El arte mexicano femenino no se reduce a Frida

Dos mujeres fuertes, talentosas y sumamente singulares. Ellas compartieron un mismo contexto y las dos fueron artistas personales y creativas. Sin embargo, una permaneció en la cara brillosa de la historia, mientras que la otra, yace en la oculta.

El arte mexicano femenino no se reduce a Frida

Autor: Lucio V. Pinedo

Leonora Carrington fue una prolífica pintora que experimentó con diversos matices de la creación artística en México. De origen inglés y heredera de una empresa que pudo mantenerla en la acomodada Europa, llegó a México en 1942, escapando de la turbulencia que representó el movimiento surrealista y su excentricidad ante la vida.

A una corta edad, y ya mostrando un interés particular por las artes, conoció a Max Ernst, personaje que marcó un antes y un después en su existencia, y se adentró en una trayectoria sin igual donde produjo un mundo de fantasía al cual escapar en sueños, un mundo cobijado por la bohemia y la exquisitez parisinas que causarían posteriormente el contraste que mencionamos en los días mexicanos.

Leonora Carrington

Tras escapar de un hospital mental en Santander, huyó de la mano de Renato Leduc a México para sostener a este país como un refugio (no tan placentero en un inicio) y el plano perfecto para establecer lazos con varios de sus colegas y amigos surrealistas en el exilio: André Breton, Alice Rahon y su fiel confidente, Remedios Varo.

Las personas que estuvieron cerca de su haber y pudieron dar testimonio de sus actos, comparten que Carrington nunca sintió simpatía por la artista que marcó la historia, por lo menos de México: Frida Kahlo. Mucho menos se entregó a los impulsos de la época por rendirle pleitesía, o a Diego Rivera o a sus allegados, con tal de pertenecer al llamado círculo intelectual/artístico de México; le parecía ridículo tener que elogiar a dicho matrimonio para mantenerse cerca de la escena de las artes.

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Según entrevistas y conversaciones que sostuvo Elena Poniatowska con la artista y gente que la rodeó, se entiende claramente que la pintora inglesa no congeniaba con el dramatismo circundante a Frida ni con su manera de actuar. El aura histriónica de una pintora mexicana emborrachándose en fiestas y soltando gritos al por mayor le parecía molesto, así como el abuso y creación de su personaje.

En cuestión de estilos y miradas, es evidente que no compartían los mismos intereses, que surgían de universos diferentes: mientras Kahlo encontraba sus raíces en el indigenismo y en un sufrimiento al que parecía no querer renunciar jamás, Carrington mostraba imágenes internas de origen europeo, diálogos a partir de una mística personal y la constante ruptura con el todo.

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El pensamiento de Leonora Carrington se mantuvo siempre crítico frente a la cultura general y, en particular, frente a la realidad que todos apelaban; por ejemplo, quedan como vestigio de ello algunas declaraciones que bien podemos utilizar como retrato antagónico a las ideas que hemos visto a lo largo de la obra de Frida. Fue hacia el final de su vida que emitió comentarios más ligeros; pareciese que con el tiempo logró observar de manera distinta las decisiones de la otra artista. Podemos ver dicha evolución en las siguientes líneas:

  • No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista.

  • Ese endiosamiento en la mujer es puro cuento, las llaman musas, pero terminan por limpiar el excusado y hacer las camas.

  • El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí.

  • No me gustaría morir de ninguna manera, pero si llego a hacerlo algún día, que sea a los 500 años de edad y por evaporación lenta.

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  • La idea de musa es algo que yo nunca comprendí muy bien. Está basada en la divinidad griega, pero yo entiendo a las musas como señoras que se dedican a zurzir calcetines o a limpiar la cocina. ¿Quién fue la musa de Dostoievski? ¿Su epilepsia, acaso? Prefiero que me traten como lo que soy: una artista.

  • (…) conocí entonces a Octavio Paz, a Diego Rivera, a Fridha Kahlo y a José Clemente Orozco. La verdad es que no me interesaron ni Orozco ni Rivera, que eran muralistas políticos. Sí, en cambio, Frida, que empezaba a ser ya una mujer cargada de sufrimientos. Yo había estado en su segunda boda con Diego y mi última secuencia de ella fue verla ya enferma en la cama.

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Leonora fue una gran artista mexicana también, quien desde siempre supo apreciar otro modo de tratar sus locuras, de curar sus heridas, de guiar su pensamiento, de militar en la izquierda (política o cultural), sin caer en aquello que no aceptaba fácilmente de la siempre polémica Frida.

Siguiendo sus pasos, nos será posible ver que el arte en México en cuanto a espectro femenino no se reduce a Frida Kahlo, y que la pintura nacional no se traduce exclusivamente en naturaleza muerta.


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