Salvador Benesdra nació en 1952 en Buenos Aires. Fue el hijo menor de una familia de clase alta dedicada al comercio de zapatos. De niño no habló hasta después de los 3 años y fue toda su infancia tartamudo. Cuando descubrió la lectura, también descubrió el insomnio prematuro: podía pasarse varias noches sin dormir para terminar sus libros. En la preadolescencia, luego de leer las obras completas de Lenin, inició su militancia en el Partido Obrero y a los 15 años convenció a su profesor de literatura de que se afiliara. Entre esa época y el comienzo de su carrera universitaria fue cuando estudió y aprendió los siete idiomas que hablaba con fluidez. Al momento de su muerte, estudiaba el octavo: japonés. Cursó la carrera de Psicología y la terminó en dos años. Durante la Dictadura, se exilió en Francia con su pareja, Mirta Fabre, y luego de que le extrajeron las glándulas paratiroides en una operación de rutina, tuvo su primer brote psicótico.
En 1982 volvió a Buenos Aires y fue cuando empezó su carrera periodística en varios medios, como analista político y económico. Disfrutaba el periodismo y veía la redacción como un espacio para desarrollar el pensamiento. Con la profundización del modelo neoliberal menemista y su intensa actividad sindical, los brotes psicóticos volvieron con más frecuencia, siempre bajo la misma idea: una inminente invasión extraterrestre que pretendía robarse el Obelisco.
Si Salvador Benesdra les parece un tipo raro, falta agregar que era un gran nadador, un excelente bailarín de salsa y que escribió la novela modernista más importante de la literatura argentina, junto con el Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. La novela se llama El traductor y es un largo texto autobiográfico que trata de dibujar o mapear —en el contexto de la caída del muro de Berlín— cómo es que funcionaba la mente de Salvador Benesdra ante los eventos de su realidad intelectualizada. Ricardo Zevi, el protagonista y álter ego de Benesdra, es una mente paranoide que lee los acontecimientos desde las propuestas teóricas de los autores que más resuenan en su formación humanista: filósofos, sociólogos, escritores, pedagogos. A su vez, se ve enredado en una historia de amor patológica con una evangelista salteña a la que convence de que abandone su religión.
La narración avanza sin tropiezos con una prosa barroca y magnética a lo largo de casi 700 páginas. Si el traductor —Ricardo Zevi— es Benesdra, entonces se ha de suponer que Turba, la editorial para la que trabaja, es la redacción del diario Página/12, donde Benesdra era redactor. El clima caótico de la flexibilización laboral y el mundillo del asambleísta asalariado es el apocalipsis generacional del libro. Un mundo en el que rápidamente lo que hasta hace un instante se consideraba nuevo ya es algo obsoleto, y una nueva categoría de novedad trae consigo una nueva idea de modernidad.
El traductor fue finalista del premio Planeta de 1995 (en 1994 ni había llegado a esas instancias). Benesdra insistió en un par de editoriales más y finalmente, luego de que le dijeron que no era un libro para el mercado, guardó el manuscrito en un cajón y empezó a escribir otra cosa. En 1996 su familia y amigos decidieron hacer una edición paga de la novela en Ediciones de la Flor; la tirada rápidamente se agotó y empezó el mito.
Hace poco, la editorial palermitana Eterna Cadencia reeditó este libro junto con otro inédito de Benesdra: El camino total, un texto de autoayuda. Si leemos el subtítulo, que es «Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio», podemos pensar que está hablando, desde una zona no ficcional, de los mismos temas que El traductor. Bien, el libro es una compilación de técnicas, reflexiones y consejos para las personas con problemas depresivos. Movilizado por la rentabilidad de los libros de autoayuda, sus estudios en meditación, psicoterapia, genética, y por la acumulación de brotes psicóticos, decidió escribir —mientras avanzaba con los primeros capítulos de El traductor— un libro que lo acompañara, que hablara de sus procesos humanos más íntimos despojados de la construcción de autor que hay detrás de cada novela. Así es como debe leerse El camino total y así es como debe entenderse El traductor, como un libro autoritario que necesitó de otro pequeño e intimista para consolidar su monstruosa autoridad. Dos libros que hablan de una personalidad dividida, extasiada, y a la vez preocupada, que ya no puede con lo que su cabeza le dicta.
Salvador Benesdra presentía, tal como los epilépticos y demás enfermos neurológicos, la aproximación de una nueva crisis. Por eso es que el 1 de enero de 1996 abandonó la playa uruguaya en donde estaba descansando, escribiendo, para volver a su departamento de Barrio Norte. Hizo un llamado a la clínica psiquiátrica en la que solía internarse para que le reservaran un espacio, pero luego lo canceló. Salvador Benesdra saltó el 2 de enero del piso décimo de su departamento en la calle Solís, unos meses antes de que su novela fuera publicada. En una carta que dejó a su hermana decía que no se sentía mal, que estaba muy bien, que de hecho estaba demasiado bien.