-En tus libros suele haber una relación bastante fuerte entre lo político -no en un sentido partidario, sino más vinculado a la denuncia- y la literatura. ¿Cómo manejás esa relación?
-Yo no la pienso a priori. Cuando escribo una ficción, estoy pensando en construir ese universo donde los personajes se van a mover. Cuando pensé Ladrilleros (Mar dulce, 2013), tenía en la cabeza una historia del tipo Romeo y Julieta pero corriéndole el eje a la historia de un chico y chica para que fuesen dos chicos. De ahí surge también narrar como es ser homosexual y de clase baja en el interior y como no es lo mismo que ser «gay» en Buenos Aires. Pero la intención es siempre contar una historia, no la denuncia. De todos modos cuando escribo no dejo de ser o de pensar lo que soy o pienso cuando no estoy escribiendo: escribo con todo lo que me interesa encima, no es un traje que me ponga y me saque. Por más que yo no me proponga que aparezca, en algún momento se filtra y tiñe la ficción, ya sea por adición u oposición. Ladrilleros fue un intento de hablar de la masculinidad, de las distintas relaciones de amistad, amor y familiares entre varones, y como viven las mujeres en relación a eso, donde aparece el machismo que las excluye al mismo tiempo que se dan valor los unos a los otros. Son, en definitiva, cosas que a mí me interesan desde siempre pero no es algo planificado desde el principio. No me interesa la literatura como vehículo para decir «yo creo esto».
-En ese sentido, siempre se te suele asociar al «documentalismo literario» y vos respondés que no. Por lo que decís, se puede pensar que la realidad se sube al tren de la ficción ya andando y no al revés.
-Yo doy talleres literarios hace bastante ya y cuando un alumno me dice que quiere escribir sobre un tema en particular, yo le respondo que no tiene que pensar en un tema, sino en los personajes, las relaciones, el contexto. El tema dejá que después lo vean los críticos y los periodistas. Después sí, surgen las múltiples lecturas con las que se puede coincidir o no, pero te abren la puerta a descubrir un montón de cosas de ese texto que por lo menos yo no sabía. Yo no pienso en temas. Por ejemplo, en El viento que arrasa (Mar dulce, 2012) yo no planeaba escribir sobre religión, sino sobre una relación de un padre con su hija adolescente, donde ambos se llevan mal y están obligados a convivir en un auto por muchos kilómetros porque el tipo es un predicador. El mismo trabajo de la escritura después te lleva a que aparezcan cosas nuevas y los cambios en los personajes, que llevaron a hablar más de la religión de lo que yo pensaba. No tengo mucha conciencia de lo que van a hacer los personajes antes de escribir, por eso muchas cosas se me revelan en los comentarios posteriores.
Yo doy talleres literarios hace bastante ya y cuando un alumno me dice que quiere escribir sobre un tema en particular, yo le respondo que no tiene que pensar en un tema, sino en los personajes, las relaciones, el contex
-A la hora de escribir, ¿tenés alguna rutina o mecanismo?
-No, menos últimamente que me cuesta mucho sentarme a escribir. Me pasó con Ladrilleros que me tomé mis quince días de vacaciones para poder terminar esa novela porque ya tenía la idea rondando en la cabeza. Ahí me obligué a escribir 10 páginas por día aproximadamente, pero fue la única vez que pude cumplir con eso. Las fechas de cierre o «deadlines» suelen ayudar mucho en eso. Es raro, porque es una de las cosas que más me gusta hacer y por el otro me cuesta un montón sentarme a hacerla.
-Tiene que haber como un estado mental especial, una disponibilidad, ¿no?
-Sí, puede costar escribir, pero a la vez cuando estoy con un nuevo proyecto lo tengo siempre presente en la cabeza y estoy pensando en los personajes, las escenas, los detalles de manera constante. Me imagino que eso debe ayudarme cuando finalmente me dispongo a escribir, porque sale más rápido y cuesta menos. De todas formas, siempre aparece la historia afuera de la hoja y después me siento a escribirla.
