Casa Litterae Editores, 2015
Uno de los arcos poéticos más notorios del país, está relacionado con el trabajo experimental, el lenguaje y la ciudad. Y en este arco, existe un grupo de creadores ligados por su locación geográfica -Concepción- y su preciso arte: la poesía. Es un grupo integrado por Carlos Cociña, Thomas Harris, Alexis Figueroa, Carlos Decap, Egor Mardones y Jorge Ojeda, autores en plena producción y vigencia al día de hoy. Nacidos entre los años del 50 al 60, han sido vinculados tanto por estudiosos como por sus mismos pares a la poesía urbana, en la que en su momento originaron un nuevo acercamiento y otra lectura del paisaje/ciudad, amplificado, estimulado y recompuesto por la visualidad. Dentro de ellos, el último, desconocido y radicalmente diferente, es Jorge Ojeda, habitante actual de Puerto Montt. Su tentativa poética, esencialmente fantasmal en el sentido de lo ubicuo e inasible, proyecta obra y poeta al limbo de lo situado fuera de las categorías. De sí dice el poeta: Me considero un desertor puro: Nunca competí. Nunca hice carrera. No obedecí al modelo de nada. Era demasiado inteligente para tener una vida convencional. Por eso soy un blanco siempre en movimiento. No tengo dónde regresar, y en virtud de ese nomadismo me atrevo a afirmar que pertenezco al lugar donde momentáneamente me encuentro. Y asimismo, del poeta, dice, con voz de profecía: Un poeta anónimo virtual en la megalópolis global intensiva. Poetas de la velocidad que nos hablarán y se horrorizarán quizás de las guerras electrónicas, de las democracias virtuales, de bombas informáticas, de las clonaciones y de la difícil tarea de distinguir entre humanos y replicantes por los avances de la biotecnología. Es complejo resumir y dar siquiera un vistazo a la obra de un creador así. Un poeta formado en el experimentalismo clásico (que también ya es un criterio de nuestra tradición) citadino y ochentero, pero impregnado de pathos ciberpunk. Un constructor de libros, no, de instalaciones literarias, que aún siendo libros, distan de los artefactos parrianos como un motor fotónico de un trompo de Chillán. Su último trabajo, editado hace un par de años, pasó desapercibido, como el mismo viento de P. K. Dick. Aunque – lo dijimos- más que un libro, y al modo de todos sus libros anteriores, era algo así como un manual técnico de exploración de lo real. Y más específicamente, el manual de emergencia de un paracaidista ciberpunk. Por eso pienso que Ojeda sería más leído y acaso entendido entre las torres de Rappongi Hills, de Tokio, uno de los pocos puntos de la tierra donde su futuro, ya llegó. El Libro del vórtice es el libro del hablante modificado como teleportador. Se trata de “alguien adeínicamente alterado y cuyo registro es el mensaje embotellado a la deriva de elipsis espacio-temporales” anota Leonidas Rubio en el prólogo. Es otra manifestación de la poesía exógena, del exopoeta Jorge Ojeda, refugiado en el lejano sur.
Por Alexis Figueroa, BUFÉ / Magazine de Cultura, Concepción