Los temas que escribía e interpretaba Daniel Santos, era común escucharlos en bares y rocolas.
Era predecible que esos fueran los espacios naturales donde sonaran, a decir de los aspectos que habitualmente se abordaban en ellos: el despecho, los amores de bajos fondos y las adversidades de la vida.
Cuando se cumplen 103 años del natalicio del artista nacido en Santurce, Puerto Rico, el 5 de febrero de 1916, puede afirmarse que su legado sigue vivo. Saltó de los tiempos de la rocola y el disco de acetato para llegar fluidamente a la era digital.
Esto se refleja en el hecho de que una de sus canciones emblemáticas, “El Juego de la Vida”, tenga más de 8 millones de vistas en YouTube y temas como “El Preso”, “Dos Gardenias”, “Bigote de Gato”, “El Tibiri Tábara”, “El Bobo de la Yuca”, “Y qué mi socio”, “El Corneta” y “Borracho no vale” superen largamente el millón de vistas cada uno.
Se trata de canciones que son patrimonio del mundo y pertenecen sobre todo a los sectores de la población menos favorecidos socialmente, a quienes sabía llegar muy bien.
«Yo conocí la pobreza y por eso sé comunicarme con los pobres», solía decir el cantante y compositor. «Los pobres son iguales en todas partes donde he viajado», aseguraba el intérprete conocido con el apodo de El Inquieto Anacobero.
Quizás en honor a esta aseveración, se podía escuchar en una de las canciones más populares que interpretaba: «Cuatro puertas hay abiertas para el que no tiene dinero: el hospital, la cárcel, la iglesia y el cementerio».
Sabía llegar a la gente porque conocía la vida desde abajo y ha perdurado en el tiempo porque transmitía ritmo, alegría y solidaridad frente al que sufre, afirman sus biógrafos en diferentes portales en la web.
Tuvo una vida desaforada y una cotidianidad de gitano. Procreó 12 hijos y se casó 12 veces.
Era hijo de un carpintero y una costurera y fue criado en el barrio de Trastalleres, una de las zonas más pobres de Santurce, junto con sus tres hermanas: Sara, Rosa Lydia y Luz América, reseñó el Diario de Las Américas.
La situación era tan precaria para su familia, que su padre decidió sacarlo de la escuela primaria para que lustrara zapatos en la calle y poder así ayudar al mantenimiento en la casa. En 1924, ante las penurias económicas, emigró con toda su familia a Nueva York. Allí completó su primaria y aprendió a hablar inglés.
A muy temprana edad comenzó a cantar. Ya más entrado en años, actuaba en el Borinquen Social Club de Nueva York, donde pasó un tiempo alternando con el Trío Lírico, el Conjunto Yumurí y con el Cuarteto de Pedro Flores, con el que grabó muchas de las canciones que lo harían famoso: «Tú serás mía», «Irresistible», «Esperanza inútil», «Perdón», «Mayoral», «Venganza», «Amor», «Olga» y «Yo no sé nada«, entre otras.
En 1942 fue reclutado por el ejército de Estados Unidos para combatir en la II Guerra Mundial y estuvo en Okinawa, Japón, y Corea del Sur, aunque su guitarra lo libró algunas veces de ir al campo de batalla porque era más útil entreteniendo a las tropas con su música.
A su regreso de la guerra se sumó al movimiento independentista de Puerto Rico y el FBI, y el Departamento de Estado empezaron a hacerle la vida miserable sobre todo cuando regresaba de sus giras en el extranjero.
En 1946 se estableció en La Habana, Cuba, que vivía un momento de bonanza. Se presentó con gran éxito en emisoras radiales y teatros. Ahí lo bautizaron con un nombre que lo acompañaría el resto de su existencia, El Inquieto Anacobero, que quiere decir diablillo en la lengua de los Ñañigo, una secta de gente de raza negra en Cuba.
Dos años más tarde, el entonces presidente Carlos Prío Socarrás lo invitó a cantar en el Palacio Nacional de Cuba. Y ese mismo año debutó con la Sonora Matancera.
Los problemas, sin embargo, nunca dejaron de acompañarlo. Tenía un olfato especial para meterse en líos. En Nicaragua, Cuba y República Dominicana se burló de Anastasio Somoza, Fulgencio Batista y Rafael Leónidas Trujillo. Como consecuencia de ello terminó preso.
Batista le prohibió su regreso a Cuba debido a sus simpatías con el movimiento de Fidel Castro, incluso El Jefe, otro de sus apodos, compuso la canción “Sierra Maestra”. Regresó por muy poco tiempo a Cuba en 1959, pero se decepcionó por el giro comunista de la Revolución. Se dice que Raúl Castro y Ernesto «Che» Guevara no lograron convencerlo que la Revolución era «nacionalista».
El escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez se inspiró en este mito para escribir su novela “La importancia de llamarse Daniel Santos”, porque esa vida trasgresora había superado a la ficción y bien valía la pena recuperarla también para la fantasía.
Así como Sánchez, muchos otros se inspiraron en la vida del puertorriqueño para escribir libros. Se recuerdan “El Inquieto Anacobero” (Editorial Cejota, 1982) de Héctor Mujica, “Vengo a decirle adiós a los muchachos” (1989), por Josean Ramos y “El Inquieto Anacobero”, por Salvador Garmendia.
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