Eso de “entrar y salir”: Tres álbumes de raíz tradicional para el 2012

La opinión conservadora que se tiene sobre las expresiones clásicas del folklore chileno -donde el huaso y el Valle Central se oponen al cambio y la creatividad- no es tal, si se fija el oído en determinadas propuestas dentro de esta escena: propuestas que transitan con comodidad entre un respeto irrestricto hacia la tradición y […]

Eso de “entrar y salir”:  Tres álbumes de raíz tradicional para el 2012

Autor: Cristobal Cornejo

La opinión conservadora que se tiene sobre las expresiones clásicas del folklore chileno -donde el huaso y el Valle Central se oponen al cambio y la creatividad- no es tal, si se fija el oído en determinadas propuestas dentro de esta escena: propuestas que transitan con comodidad entre un respeto irrestricto hacia la tradición y pulsiones de innovación y avance.

Al abrir el libro dedicado al fotógrafo Alfredo Molina Lahitte (1) encontramos la imagen de una famosa vedette cubriéndose con chupalla, manta y guitarra. Podría pensarse, dado el caso, que en algún momento del pasado siglo nuestra imaginería folklórica dio para activar los resortes eróticos de las audiencias. Pero más allá de la extrema particularidad de este ejemplo, el semblante afectado de mucha de la música folklórica que se ha venido produciendo y difundiendo desde hace casi cien años, probablemente haya provocado, junto a otros factores, que el núcleo duro de esta fase de la identidad nacional esté inoculada ante lo lidibinal, imposibilitada de afrontar la conflictividad social, la desproporción económica, ciertas condiciones de género o, derechamente, una más elaborada y voluptuosa ensoñación.

Quizás esto tuviera que ver con la denuncia que Nicanor Parra hiciera de la “exaltación del folklore a categoría del espíritu” (2) como un problema contingente, apuntando probablemente a la escenificación que se lleva a cabo aquí de la sublimación de los problemas estructurales que han afectado siempre al pueblo chileno. Septiembre, “Mes de la Exaltación”, reaviva esta condición y permite tematizar este dilema. La indudable trascendencia de la escena folklórica en la historia de la música local no obsta para asumir una actitud crítica sobre las dinámicas y principios que la han animado desde la década de 1920, actitud que fuera asumida activamente por Violeta Parra, quien proyectó desde sonoridades locales y tradiciones afines, innovaciones estéticas y reacomodos sociopolíticos que desnaturalizaron sus formas oficialistas. Esto no es otra cosa que la superación estilística y temática del folklore clásico.

Desde los sesenta puede seguirse una genealogía que liga el gesto parriano con propuestas que en la actualidad cubren tanto lo experimental y lo docto, como lo más popero y comercial. Sin embargo, un elemento clave que se escapa al sentido común folklórico, apunta precisamente a una constante en la experiencia parriana: una progresión estética basada en un cabal conocimiento de la tradición, pues su obra experimental, cantautoral y lírica no hubiera existido sin haberse transformado la folklorista en el epítome de la cantora campesina y en avezada cantora a lo poeta.

INNOVACION/TRADICION

Eso de “entrar y salir de la modernidad”, máxima rubricada por García Canclini (3), se ajusta con comodidad a lo que aquí refiero. Desde la Nueva Canción Chilena y pasando por nuestro rock clásico –Los Jaivas, Congreso, Blops-, el Canto Nuevo y hasta la inagotable cantera de cantautores y agrupaciones, actuales tributarios de Parra y Jara, hay un denominador común que asocia lo nacional y lo popular con elementos sonoros y líricos sometidos a la dinámica de fusión y creación sobre recursos de factura folklórica. Y existe un grupúsculo que va más allá, aduciendo un contacto más directo, sea con la academia del folklore clásico, sea con un canto tradicional que no figura en el foco de atención de la raíz folklórica, cruzando hacia esas mismas dinámicas híbridas y experimentales que inspiran el trabajo de los colegas antes mencionados. Este es el caso de tres álbumes lanzados este 2012: “Perro Callejero” de Manuel Sánchez, “Por los vivos y los difuntos” de Enjundia, y “Legado” de Andrea Andreu (en la foto del encabezado).

Éste último disco representa un interesante ejemplo de fidelidad academicista expresada con osadía. Su repertorio corresponde en su totalidad a material entregado por Margot Loyola, maestra de Andreu, más cuatro piezas de autoría donde la tonada es ajustada a una tendencia fuerte en la actual música latinoamericana: la sofisticación del cancionero folklórico bajo criterios derivados del jazz fusión –cuyo máximo exponente sea con seguridad, Pedro Aznar. La calidad de esta obra reside en su honestidad, pues se presenta como un disco folklórico, según el paradigma clásico de recopilación / proyección, incluyendo a un tiempo esta enmienda que integra el trabajo de Andreu a dicha tendencia en boga.

Por su parte, “Por los vivos y los difuntos” de Enjundia es asociable a un rock sicodélico-progresivo en su bajada latinoamericana. Su despliegue tecnológico, el impecable trabajo en estudio y la capacidad interpretativa de sus integrantes se orientan a abrir un espacio musical –indiodélico, nos gusta decir- donde figuran el infaltable 6/8 y otras sonoridades que hacen parte del acervo sonoro surandino, presentes desde hace décadas en el rock chileno de raíz folklórica. E innovadoramente, además, se acerca a instancias tan tradicionales como son el canto a lo poeta y los bailes chinos del Chile Central, con la integración de la décima, flautas y el guitarrón chileno a la radical y eléctrica modernidad de su propuesta.

Por último, Manuel Sánchez, el más importante payador chileno vivo. “Perro Callejero”, su tercera entrega, viene a confirmar su estilo discográfico, donde conviven su faceta tradicional de poeta y guitarronero con una pulsión cantautoral que en este último caso, cede también a la tendencia general latinoamericana ya referida. Es interesante notar como Sánchez, en su deseo de mostrarse también como poeta y músico “actual”, refiera con frecuencia a su crianza tradicional junto con alusiones a hitos de la poesía latinoamericana –Roque Dalton, para ser precisos- y a músicas que cruzan las fronteras nacionales, como la milonga, asumiendo una vez más el compromiso artístico y social que le es característico.

Pues como es deducible desde aquí, no hay innovación sin tradición, nada se crea ex nihilo, más en estos casos, donde se hace evidente que fidelidad no es sinónimo de ortodoxia o conservadurismo. Sano resulta, entonces, poder constatar que instancias de la tradición folklórica académica y del legado más prístino pueden ser postas para un tipo de músico nacional que entra y sale, que transita entre espacios determinados por la oralidad y lo inmemorial, por el folklore clásico de mediados del siglo XX, y la contemporaneidad de lo tecnológico, lo comercial, la sofisticación y la creación con raíces.

 Por Ignacio Ramos Rodillo

El Ciudadano

NOTAS

(*) Investigador Asociación Chilena de Estudios en Música Popular (ASEMPCh)

 (1) Molina Lahitte, Alfredo. Santiago que no dormía. Fotografías de Alfredo Molina Lahitte. Santiago: LOM Ediciones, 2006. P. 29.

(2) Parra, Nicanor.”Los vicios del mundo moderno”. En Poemas y Antipoemas. Santiago: Nascimento, 1954. P. 138.

 (3) García Canclini, Néstor. Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad. Buenos Aires: Paidós, 2001. 349 p.

 

 


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