(Del lat. proles, -is, prole, y –´fico).
1. adj. Que tiene virtud de engendrar.
2. adj. Dicho de un escritor, de un artista, etc.: Autores de muchas obras.
Real Academia Española
La Real Academia Española define el vocablo «prolífico» como un adjetivo que designa la virtud de engendrar. David Byrne se apropia de la palabra y en sus más de treinta años de trayectoria ha gestado distintos tipos de expresión. Byrne es procreador de canciones, grupos musicales, esculturas, ensayos, instalaciones, pinturas y hasta de varios libros.
No suena extraño que un artista que ha dedicado su vida a crear desde el experimento y la tropicalización de la expresión, use la bicicleta como medio de transporte. Más de tres décadas pedaleando para llegar a su destino.
En sus giras artísticas por el mundo, David Byrne no es la estrella que viaja en limusina a sus conciertos, no lleva guardaespaldas que lo cuiden y tampoco se encierra en su hotel para ver el noticiero local. En cambio, viaja siempre con una bicicleta plegable y logra escaparse de los medios de comunicación para poder vivir las ciudades desde la perspectiva de un ciclista.
Hace ya unos años, David Byrne hizo una gira por América Latina para la presentación del libro que recoge sus experiencias como ciclista: Diarios de Bicicleta, editorial Sexto Piso, 2011. En una de las presentaciones de su libro recalcó que este medio de transporte le ha dado oportunidad de ver las entrañas de distintas comunidades, lo que el automóvil jamás le hubiera permitido. A lo largo de muchos años pedaleando, Byrne ha vivido la transformación de barrios, pueblos y ciudades en espacios de convivencia y tolerancia.
Bajo el cobijo del anonimato, el célebre cantante pedalea con los ojos abiertos atento a descifrar lo más simple de una comunidad. Esos pequeños incidentes que están fuera de lo establecido. Sin ayuda o consejo de algún conocedor de la ciudad en la que anda, él mismo ha descubierto mercados, edificios, actitudes y personajes que le permiten disfrutar y entender más el lugar en el que está.
Fragmentos de Diarios en bicicleta
Las ciudades, comprendí, son manifestaciones físicas de nuestras creencias más profundas y de nuestros pensamientos muchas veces inconscientes. Nuestros principios y nuestras esprenzas son a veces bochornozamente fáciles de descifrar. Están ahí, en las fachadas, los museos, los templos, las tiendas, los edificios, y en cómo esas estructuras se relacionan entre sí o, a veces, en cómo dejan de hacerlo.
Descubrí que ir en bicicleta unas cuantas horas al día me ayuda a mantener la cordura. Hay gente que se siente aturdida y desorientada cuando viaja ya que se desliga del entorno físico que le es familiar, lo cual a su vez afloja ciertas conexiones en la psique. Algunos se repliegan en sí mismos o se encierran en la habitación del hotel cuando el lugar les es extraño, o se desinhiben en exceso en un intento de conseguir cierto control. Para mí, la sensación física del transporte autoimpulsado, junto con la impresión de autocontrol inherente a esa situación sobre dos ruedas, tiene un efecto vigorizante y tranquilizador. Suena como una forma de meditación, y de alguna forma lo es.
Ir en bicicleta lo sitúa a uno en una zona que no requiere demasiada profundidad o implicación. Es una actividad repetitiva, mecánica que distrae y mantiene ocupada la parte consciente de tu mente. Eso favorece un estado mental que permite que una parte, aunque no demasiado grande, del inconsciente, fluya.
La ciudad es un fiel reflejo físico de cómo la cultura se ve a sí misma. La ciudad es una manifestación de lo social y lo personal. A su vez, la ciudad, su realidad física, refuerza la ética y lo recrea a través de sucesivas generaciones y de la gente que ha emigrado de ella. La ciudad perpetúa la forma de pensar que las creó… ¿Dónde empieza la ciudad psicológica? ¿Hay un punto en el mapa donde la realidad cambia?… Qizá haya un poco de mito en todo esto, un deseo de asignar un aura única a cada lugar. Pero ¿no acaba convirtiéndose cualquier creencia colectiva en una verdad?
(En Buenos Aires) se pueden ver familias enteras paseando a altas horas de la noche. ¿Cúando duermen?… Una ciudad de vampiros. ¿Acaso esa gente no trabaja de día? ¿hacen estos horarios toda la semana?. Quizás existan dos sociedades separadas: la diurna y la nocturna. Dos turnos, dos poblaciones urbanas que nunca se encuentran y cuyos caminos nunca se cruzan.