En 1962 la obra literaria más conocida de Anthony Burgess, A Clockwork Orange, vio la luz por primera vez. Sin embargo, no lo hizo de la manera en que el autor la había concebido, sino que se publicó en una versión abreviada: la editorial norteamericana le suprimió el último capítulo, el número 21.
En el prólogo de la edición de 1986, Burgess hace una especie de mea culpa en la que confiesa todos los altibajos que le produjo A Clockwork Orange. Allí relata que el libro originalmente se dividía en tres partes de siete capítulos cada una. Esto no era casual, Burgess consideraba el 21 como un número simbólico de la madurez humana.
“Esos veintiún capítulos eran muy importantes para mí–relata el escritor-. Pero no lo eran para mi editor en Nueva York. El libro que publicó tenía solo 20 capítulos. Insistió en eliminar el 21. Naturalmente, yo podría haberme opuesto y llevar mi libro a otra parte, pero se consideraba que él estaba siendo caritativo al aceptar mi trabajo y que cualquier otro editor de Nueva York o Boston rechazaría el manuscrito sin contemplaciones. En 1961 necesitaba dinero, aun la miseria que me ofrecían como anticipo, y si la condición para que me aceptasen el libro significaba también su truncamiento, que así fuera”.
La adaptación al cine de la mano de Stanley Kubrik respetó la versión segmentada. Según Burgess, el público notó que la película terminaba de manera prematura: “No es que los espectadores exigieran la devolución de su dinero, pero se preguntaban por qué Kubrik había suprimido el desenlace”. Comenta que mucha gente le escribió preguntándole por el final y que mientras él se pasaba buena parte de su tiempo haciendo declaraciones al respecto “Kubrik y mi editor de Nueva York gozaban tranquilamente de la recompensa por su mala conducta. La vida, por supuesto, es terrible”.
El capítulo en cuestión le daba un giro completamente distinto a la trama en relación a la versión norteamericana: Alex, habiéndose convertido por fin en un adulto y ya desintoxicado del efecto Ludovico, experimenta una transformación que lo lleva a aburrirse de la violencia y a reconocer que es mejor emplear su energía en la construcción antes que en la destrucción. En el protagonista empiezan a sobrevolar las ideas de casarse, tener hijos, incluso de crear algo, como por ejemplo música.
Para el autor este desenlace es fundamental ya que considera a la violencia sin sentido como un rasgo típicamente juvenil y cree que en los cambios, en las redenciones, en las elecciones morales entre el bien y el mal, se encuentra la definición del ser humano. Si, en cambio, el ser humano “sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolo a los dos) le darán cuerda”.