Por Wladimyr Valdivia Westphal.
La Palma de Oro en el último Festival de Cannes es la mejor carta de presentación de ‘Titane’, último trabajo de la joven directora y guionista francesa Julia Ducournau, que sorprendió al mundo con esa fábula vampiro-vegetariana titulada ‘Raw’ (Crudo) en 2016. Ahora vuelve a profundizar en la identidad humana y la necesidad de sentirse parte de la existencia con una cinta rotundamente inquietante.
Alexia (Agathe Rousselle) es una joven que desarrolló una particular conexión con los automóviles a raíz de una importante intervención cerebral, a causa de un grave accidente de infancia, y hoy es buscada por una serie de crímenes. Su escape es Vincent (Vincent Lindon), un padre que perdió a su hijo hace diez años y que “adopta” a Alexia, ahora convertida en el niño Adrien, con quien desarrolla una relación filial mientras su cuerpo sufre una grave transformación.
La directora nos introduce a un personaje principal psicológicamente muy complejo, una mujer despojada de cualquier sentimiento hacia sus padres, sin ningún grado de empatía, que se convierte en una asesina a sangre fría como respuesta a una sociedad de la que no se siente parte y producto de una placa de titanio al interior de su cráneo, que opera como una especie de controlador neurológico, una pieza inerte que, aparentemente, la priva de humanidad. Por otro lado, Vincent, un bombero algo mayor, hipertrofiado, adicto a los esteroides anabólicos, vive con la herida de haber perdido a su hijo. Ambos personajes habitan en la oscuridad, la rabia y la agresividad, en una dinámica de autodestrucción y amor enfermizo, pero este fortuito encuentro los sitúa a ambos de cara a una inesperada fragilidad.
El componente fantástico se vuelve a hacer presente en el cine salvaje de Ducournau: Alexia/Adrien sangra aceite, como parte de un proceso biológico de metalización, en un acto de evidente deshumanización. La directora no aspira al realismo material sino a la deconstrucción de personajes que conviven con la violencia a través de una sexualidad desatada y un machismo presente a lo largo de todo el filme; por otra parte, resulta en un potente mensaje sobre la identidad de género y los distintos procesos de adaptación, toda vez que se alimentan, en ambos personajes principales, estados de comunicación y confianza poco experimentados, situándonos como observadores de patrones y comportamientos que difícilmente podamos juzgar por su condición.
Los trabajos, tanto de Agathe Rousselle (debutante en cine) como de Vincent Lindon, actor de vasta trayectoria en el cine francés, resultan impresionantes por sus niveles de versatilidad y entrega con dos papeles llevados al límite en lo mental y en lo físico, dos seres completamente vulnerables, que viven en estado animal en la búsqueda de poder validar sus propias existencias, con Alexia/Adrien incapaz de habitar su propio cuerpo, y con Vincent dispuesto a todo para soslayar su sufrimiento.
Ducournau filma y escribe un trabajo desconcertante y provocador en todos los niveles, una apología existencialista sobre la naturaleza humana, sobre la libertad, la transformación y el reconocernos, con una puesta en escena sórdida, incómoda y un relato de múltiples capas, sellado con un epílogo que solo reafirma su presencia en las principales listas de lo mejor del 2021.