Para las personas que son entusiastas de la tradición folclórica chilena y latinoamericana, y en particular para aquellos que siguen las vertientes más experimentales de este folclor, el nuevo disco de diAblo debiera ser una escucha obligada. Pero probablemente también lo sea para quienes no son tan asiduos a los ritmos tradicionales y prefieren el guitarreo distorsionado y denso que caracterizó a algunos estilos más bien marginales de fines de los ochenta y los noventa. O quizás para los que disfrutan del rock de carretera que volvió a la vida a los jóvenes alemanes de la década de los 70, y sus vertientes más etéreas cargadas al drone. O quizás usted simplemente disfruta de música que no tiene demasiadas concesiones y se deja llevar por los sonidos y ambientes que los discos le proponen. Sea cual sea su preferencia, si usted no está atado a rígidos estándares de lo que la música debiera ser pero tampoco se cree el cuento de la música repetitiva y genérica fundado en el fetiche estilístico, debe dedicarle una tarde al viaje que propone diAblo a través de los seis temas de su nuevo disco, porque son una bella y liberadora síntesis de lo anterior.
El disco abre con “Chamico (Nazi Folk Fuck Off)”, que deja bien claro de que se trata todo lo que sigue. Si Jello Biafra viviera en Chile y tuviera una banda probablemente habría dedicado un tema a toda la majamama de grupos y cantautores de la nueva nueva-ola del folklore nativo que acaparan cuanto medio pueden y a los que se adjudica ser herederos de muertos con los que no tienen nada que ver -al menos en lo musical. En este disco no va a encontrar versiones pasadas por agua de Victor Jara, Violeta Parra o Los Blops, si no que va a ver el espíritu vivo de lo que Los Jaivas hizo en su primera época, del Quilapayún experimental, de los grandiosos Malalche, y quizás también del Electrodomésticos de principios de los 80 (que bien podría denominarse folclórico a estas alturas). El disco avanza y la luz mañanera que pareciera invocar “chamico” va dando paso a momentos de penumbra (“Navidad y matanza”), sombreados e incluso oscuros (“Asunción y caída de las ruinas suspendidas”). Hay guiños explícitos y otros más ocultos a la macumba y los ritmos africanos, melodías de guitarra que se combinan perfectamente con sonidos completamente artificiales de sintetizadores y otros aparatos, instrumentos tradicionales que provocan sutiles quiebres en la composición, repeticiones y cajazos que repercuten como el dub, distorsión, armonía. Faust, Guru Guru, y otros de la época tenían la misma actitud de conducir la música por pasajes totalmente contrastados y conectados a la vez; el interludio de “Chivito negro de cinco patas” es otro recordatorio más de que esta es música hecha en esta región del planeta y no en otra, pero que los vínculos con la historia y los otros territorios están vivos. “Curanderos Filipinos” concluye el viaje con la promesa de que no se ha terminado, es solo una pausa a la espera de lo que viene.
He escuchado todos los discos de diAblo, desde el comienzo, y siempre me sorprendieron por su claridad y capacidad de síntesis de un montón de estilos, ritmos y sonidos. Sin duda siguen avanzando en esta dirección, y este disco en particular pareciera ser su momento más abierto a la experimentación y la búsqueda. Esperemos que la distancia geográfica no sea impedimento para que vuelvan a presentarse en vivo en Chile, confirmando que son los verdaderos herederos y predecesores de su rock y su folklore.
El diablo es un magnífico
«El diAblo es un magnífico»
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CD, 2013
Por Rodrigo Barros
Publicado en El Ciudadano 143, junio 2013