Un teatro donde uno puede llevar a la mamá, al hermano chico que nunca ve una obra, o al tío militante, sin temor a su aburrimiento o total indiferencia, el trabajo del Gran Circo Teatro siempre ha estado comprometido con la digestión, interpretación y representación en clave negra, y por eso conciente, de la realidad social y política del país.
Pero no son análisis sesudos o abstractos, sino más bien, ejercicios reflexivos que brotan del sentido común más agudo, del callejero, del que con un par de pestañeadas toma conciencia de cómo son las cosas por este fundo.
Cargando con el peso absorbente (y a veces invisibilizante) de La Negra Ester, el Gran Circo Teatro ha desarrollado desde 1988 un trabajo diverso, proyectado en el teatro callejero y la formación de nuevos actores, a la par que siempre ha tomado el pulso y dado lectura a los ciclos políticos que se viven, o se vivieron, como en el caso, por ejemplo, de “Época 70, Allende”.
En esta ocasión, la compañía vuelve a estar en los focos con “Dime Rufo”, las infortunadas aventuras de un vendedor de funerales que de un día para otro pasa de villano a héroe y viceversa.
REDIMIDOS Y PAGANOS
«Dime Rufo» es una comedia negra, donde el grotesco del clown se entrelaza con notables interpretaciones actorales para llegar a situaciones de absurdo donde la complicidad del público siempre es esencial. “Dime Rufo”, a la vez, viene a ser un repaso y un posicionamiento a muchos de los temas que nos afectan como país y sociedad. Y quizás demasiados, lo que amenaza con extender la obra hasta el cansancio.
Desde la crítica al sistema de salud, al arribismo, a los entuertos del poder, a la política-espectáculo, a la discriminación de diversos orígenes, a la frivolidad televisada, el signo payasesco es abordado mediante la auto-burla, el exceso, a la par que una tras otra suelta verdades o certezas que incomodan.
Peligrosamente contingente, la obra también ofrece una lección y una reflexión sobre el estado de la sociedad y sus posibles salidas a un mejor porvenir, accediendo a ella mediante –extraños- gestos mesiánicos, que flirtean con lo religioso sin abordarlo desde lo institucional, sino más bien, como una crítica a lo institucional y una reivindicación de la iluminación popular.
Digo peligrosamente, porque, tal como las canciones de protesta, el teatro que refiere un momento histórico concreto corre el riesgo de perder sentido cuando ese tiempo no es el mismo. La presencia de un personaje que se asemeja a nuestro actual Presidente y ciertas bromas, por ejemplo, son un punto clave en este sentido. A la vez que refleja la esencia terrenal y poco ambiciosa de la compañía, no parece coincidencia que al Circo Teatro le quede el desafío de demostrar que es correcto el viejo dicho: “Cambia el circo, pero siguen los mismos payasos”.
“Dime Rufo” es la tragicómica odisea de un vendedor de funerales que de un momento a otro, e involuntariamente, se ve convertido en héroe patrio y luego en santo milagroso, en un enredo donde él una víctima más. A la vez que comedia, la obra plantea de manera sencilla una crítica a la forma en que se finge vivir cierta espiritualidad, al mismo tiempo que reivindica sin llegar a ser proselitista, una nueva manera de relacionarse con las “herramientas” que la ‘creación’ o ese más allá no material nos da.
Las escenas humorísticas, transcurrido un momento, dan paso al dramatismo que, un tanto forzado en el contrapunto, va tejiendo la salida a la trampa mortal donde ha caído nuestro héroe. El peso en las dos horas de función se lo lleva el elenco de actores y un músico que sonoriza en vivo, destacándose éstos por su versatilidad y calidad interpretativa.
Sin embargo, a nivel posterior, lo que más queda de “Dime Rufo” es el cariño y ternura con que se envuelve a sus personajes, la mayoría personas del mundo popular que, arribismo más o menos, coinciden en sus formas de sentir y reconocerse. Hasta la policía es caricaturizada, lo que permite percibir sus rasgos de humanidad y necedad con claridad.
Son pobres, pero como pobres sus malos deseos siempre serán infinitamente más inocuos que los de los poderosos. Esta idea, que puede parecer ingenua e idealista, recorre “Dime Rufo” a su largo y ancho, lo que la hace caer en un cierto paternalismo, aunque nunca malintencionado.
Las transmutaciones y contactos místicos hacia el final pueden parecer un tanto exagerados, gratuitos y molestos; sin embargo, su valor puede buscarse en confirmar la esencia histórica del profeta, ese que recibe una iluminación, un mensaje que lo hace comprender todo lo bueno y lo malo, y luego pretender difundirlo a una humanidad demasiada sorda y ciega para querer comprenderlo. Una idea que puede chocar a quienes aborrecemos de mesianismos, pero que conectándola con los deseos por una vida social justa y libre, puede adquirir sentido más allá de toda referencia religiosa.
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Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano