Por Wladimyr Valdivia Westphal.
Las posibilidades que el cine le da a sus creadores es infinita. Charlie Kaufman, el genio detrás de los guiones de ‘¿Quieres ser John Malkovich?’ (1999) y ‘Eterno resplandor de una mente sin recuerdos’ (2004), dirige su tercer largometraje titulado ‘I’m Thinking of Ending Things’ (‘Pienso en el final’ en Latinoamérica), uno de los estrenos globales de Netflix de esta semana.
Basado en la novela de Ian Reid, la historia presenta a Jake (Jesse Plemons) y a su novia (Jessie Buckley), una pareja de reciente relación que se dirigen a la casa de los padres de él para conocer a los suegros, sin embargo, durante esa fría noche, ella empieza a cuestionar el futuro de la relación. Esta premisa poco dice del desarrollo que la cinta comienza a entretejer, puesto que se convierte, paso a paso, en una profunda reflexión sobre la soledad, sobre el devenir de un hombre que mira hacia atrás y sólo desearía haber tenido otra vida, haber tomado otros caminos, haber dado ese paso hacia la felicidad del que siempre rehusó, por falta de carácter, personalidad o simplemente timidez.
Gran parte de la cinta son los diálogos entre los protagonistas y pensamientos en-off como una voz que habla desde la consciencia. En su narrativa abundan los conceptos filosóficos, las metáforas visuales, las referencias artísticas; se cita a William Foster Wallace, se discute sobre la película ‘Una mujer bajo la influencia’ (1974) de John Cassavetes, siempre con la depresión como eje central de un relato en el que vemos cómo el tiempo pasa a través de sus personajes, en un ejercicio surrealista orquestado majestuosamente en tres actos muy bien definidos: el inicio de la problemática, el detonante y su desenlace.
Kaufman, siguiendo la línea de sus dos anteriores trabajos como director (‘Synecdoche New York’, ‘Anomalisa’), casi como una trilogía sobre la vulnerabilidad humana, realiza una descripción metafísica de sus personajes pocas veces antes vista, intercalando la realidad con pasajes de la imaginación, con la deconstrucción de la existencia como condición humana. “El hombre es el único animal que sabe que morirá. Quizás por eso inventó la esperanza”, suena como una definición de lo que Jake siente y de lo que, poco a poco, se empieza a soltar.
Con una claustrofóbica relación de aspecto de 4:3, fotografía a cargo del gran Lukasz Zal (‘Ida’) y escenarios invernales con la nieve como un hostil protagonista durante gran parte del metraje, la cinta es una compleja e hipnótica narración que coquetea con la falta de lógica, con una intelectualidad mal entendida, pero que en conjunto cierra como un brillante aunque delirante viaje emocional que, a ratos, se vuelve una mala pesadilla. Por otra parte, los trabajo de Plemons y Buckley son inmejorables, el primero con una interpretación sólida y contenida que recuerda al gran Phillip Seymour Hoffman (protagonista de la primera cinta de Kaufman en un papel muy similar), y la segunda canalizando el pragmatismo que el espectador necesita para volver a situarnos en la realidad. Mención para Toni Collette y David Thewlis, secundarios de lujo que se roban la pantalla en ese infernal segundo acto.
La cinta carece de ritmo y de lógica espacial, siendo esto lo primero que pueda alejar a quien no esté dispuesto a leer entrelíneas el último trabajo de Kaufman. Una película de diversas interpretaciones, pero que probablemente todas converjan en el mismo sentimiento que el director plasmó brillantemente en este retrato nihilista, lynchiano, paranoico, capaz de dejar exhausto a quien no esté preparado, porque como bien dice Jake, “solo en las misteriosas ecuaciones del amor puede encontrarse alguna lógica”.