La tradición de acompañar el paso al cielo de un recién nacido es cada día menos frecuente, pero aún permanece el recuerdo de este ritual de pasaje en que el verso y la música consuelan a los deudos y los animan mostrando lo hermoso de tener un angelito que velará por ellos desde el cielo.
El canto a lo poeta se desarrolló en Chile a partir de la llegada de los colonizadores españoles. Para ellos era parte de su vida cotidiana el cantar, el narrar, bromear, discutir, utilizando el verso y la melodía.
La versificación permitió narrar los sentimientos y las opiniones, pero al mismo tiempo hizo que las ideas se perpetuaran gracias a su facilidad de memorización. Todos nosotros guardamos en la memoria algún dicho o refrán aprendido en la infancia que nos permite recordar, ya sea una norma de conducta o una manera de vivir, desde sentencias simples como: “Saltarín se llamaba el profeta”; “No por mucho madrugar amanece más temprano”; “La suerte de la fea, la bonita la desea”, hasta el más elaborado: “Treinta días tiene noviembre, con abril, junio y septiembre. Los demás tienen treinta y uno, menos febrero mocho que tiene veintiocho”.
En Chile, lamentablemente, el registro de esta actividad se vio limitado hasta la Independencia por la falta de imprentas. Hasta 1810 fueron casi inexistentes y su uso muy restringido, pero al nacer la patria se transformó en una misión imprescindible para el nuevo gobierno contar con una, la que permitió la difusión y discusión de las ideas.
A fines del siglo XIX, este medio permitió la aparición de la Lira Popular. En estos impresos fueron publicados miles de versos nuevos y antiguos que llevaban muchos años pasando de boca en boca. En ellos se cantan los temas de la vida humana y en la temática religiosa (Canto a lo divino) aparecen cantos que reflejan el sentir del poeta ante la muerte.
RITO Y ALIVIO
La muerte de un ser querido provoca la meditación sobre el sentido de la vida, la fragilidad de ella, el futuro incierto y lo pasado. Los poetas se incorporaron a ese sentimiento y participaron con sus cantos, tanto en Chile como en el resto de América Latina y España.
Así se gestó una situación en que el dolor de los deudos es aminorado por la música de guitarra, guitarrones y de versos.
Esta tradición nació entre la gente común, de ahí su diferencia con el dogma de las iglesias y con las costumbres de otras capas de la sociedad.
No faltaron quienes condenaron estas prácticas y, como señala M. Salinas, hicieron público escándalo por las aberraciones que se cometían en los velorios, relatando hechos de salvajes por sus borracheras y bailes, y de herejes por su contenido.
A pesar de estas críticas, la tradición de ir a cantar a los difuntos se mantiene hasta hoy, especialmente en las zonas rurales de nuestro país.
Pero no fue un canto único, se generó un canto para los adultos y uno para el bebé que muere antes de tener un año o menos de siete años, que todavía no puede rezar: el llamado “Canto del angelito”. Se desconoce desde cuándo se comenzaron a realizar, pero su elaborada estructura permite pensar en un lento desarrollo.
NIÑOS CON ALAS
La muerte de un recién nacido era un hecho muy frecuente antiguamente. Tenemos datos de principios del siglo XX que señalan que la tasa de mortalidad infantil era muy alta, casi 300 cada 1.000 nacidos morían antes de cumplir el primer año de vida. La falta de programas de salud, ausencia de higiene pública, agua potable, etc., diezmaban a los recién nacidos. Actualmente esa cifra bajó a ocho por cada mil.
El bebé que muere no tiene voz para expresarse; llegan entonces los cantores a su casa para hablar en su nombre. Se creó una escenificación que presentaba al niño sentado rodeado de sus objetos personales y sus alitas de ángel. Con ellas volará al cielo, ya que su alma es pura. Esta tradición se niega a creer que ese niño nació con un “pecado original” y será castigado. El niño que partió tan prematuramente será un ángel que desde el cielo cuidará a sus padres.
El velorio se desarrollaba largamente pasando por varias etapas. En primer lugar se disponía del bebé; se le vestía de blanco por su pureza y se le instalaba sentado en el lugar principal. Se le rodeaba de todo tipo de objetos, joyas, adornos en papel y alas para poder volar al cielo.
Uno o más cantores lo acompañaban durante la noche con cantos a lo divino y “versos del anjelito en los cuales la huahua se despide de sus padres i padrinos i de todos los parientes.” (1)
El ambiente es más cercano a la alegría que la tristeza, ya que se piensa que llorar al niño lo demorará en subir al cielo, quedará “penando” en la tierra. (2)
“Convencidos de que el alma de los angelitos se ha ido directamente al cielo, el funeral da ocasión a manifestaciones de regocijo, en que se invita a los vecinos y amigos a beber ya bailar… En el punto donde muere el angelito, habrá por lo menos una semana de jolgorio, y en una aldea que yo visité donde una epidemia de sarampión les había dado una media docena de angelitos, no se trabajó por cerca de tres semanas en varias millas a la redonda.” (3)
Rodolfo Lenz destacó un aspecto importante en este ritual: “El pueblo no considera tal muerte del anjelito como una desgracia mayor, porque, según la creencia popular, puede ser mui útil tener un anjelito en el cielo que pueda rezar por los pecados de sus parientes.”
En la noche se sirve alcohol y comida a los participantes y al amanecer se pone en un ataúd o caja el niño para llevarlo al cementerio.
Adios, padres venerados
A quienes debo mi ser;
Ya voi a resplandecer
Con los bienaventurados. (B. Guajardo 1812-1886)
En 1967 Patricio Kaulen registró un Velorio de Angelito acontecido en el centro de Santiago, que podemos ver en su película “Largo viaje” (4):
Un ángel voló
de la tierra al alto cielo
iba mostrando su “guelo”
al rumbo que lleva a Dios.
En esta tierra vivió
de la misma tierra se alza
cantando las alabanzas
de este hecho tan glorioso
va alma de este ángel hermoso
por altos cielos se avanza. (5)
Estos velorios son cada día menos frecuentes, pero el año 2011 participamos en un velorio de angelito realizado en Santiago. En él se cantó a un bebé de pocos días que se encontraba rodeado de juguetes y adornos, pero dentro de un ataúd, ya que las actuales normativas no permiten la usanza antigua. Fue acompañado durante toda la noche de cantos y bailes frente a la mirada absorta de sus padres.
Esta tradición de pasaje ya es cada vez menos frecuente. Gracias a los avances de la medicina muy pocos bebés mueren en los primeros días de vida, pero se mantienen en el recuerdo los versos creados para acompañarlo en su camino a la gloria.
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NOTAS:
(1) Lenz, Rodolfo. “Sobre la Poesía Popular Impresa de Santiago de Chile.” Anales de la Universidad de Chile (1894): 510–622, p. 562 y ss.
(2) Salinas Campos, Maximiliano. Canto a lo Divino y Religión Popular en Chile hacia 1900. Santiago: LOM ediciones Ltda., 2005.
(3) Teodoro Child citado por M. Salinas.
(4) http://www.youtube.com/watch?v=YaVppzDCUfU a partir de 18:50
(5) Largo viaje: 24” 02’
Por Humberto Olea
Licenciado en Filosofía (U de Chile), magíster en Literatura (PUC), doctorando en Literatura (U de Chile).
Fotograma de «Largo Viaje». Patricio Kaulén, 1967.
Onda Corta
El Ciudadano Nº136, segunda quincena noviembre 2012
Fuente fotografía