No cabe duda que Carlos Fuentes ha sido uno de los más grandes intelectuales del siglo XX e incluso del XXI (murió en el 2012, a los 84 años). Su obra literaria es uno de los mayores aportes a la lengua española, y sus novelas y relatos (La región más transparente, Las buenas conciencias, Zona sagrada, La muerte de Artemio Cruz, Gringo Viejo, Cambio de piel, Cristóbal Nonato, La frontera de cristal), ocupan un lugar destacado dentro de la historia de la narrativa universal.
Junto a la creación literaria, cabe, no obstante, subrayar su obra de ensayo y su aporte a la interpretación de México y América Latina, lo que lo sitúa también como uno de los pensadores de nuestro continente, al lado de Octavio Paz y su prosa deslumbrante, y de la profundidad filosófica de Leopoldo Zea, ambos mexicanos, que pensaron su circunstancia a las luces de la cultura universal y la cultura universal, desde la perspectiva y situación de América Latina y de su propio país.
Como ensayista, Fuentes destaca, sobre todo, en Valiente mundo nuevo (épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana), Tiempo mexicano, y Espejo enterrado, pero también en La nueva novela hispanoamericana y en Geografía de la novela, desde donde reconstruye la idea de América Latina a partir de la palabra y la imaginación que brota de la realidad concreta, pero que además es capaz de crear realidades desde la ficción y el anhelo.
Es así que en su libro La nueva novela hispanoamericana recorre los caminos construidos por Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, junto con él, figuras emblemáticas del «Boom»; y en Geografía de la novela se refiere tanto a los escritores latinoamericanos, Jorge Luis Borges, Juan Goytisolo, Augusto Roa Bastos, Héctor Aguilar Camín y Sergio Ramírez, de quien dice que «ha escrito la gran novela de Centro América», en referencia a Castigo divino, como a escritores de otros países y culturas entre los que estudia a Milan Kundera, Gyorgy Konrad, Julián Barnes, Artur Lundkvist, Italo Calvino y Salman Rushdie.
Pero es quizás en Espejo enterrado, Valiente Mundo Nuevo y Tiempo Mexicano, donde se encuentra la expresión más directa de su preocupación por la identidad de América Latina y en donde el ensayo adquiere su mayor profundidad.
Este libro es un recorrido en imágenes de quinientos años que arranca en el primer viaje de Cristóbal Colón, que constituyó una de las empresas intelectuales más significativas de la humanidad y, específicamente, en 1492, año tan pródigo en memorias y querellas. Pero Carlos Fuentes no se detiene en el siglo XVI, sino que avanza ágilmente hacia nuestros días hablándonos sobre la expresión plástica de la cultura hispánica a ambos lados del Atlántico. De los espejos de obsidiana enterrados en la urbe totonaca de El Tajín a los espejos ibéricos de Cervantes y Velázquez, el de la locura y el del asombro, un intercambio de reflejos culturales ha ido y venido de una a otra orilla del Atlántico a lo largo de más de quinientos años. Este ensayo cuenta esa historia, la nuestra.
Ahora que Carlos Fuentes se ha ido físicamente, nos quedan sus ideas y su palabra para seguir construyendo nuestra cultura Indo-Afro-Iberoamericana, como él la llamaba, nos queda también su novela y su ensayo, raíz y destino del ser y quehacer de nuestros pueblos, y el desafío que nos propone identificar lo vivo y palpitante de un tiempo que si bien nos revela —como el mismo expresa— que en buena parte es un árbol muerto, de sus ramas cuelgan, sin embargo, «los frutos sombríos y dorados de la palabra».