Francis Bacon (Irlanda, 28 de octubre de 1909 – España, 28 de abril de 1992). Toda su trayectoria artística estuvo impregnada de una gran independencia, lo que lo hizo inconfundible dentro del panorama artístico europeo de la segunda mitad del siglo XX. Rembrand, Velázquez, Goya o Picasso están muy presentes en su pintura. Su visión atormentada de la sociedad de postguerra lo llevó a utilizar la deformación y alteración del cuerpo humano como un grito desesperado, con lo cual alcanzó límites desconocidos en la historia del expresionismo.
El destino hizo que Francis Bacon muriera en Madrid. Se despidió por la puerta grande en 1992, cogiendo la última bocanada de aire en el Hospital Ruber Internacional de Madrid. Se apagó a las 8.30 del 28 de abril por una crisis cardiaca. Durante sus últimos años pasó largas temporadas en España, y mucho tiempo durmiendo en una suite del Hotel Palace con uno de sus amantes españoles, José Capelo.
Valga esto como breve semblanza en el día de su muerte. Desde El Ciudadano, además, decidimos honrarlo remitiendo a una de sus lecturas preferidas, Oscar Wilde. Los puntos de contacto entre estos dos artistas son numerosos. La Ballada… que citamos era uno de sus poemas predilectos, y es que, justamente, Bacon amó y mató.
«Balada de la Cárcel de Reading» (1897) [fragmento], Oscar Wilde
Aunque cada hombre mata lo que ama,
que lo oiga todo el mundo,
unos lo hacen con una mirada amarga,
otros con una palabra lisonjera;
el cobarde lo hace con un beso,
el hombre valiente con una espada.
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
y otros cuando son viejos;
unos lo estrangulan con manos de lujuria,
otros con manos de oro:
el más amable usa un cuchillo,
porque así el muerto se enfría antes.
Unos aman demasiado poco, otros demasiado tiempo,
algunos venden y otros compran;
unos dan muerte con muchas lágrimas
y otros sin un suspiro:
pero aunque cada hombre mata lo que ama,
no todos mueren por ello.
No todo hombre muere de una muerte vergonzosa
en un día de negra desgracia,
ni le echan un dogal al cuello,
ni un trapo sobre el rostro,
ni caen sus pies a través del suelo,
en un espacio vacío.
No todo hombre vive con hombres silenciosos
que lo vigilan noche y día,
que lo vigilan cuando intenta llorar
y cuando intenta rezar,
que lo vigilan por miedo a que él mismo robe
a la prisión su presa.
No todo hombre despierta al alba y ve
aterradoras figuras a través de su celda,
el escalofriante capellán vestido de blanco,
el deprimente y severo alguacil,
y el director todo de lustroso negro,
con el rostro amarillo de la sentencia.
No todo hombre se levanta con lastimera prisa
para ponerse sus ropas de presidiario,
mientras algún deslenguado doctor se regocija y anota
cada nueva y repentina crispación,
manoseando un reloj cuyo pequeño tictac
es como horribles martillazos.
No todo hombre siente esa enfermiza sed
que le reseca a uno la garganta, antes
de que el verdugo con sus guantes de faena
cruce la puerta acolchada
y le ate con tres correas de cuero
para que la garganta no sienta más sed.
No todo hombre inclina su cabeza para escuchar
la lectura del oficio de difuntos
ni, mientras la angustia de su alma
le dice que no está muerto,
pasa junto a su propio ataúd, camino
del espantoso corredor.
No todo hombre mira fijamente hacia el aire
a través de un pequeño tejado de cristal,
ni reza con labios de barro
para que pase su agonía,
ni siente sobre su mejilla estremecida
el beso de Caifás.
Quizás también te interese:
http://www.elciudadano.cl/2016/04/26/279835/anatomia-de-la-autodestructividad-humana/
http://www.elciudadano.cl/2015/11/02/228157/marguerite-duras-entrevista-a-francis-bacon/