Quizás alguna vez experimentaste esa sensación natural, como desde la guata, de que cuando te enfrentas a una persona, a una canción o a cualquier experiencia humana, te resulta tan propia y significativa, tan tuya. Recuerdo, por ejemplo, cuando escuché por primera vez Breathe de Pink Floyd una tarde de verano en una pobla de Coronel a mis catorce. No podía entender qué mierda pasaba a esa hora mientras me tomaba torpe una de mis primeras cervezas, pero lo único que puedo asegurar con el tiempo es que eso que sonaba en esos escasos minutos fue tan hermoso como calador. Han pasado 25 años y me bebo otra cerveza mientras escucho Encuentros y despedidas de Elizabeth Morris y lo primero que pasa es que me siento interpelado, suena esa música que siempre quiero oír, una forma sonora que me define.
Morris y la música en tránsito.
Encuentros y despedidas es el último trabajo discográfico de esta música, quien desde su sensibilidad ofrece un disco honesto y maduro. La riqueza creativa alcanzada es posible entenderla tanto para quienes la empiecen a descubrir como para aquell@s que la seguimos.
Soy un convencido de que los gustos cuentan con una doble naturaleza: una porción que brota intuitiva desde las células con las que nos tocó habitar esta vida y otra que se colorea con las experiencias vitales que definimos en cada microdecisión, en cada microazar que nos abraza y cuando te enfrentas a las canciones que contiene este disco, alguna de estas dos dimensiones será el origen para quedarse en estado de contemplación y de goce.
Morris propone en este disco un paseo por diferentes escenarios, pero todos ellos de una u otra manera se circunscriben a la sensación de viaje, al diálogo permanente de encuentros y despedidas. A veces con el dolor que significa el desarraigo y ese hogar robado por la desidia, otras con una energía esperanzadora que procura dejar atrás lo sombrío y abrirse a un lugar iluminado.
Pienso en la canción que abre el disco, “Blanco y Negro”, una delicada crónica en donde la hablante ofrece una serie de imágenes que rememoran la sensación de permanente tránsito, la búsqueda de esa tierra perdida y que no se parece a la que fue narrada por los padres a la distancia –cabe recordar que Morris partió exiliada junto a su familia a Alemania cuando era solo un niña-. Escenas caladoras como “Llego a una estación en blanco y negro / llevo mi equipaje del destierro / bailan en el aire los pañuelos / viaje en el tiempo en blanco y negro” o “Viajo como un ave migratoria hacia un país en otro tiempo”, articulan el nostálgico relato que Elizabeth ofrece acompañada de una exquisita sonoridad teñida de Latinoamérica.
Otro momento de este Encuentros y despedidas, se tiñe con esa pulsión tan humana y que nos mantiene erguidos y dando la pelea. “La Mejicana” es una canción que narra un mal amor y que tras la excusa de una historia romántica, resuena como cualquier historia nuestra, errática y dolorosa: “Me regalaste cadenas / con falsos besos me heriste / en sombra me convertiste / vagando como alma en pena”, que se redirecciona y convierte en un movimiento que repunta, sacude la miseria y mira esperanzado lo que vendrá: «Después de tanta penumbra / remontaré del ocaso».
Lo que escucho es lo que soy
En este disco podría haberme detenido en variables como la apuesta por otros recursos sonoros –como en el uso de bases, por ejemplo-, pero creo que lo que provoca más ecos en la experiencia de Encuentros y despedidas es su solidez lírica. Porque creo que en esas historias tan vívidamente humanas ofrecidas por esta creadora, habita eso que hace muchos años despertó en mí una vieja canción pinkfloydiana: un viaje, un lugar tan parecido a eso que realmente soy.