Alquimia Ediciones
2015
“la sed es nada la imagen es todo / un ciego que se cubre los ojos sordo cubre/ las orejas un mudo la boca/ son distintos al ciego sordo mudo descubierto/ e iguales al vidente oyente hablante que”.
Enrique Winter ha recibido premios tan importantes como el Concurso Nacional de Poesía y Cuento Joven, el Festival de Todas las Artes Víctor Jara, Goodmorning Menagerie Chapbook-in-Translation, entre varios otros, y hace menos de medio año, con Lengua de Señas obtuvo el Premio Nacional de Poesía de Chile “Pablo de Rokha”. Pero ¿Qué señas son las que busca Enrique Winter en esta experiencia literaria?
Investigando acerca de lo que es una lengua construida por medio de gestos, mímicas, guiños y muecas, me encontré con el .pdf de un libro publicado en internet que data del año 1620, Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar a los mudos de Juan de Pablo Bonet. Tras darle una ojeada y sin poder entender el ejercicio que proponía el autor, pude intuir que la reducción del lenguaje escrito y por tanto sonado, de las palabras, de las letras, de los fonemas, y convertidos a símbolos, comprende un cambio gestual, visual y espacial al momento de representar con señas la acción tan humana de comunicar. En ese sentido, cuando un lenguaje es reducido a señas, -que se piensa es mudo y no lo es-, esa conversión a gestos, simbologías y pensamientos corporales, delatan que la escritura ha sido reacomodada para dar un nuevo sentido a la lengua y no para el aislamiento de la misma. ¿Sería posible pensar que la reducción de unos versos limiten la comprensión de estos? Quizás no. ¿Ha tomado la poesía actual un rol aparentemente tecnológico en la página? ¿Podría ser Lengua de Señas una suerte de aplicación para móviles? Pareciera que alguna vez la voz del poeta quiera graficar una conversación por chat:
“oímos cómo mueven
algo que nos aturde o aturdió
dándonos la ventaja
de
la última
palabra de la foto y del video
que acaban de subir y que mañana
no estará allí ni acá el
comentario
al pie”
Por básico que suene este planteamiento, el efecto podría ser contundente: puesto que Lengua de Señas parece escrito desde la inconsciencia de una comunicación, desde un aislamiento, un lugar en que el poeta concibe, combina y asocia símbolos como si padeciera de una imposibilidad de decir con frases completas, entonces lo hace con señas, señas que le dan las palabras. Quizás exista algo que se observa entre blancos: la fractura al decir y el auxilio a la imagen, a lo largo del libro.
En ese sentido, Winter tiende al arte de abstraer el lenguaje, hacer collage con las frases, hasta el punto de su incógnita destreza; lo que me dio un chispazo de obstinación por querer comprender qué se planteaba con esta publicación. ¿Se debería este libro en sí a una necesidad del arte de la reducción? Podría ser. Incluso, si notamos que el libro no tiene índice. El acierto es que es una pieza literaria muy actual. La lengua hidrata y saliva la boca del autor como señas digitan la página. Larvas, polillas, arañas y pequeños seres se cruzan con su visión de mundo, de infancia, juventud, paisaje, capitalismo y sexualidad.
Sin duda, un libro de principio a fin construido desde un asiduo recorrido por las letras y coherentemente diseñado. Y en esto último, la portada es también parte de este documento, podríamos decir autobiográfico, que como John Berger en Sobre El Dibujo, se trata de una representación de la imaginación, la recreación o el recuerdo de un descubrimiento, porque esas imágenes dibujan en todas sus páginas de principio a fin una FFF, una forma física fundamental: “esta boca es un marco de la lengua de señas” , acaba.
Por Pía Sommer
[Editora de Arte y Cultura]