Por uno de sus referentes y por su origen indígena, a William León lo conocen como el Spielberg Puruhá, pero este cineasta ecuatoriano de 32 años no quiere que lo encasillen. “Me asusta que me aplaudan porque mis producciones son en kichwa, me gustaría que les gusten porque son buenas”, dice el realizador que estudió marketing en lugar de cine, lo que quizás le ha servido para vender sus ideas. Sus primeros pasos en el cine se dieron en Quito, cuando se unió a un grupo de jóvenes indígenas llamado Sinchi Samay —que en kichwa significa fortaleza espiritual o espíritu fuerte— que se inquietó por la actuación y contó el choque cultural de una joven que va del campo a la ciudad. William tomó prestada la cámara de video de su madre y grabó las escenas que los indígenas querían contar. “Después, corté aquí y corté acá, y listo”, dice.
A ese primer cortometraje, Nostalgia de María (2004), le siguieron dos más grabados en kichwa. Su trabajo se dio a conocer en todo el país porque los vendedores de piratería reprodujeron las películas sin autorización. Cuando William les reclamó la respuesta que recibió fue: “Agradezca que le estamos haciendo famoso”. La Navidad de Pollito (2004) es su historia más conocida y una de las más vistas en Ecuador, aunque no la más taquillera porque no pasó por las salas de cine. Cuenta la vida de un niño humilde que queda bajo el cuidado de su abuela mientras su padre se marcha a trabajar fuera del país. La película llegó hasta los círculos de migrantes ecuatorianos en Estados Unidos, España e Italia y su éxito fue tal que William tuvo que producir una segunda parte con un final feliz. La primera parte es un melodrama de principio a fin.
El salto profesional de William se dio años más tarde, cuando la cineasta ecuatoriana Alexandra Mora le propuso conseguir fondos para hacer una película más cuidada. Así se produjo Llakilla Kushicuy o Triste Felicidad (2011), la historia de un padre soltero. William formó un crew de profesionales y se integró a la empresa Inka’s Records, basada en Los Ángeles. Con este sello produjo su último cortometraje Pillallaw (2014), que cuenta la leyenda indígena del Dios del Trueno, que una noche de tormenta se lleva a los niños. Esta película, que cuenta con efectos especiales, traspasó fronteras y fue premiada en festivales de Alemania y Finlandia.
El cineasta puruhá que mantiene una base en Quito está convencido de que “el cine es cine y hay que clasificarlo solo como terror, drama o comedia y nada más”. Ahora está inmerso en producciones de bajo coste pero de alta calidad para las comunidades indígenas. El rodaje de su primer largometraje será en agosto. Será la historia de un líder de la resistencia indígena, Fernando Daquilema, que levantó a sus pares contra los diezmos y la explotación de los hacendados a finales del siglo XIX. El filme se llamará Karuju, que es un vocablo indígena que expresa ira. “Hay que hacer un mea culpa. Si no llenamos las salas no es culpa del público, es posible que hayamos hecho algo mal”, dice. “Nuestra mayor materia prima no debe ser la cámara o la técnica, sino nuestras ideas”, dice para defender su trabajo.
Fuente: Cultura ElPaís