*De novela inédita «Los Años Perdidos del Transantiago»
05:40 AM: Era improbable que algo rompiera el status quo. La cita con la prensa estaba programada a las 10:00 y sería puntual. Todos serían puntuales. Si su objetivo diario era mejorar al máximo los estándares de calidad del transporte, era requisito ineludible predicar con el ejemplo. Había que seguir con rigurosidad el orden preestablecido de los acontecimientos si la meta era acercarse al máximo de eficiencia. A su juicio, no cabían dos visiones al respecto. Es más: le resultaba inconsmesurablemente incomprensible que se intentase siquiera enarbolar alguna práctica o estratagema alternativa. Lo que la planificación -y en un orden más amplio, las reglas- tenía como fin era, justamente, evitar (en la medida en que fuera posible: no era sano engañarse tampoco) la detonación de cualquier episodio que pudiera desembocar en crisis, por menor que éste fuese. No es que le atemorizase tal eventualidad. Disponía de experiencia y mucha en tales lides. Es más: su espíritu jamás bajaba la guardia a la espera de cualquier incidente terrible o inesperado ante el que guerreros de menos rango no hubiese hecho más que huir. Los problemas, conflictos y desbarajustes podían llegar a él como tempestades: el refugio de su voluntad les haría pasar a su lado sin que siquiera evaluaran una pérdida de tiempo tan insensata.
07:02 AM: ¡Qué frío tengo! ¿Por qué tengo tanto frío? ¡Es cómo si me pudiera morir de frío en esta cama y después de muerto siguiera sintiendo este frío, este frío que ahora me está calando los huesos! ¡No te muevas! ¡No te muevas! ¡Trata que tu cuerpo pueda absorber el máximo de calor que te están entregando estas frazadas! A lo más, intenta mover un brazo y tratar de cubrirte la cabeza con las frazadas. Eso, cúbrete. Trata de volver a la oscuridad. Quizás puedas sofocar esta angustia y volver a dormir. No te quedan más de 20 minutos. Eso es todo lo que está a tu alcance. ¿Recuerdas aquel artículo que leíste, esa bobería en las Selecciones del Rider Digest que decía que una de las formas de llamar al sueño era contener la respiración reiteradamente hasta que llegara la inconsciencia por la baja del flujo de oxígeno al cerebro? ¿Podrías intentarlo, o no, bebé? A ver, prueba. Mmmm, no está mal. Podría decirse que es fácil. Inhala y retén el aire. Sigue. Sigue. Sigue. ¿Te duele un poco? Bueno, un poco de dolor tampoco hace mal. Soltaste el aire. Intenta de nuevo. Despacio. Lento. ¡Esfuérzate! ¿Ves como has perdido el tiempo? Te quedan sólo 16 minutos. ¡Y tú ahí como estúpido! ¡Duérmete, imbécil! ¡Duérmete de una vez!
05:52: Ciertamente era agradable permanecer en la cama y abrazar a tu esposa y sentir una cálida tranquilidad cada vez que te despertabas. Era una buena manera de afrontar los desafíos que nos traía el día a día. Estar abrazadito, rico, con la mujer que amas y a la que sabes que dedicarás el resto de tus días. Sentirla. Rozar delicadamente su cabello con tus labios. Sonreír en medio de la noche, profunda como sólo ella sabe serlo. Quizá tocar tenuemente sus piernas. Sus muslos. Ascender un poco. Parece que se está moviendo. Se acerca a ti. Le gusta esto. Sube. Sube sólo un poco más. Pero no. No es el momento. Es muy reconfortante todo esto, pero tanto ella como tú saben que tienes que levantarte para cumplir una labor que te fue encomendada por la propia Presidenta. Creo que sería bueno que te levantaras ¿te parece bien? Uno es ministro de Estado las 24 horas del día. Recuérdalo, muchacho.
07:31: Le dolía la cabeza. Para variar. Le estaba sucediendo todos los días. Cada despertar: una punzante e inmovilizadora jaqueca. Era como si todo su malestar físico –el que comprendía también una intensa sensación de asfixia sumada a una amenazante tensión cardíaca, un inestable ardor de los pulmones, recurrentes dolores y acidez estomacales, sudoración constante y un nerviosismo por poco suicida- fuera una advertencia desesperada de su cuerpo para decirle que estaba a punto de tocar fondo. Debía enfrentar ese día y por poco se arrojó de la cama. No obstante, el sueño le venció. Volvió a abrir los ojos a las 07:42. “¡Mierda, de nuevo retrasado! ¡Siempre es lo mismo! ¡Si cambiarás tu predisposición al trabajo de seguro te iría mejor! ¡Pero no puedes y eso es porque eres un vago y un bueno para nada! ¡Y toda tu vida lo has sido! Maquinalmente, se dirigió a la cocina. Prendió el califont. Sentía un frío tremendo. Agua. Hervir agua. Un café. Eso necesitaba. Un estimulante que le devolviera la poca entereza que le quedaba. Un café y bien cargado. Nada más. La mejor solución para sofocar su inmovilismo. Segundos después, ponerse en marcha. Cambiando, desde luego, de actitud. Si uno era positivo, atraía las buenas vibraciones del universo. De eso no cabía duda: a la gente positiva le iba bien y triunfaba. ¿Porqué no triunfar? Era una idea estimulante, pero el dolor de cabeza le seguía fastidiando. ¡A trabajar! Ese era el destino común de los hombres. ¿Por qué le costaba tanto ser como todos? En la ducha, por descuido, ingirió algo de shampoo. Al escupirlo, le invadió una nausea repentina. Se apoyó en las baldosas del muro con la mano izquierda metiéndose los dedos de la otra en la boca. No pudo vomitar. Comenzó a toser. Antes de que se fuera por el agujero de desague, advirtió el rápido pasar de un esputo de flema. Le bastó eso para recordarlo: le esperaba otra decepcionante y tensa jornada como monitor territorial de Transantiago Educa.
06:35: ¡Sí, será un gran día! El sistema de transporte público tiene ciertas falencias, pero creo que se están tomando las decisiones adecuadas para su solución. Estamos en el camino correcto y estoy convencido de que el tiempo nos dará la razón. Los chilenos advertirán con los años que aquí primó un empeño explícito de las autoridades por establecer en el país una política transportista eficiente, moderna y acorde con las altas exigencias del mundo de hoy. Por supuesto, hoy abundan las críticas cortoplacistas, pero, tarde o temprano, se evaluará nuestro trabajo en su real dimensión. Mmmm, aún no me convence del todo esta combinación. A lo mejor, probar con otra corbata…”
por Francisco Ramírez