-En una entrevista hace poco con Alejandra Zina hablábamos sobre como la literatura escrita por mujeres se suele encasillar a la «mirada femenina» o «libros de mujeres para mujeres». ¿Vos como te posicionás frente a ese lugar común?
-Supongo que sí hay una “literatura de mujeres hecha para mujeres”, que son más que nada tretas editoriales orientadas a un público en particular. Fuera de eso, no sé bien qué podría hacer que una literatura fuera «femenina». ¿Que los personajes fueran mujeres? No necesariamente, sino Flaubert no hubiese escrito Madame Bovary. Lo de los temas es lo mismo: las relaciones de amor, de poder, de familia, aparece en libros escritos por varones también. Me parece que es una categoría que quedó vieja o que siempre lo fue. No creo que alguien lea pensando que es femenino porque ese libro está escrito por una mujer. Yo leo a mujeres como a varones, porque los libros me interesan más allá del género de quién lo escribe. Yo soy feminista, pero no por eso voy a leer solo a escritoras, eso pasa por otro lado. De todas formas también el género es político: así como ciertas ideas que tengo se cuelan en lo que escribo, el hecho de ser una mujer también podrá aparecer.
–¿Creés entonces que esas distinciones ya quedaron obsoletas?
-Hay que despegarse de una vez por todas de esas categorías. Cuando salió El viento que arrasa, donde todos los personajes son varones excepto Leni y las madres (que además están ausentes), era una pregunta frecuente: ¿por qué las mujeres de tu libro abandonan a sus hijos? Yo respodía: “Y bueno, porque en el mundo también sucede eso, no es una idea alocada que se me ocurrió a mí”. A lo sumo el lugar negativo a la mujer se lo pone el lector, en el libro no hay ninguna opinión ni un juicio de valor sobre eso. No estoy diciendo qué mal las mujeres que abandonan a sus hijos. Hay circunstancias claras en la novela de por qué ocurre esto con esos personajes, si a un lector le parece mal o bien no es asunto mío. Si vamos al caso, en la mayoría de mis textos los personajes son varones y eso qué tiene que ver. Son más prejuicios de lectura que otra cosa.
Yo soy feminista, pero no por eso voy a leer solo a escritoras, eso pasa por otro lado. De todas formas también el género es político: así como ciertas ideas que tengo se cuelan en lo que escribo, el hecho de ser una mujer también podrá aparecer.
¿Cómo se puede posicionar una autora ante este contexto de violencia de género? También teniendo en cuenta la pata más periodística con Chicas muertas (Random House, 2014).
-Para mí ese es un tema de militancia personal, estoy siempre preocupada e interesada por el asunto. A veces me pesa o me incomoda que ante un nuevo femicidio me llamen para escribir una notita de dos mil caracteres: llamá a alguien que sepa del tema, para mí es un asunto que merece investigación y mucho trabajo previo. Cuando me llaman de una manera irresponsable para hablar del tema siempre digo que no, y me lo han ofrecido muchas veces, porque lamentablemente a cada rato hay motivos para escribir sobre eso. Es un tema para informar y no seguir desinformando, seguir creando prejuicios que ya hay bastantes. Haber escrito un libro no me habilita a mí para hablar sobre la violencia de género, hay gente que estudia e investiga esa problemática hace años. No me interesa convertirme en una especie de “vocera mediática” o “panelista” en un tema que merece mucho respeto y cuidado.
-En referencia al ambiente literario, actualmente se te suele nombrar como a una de las autoras contemporáneas referentes. ¿Cómo tomás ese rol?
-Sé que se le dio un lugar a mis libros en los últimos años, pero yo soy la primera sorprendida con eso. También soy consciente que el canon puede cambiar de manera muy rápida, por lo que prefiero no comerme el cuento de autora referente. Lo que tengo que hacer es seguir escribiendo y disfrutarlo, que es lo que me da serenidad con respecto a la exposición. Estuve mucho tiempo sin el reconocimiento: pasaron 20 años desde que comencé a escribir hasta que desperté un interés un poco mayor. Si mañana cambiara el viento y no le interesara más a nadie, creo que yo seguiría escribiendo porque es lo que más me interesa, porque si ya venís de que no te den pelota, me imagino que volver no debe ser tan traumático.