En vivo: Kloketen celebró en Wetripantu

    Si alguna propuesta musical asociada al rock ha perdurado en nuestras tierras, esa es indiscutiblemente la de fusión Folk- Rock

En vivo: Kloketen celebró en Wetripantu

Autor: Cristobal Cornejo

 

 

Si alguna propuesta musical asociada al rock ha perdurado en nuestras tierras, esa es indiscutiblemente la de fusión Folk- Rock. Surgida a comienzos de los años setenta de la intersección del rock chileno y la Nueva Canción, el folk rock arrojó de inmediato la certeza del rock chileno como posibilidad identitaria y fue la única línea que estableció una genealogía real a través de los tormentosos años de la dictadura.

Folk Progresivo, Fusión Latina o Rock con Raíces, la propuesta de Kloketen se enmarca en lo que ellos mismos han llamado Etno Folk Rock. Su estilo en principio estaba basado en el rescate del mundo perdido de las culturas fueguinas y australes como los Selk’Nam o Kawesqar, casi desaparecidas ante el avance winka.

Pero con el tiempo este grupo amplió sus posibilidades incorporando los sonidos del altiplano, de la etnia mapuche y de algunas vertientes populares de la Nueva Canción.

La noche del pasado sábado 24, noche de Wetripantu, la sala de la SCD en Bellavista, Santiago, se llenó con un público que desde el comienzo escuchó con respeto y atención lo que se ofrecía desde el escenario.

 Kloketen tiene muy clara su película y lo que desean hacer. Su sonido es divergente de otras propuestas folk rock como las del grupo Zinatel, o las de los extintos Huaika, pues sólo el bajo electrónico de Eduardo Oyarzún, muy competente en la base rítmica junto a la contundencia percusiva del batero Cristián Bustamante, incluye un soporte eléctrico. Todo lo demás, guitarras, aerófonos y percusiones varias poseen el rasgo acústico y desenchufado de un grupo de proyección folklórica. Kloketen elige el formato canción y sus temas, a veces breves, son muy pulidos y pulcros. Las letras son directas y a veces simples pero cumplen con la fisonomía del rescate de raíz cultural y social que el grupo pretende comunicar.

La banda toca muy bien y todos los integrantes, comandados por el guitarrista Guido Jorquera, lucen muy compenetrados y aplicados a la idea del grupo. Los temas de Kloketen mantiene una alto nivel de intensidad en la escucha en vivo pero al menos lo que se escuchó en la primera parte nunca se salía de sus cauces ni se desmelenaba como para generar un clima de euforia colectiva. Las canciones sonaban muy arregladitas y llenas de detalles tímbricos y rítmicos aunque trabajadas sobre bases armónicas simples, no obstante no incluían solos ni secciones de improvisación lo cual me generó cierto desconcierto, pues esperaba que en algún momento el grupo se soltara un poco y se desmadraran un poco, la banda estaba demasiado contenida y poseída de su cauce melódico rítmico sin salirse nunca del libreto. Los temas fueron variopintos y sólo una balada ocupaba bases de blues propiamente emparentadas con el rock.

Todas las dudas que tuve en la primera parte quedaron despejadas en el complemento. Entonces sí que Kloketen arremetió con un set de temas cargados de emoción y de expresividad que decididamente llamaban a la respuesta corporal. La participación de dos parejas de bailarines andinos le dio más colorido y variedad al show y al final el concierto contó con la aprobación general del público que despidió con una ovación la honesta y profesional entrega de los integrantes del grupo. Un encore a todo vapor con “Deja la Vida Volar” del Víctor, dejó todavía más arriba el ánimo y el contento colectivo.

Kloketen dejó una impresión favorable, acometida con una convicción y una entrega total, lo cual siempre se agradece ante una ceremonia musical en directo como la de esa noche.

Este grupo se integra así al gran corpus de bandas folk rock de las que el rock chileno tiene una hermosa y bullente memoria desde Los Jaivas a Vejara, en una secuencia que ya tiene más de cuarenta años de irradiación.

Kloketen es un grupo cuya música se toma o se deja sin términos medios. Yo, se los agradecí.

Por Fabio Salas Zuñiga

El Ciudadano

 


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