Phillipe Pasqua goza de una paleta de intereses en cuanto al color, netamente amplia, al menos, completa. Utiliza el blanco y negro, colores saturados y, sobre todo, sabe como nadie poner a su servicio la herramienta de los matices.
Acá podemos observar, no solo la aplicación de la escala de grises, si no también la libertad del artista para pasar los pinceles, las cerdas,a su antojo, en todas direcciones de manera notablemente explicita. Sus retratos son, debido a esto último, covers de los rostros que decide pintar.
En esta segunda obra, podemos notar colores saturados que dan, de forma intencional, la sensación de que los cuerpos, mientras nosotros, ilusos espectadores a los pies de estos lienzos gigantes, son capaces de, o víctimas de, estallar en cualquier momento. La tensión entonces, también en primer plano.
Los matices utilizados generan una sensación de carne, de piel, en estado critico. No apunto de estallar como en el ejemplo de la obra anterior, sino, más bien, un estado critico cercano a la putrefacción, pero (y esto es fundamental y vital en la obra de Pasqua) sin perder jamas su estética, a mi criterio, asquerosamente refinada (refinada en lo salvaje, claro está, no refinada como adjetivo de liviandad).
Sin embargo, Pasqua no se contenta con el amor mutuo e intenso que existe entre él y el pincel y, como le diría Stallone a su hijo en el mítico film Halcon, va a por todas. Entonces, zambullido también en el campo de la escultura, se obsesiona, esta vez, con lo que existe debajo de la piel. En este caso, con la particularidad de centrarse en esqueletos o partes óseas sueltas de animales o seres humanos. Sus miras, aquí, apuntan en general, al cráneo humano como obra de arte en sí mismo, pero, digamos, aunque no es muy agradable el término, agiornado siempre por mariposas que se posan sobre él (sobre el cráneo), seducidas por alguna extraña razón.