus primeros pasos los dio en una compañía estadounidense con sede en Londres, llamada Famous Players-Lasky Company, que más tarde se convertiría en Paramount Pictures.
Con más de cincuenta largometrajes, su estilo orientó y dio forma al desarrollo del thriller, el terror y la comedia negra. Sus claves transformaron el lenguaje cinematográfico clásico a partir de una economía de la narrativa visual que hoy sigue siendo referente.
Los pájaros (1963). Historia original de Daphne Du Maurier, el director logró hacer de algo ordinario un hecho abominable. Lo inofensivo se volvía ofensivo y el horror surgía a partir de la irracionalidad. Su protagonista, la indefensa, Tippi Hedren luchaba por sobrevivir ante el ataque inminente de decenas de aves enardecidas. Haciendo uso magistral del silencio, Hitchcock compuso uno de los momentos más aterradores del cine en esta película.
Psicosis (1960). Paso del clasicismo a la modernidad, fue una adaptación de la novela de Robert Bloch. El hecho de que su protagonista muriera a mitad de la cinta alteró la narrativa convencional cinematográfica impuesta por Hollywood. Actuaban Anthony Perkins, Vera Miles, John Gavin, Martin Balsam y Janet Leigh. Generó que la violencia, comportamientos pervertidos y sexualidad fueran más aceptados en el cine. Es el filme más popular de Hitchcock y generó tres secuelas, la última de ellas para TV, y en 1998 tuvo un remake en color, dirigido por Gus Van Sant y protagonizado por el estadounidense Vince Vaughn, bastante criticado por cierto.
Con la muerte en los talones (1959). Historia de equívocos y víctimas, apeló al falso culpable de un protagonista que era arrastrado por un error garrafal al encontrarse en el lugar y momento equivocado (esto se convertiría en una de las claves de su cinematografía). Cary Grant daba vida a un hombre confundido con otro y perseguido sin descanso ni tregua. El filme roza con la acción y destaca la música y los decorados, además de los villanos (Martin Landau y James Mason) que son una delicia.
Vértigo (1958). Calificada por su autor como pura necrofilia, Kim Novak daba vida al fantasma que James Stewart perseguía por un San Francisco espectral, saturado de color y enmarcado en una aterrorizante banda sonora.
La ventana indiscreta (1954). Thriller vibrante y eclipsante, despertaba el interés del espectador a partir de una historia en la que el suspenso nacía de la cotidianidad, seguida por un protagonista postrado en una silla de ruedas que observaba el mundo desde su ventana de su apartamento. James Stewart daba vida al voyeurista que todo espectador lleva dentro, acompañaba en los roles protagónicos por Grace Kelly, quien buscaba la forma de llamar su atención.
Frenesí (1972). De nuevo un asesino en serie se vuelve el gran protagonista. Encarnado por el actor Jon Finch, este hombre estrangulaba a sus víctimas con una corbata, apelando a la novela de Arthur La Bern. Fue el penúltimo largometraje de Hitchcock y resultó desagradable para muchos espectadores dado su nivel de crudeza. Además, representaba los primeros desnudos de su filmografía.
Encadenados (1946). Ben Hecht fue el guionista de una de sus películas más celebradas. Adaptación de una historia de John Taintor Foote combinaba espionaje, romance y nazis en Brasil con Ingrid Bergman, Cary Grant y Claude Rains en los roles protagónicos.