Por segunda vez en veinte años, Chile ha sido convocado como país invitado de honor a la Feria Internacional del libro de Guadalajara (Fil). Creada en 1987, constituye la segunda instancia editorial, literaria y de intercambios comerciales más importante del área hispanohablante. Esta participación ha activado una operación de gran magnitud. Se instalará un pabellón de 900m2, a la manera de una librería monumental, que expondrá 20 mil libros. Sin embargo, los modos organizativos desplegados por los responsables de la misión, han revelado una incapacidad en la construcción de un programa que represente efectivamente al amplio espacio editorial y cultural.
«Tenemos una industria editorial armada, producimos libros y lo hacemos bien«, señaló en abril Beltrán Mena, comisario especial para la participación de Chile en la Feria de Guadalajara. Esta declaración causa extrañeza revisada a la luz de los hechos. Llama la atención la casi absoluta inexistencia de editoriales nacionales en un programa cuyo eje había anunciado ser el “posicionamiento” de la industria nacional del libro en el mercado internacional. Precisemos, el “libro chileno” corresponde a la producción de las editoriales nacionales y no a la de los grandes consorcios con sede en nuestro país. Estos dos polos, como sabemos, responden a lógicas y proyectos editoriales distintos, cada uno necesarios para la existencia de un campo editorial autónomo. Pero, si de lo que se trata- como anunciase la autoridad- es de visibilizar y promover nuestros libros en el espacio internacional, entonces el diseño de la participación chilena, debiese ser más fiel a este propósito.
Además, si tenemos en cuenta que actualmente asistimos a un proceso de reordenamiento del mercado global del libro, que ofrece una posibilidad a no desperdiciar. Como lo ha señalado el propio Ministro de Cultura, Luciano Cruz- Coke: “estamos en un momento en el que la industria del libro en castellano podría cambiar sus ejes históricos y producir un nuevo escenario ante la crisis, lo que abre la posibilidad de tener un rol preponderante como región y como país”.
La propia experiencia internacional muestra hasta qué punto las políticas públicas constituyen una herramienta clave en la existencia de un sector editorial que goce de una presencia vigorosa en términos de producción, calidad, bibliodiversidad y traducción. Mencionaremos por ejemplo, los fondos que la España postdictadura destinó en los años ochenta para el fortalecimiento de su industria editorial que se expresaron en ayudas a la traducción, edición de autores emergentes o de géneros no comerciales. Toda esa ayuda fue clave para el liderazgo que este país ha logrado en la arena del comercio del libro en lengua castellana.
NO SE OYÓ A NADIE
En abril pasado la autoridad encomendó a Beltrán Mena, como comisario responsable del envío chileno. De esta manera se conformó un comité asesor, de carácter meramente consultivo, encargado de definir un programa. Enseguida fueron solicitadas propuestas a distintos actores del mundo editorial, las cuales prácticamente en su totalidad fueron rechazadas sin aportarse argumentos que permitan comprender las razones de la opción tomada. Al conocerse el programa emanado de este Comité la sorpresa fue general, caracterizándose por la ausencia casi total de editores nacionales en la delegación, una subrepresentación de los creadores regionales, escasez de actores emergentes y de géneros como la poesía y la crítica literaria. A su vez notamos una deficiente consideración de instituciones con gran experiencia en esta área, como la Cámara Chilena del libro, y de las asociaciones profesionales de la cultura, entre las que destaca Editores de Chile, cuyo trabajo colectivo en torno a la diversidad cultural fue ignorado.
Si bien, desde el punto de vista formal, se han respetado los procedimientos habituales, el resultado final no nos parece representativo de la diversidad propia del sector cultural. Esta decisión ministerial no estuvo exenta de polémica. De hecho una Carta abierta, expresando su preocupación por la manera poco representativa en que se fabricó el programa, fue publicada el 16 de julio, firmada por un centenar de escritores, varios de ellos invitados como Diamela Eltit y Ramón Díaz Eterovic, editoriales independientes como Lom, Le Monde Diplomatique, Cuarto Propio, La furia del libro y otras editoriales universitarias y académicos, entre los que figuran los Premios nacionales Faride Zerán, Manuel Antonio Garretón y Agustín Squella.
LA PUESTA EN ESCENA
Es una realidad que la industria nacional del libro juega un rol indispensable en la promoción de los autores nacionales, promoviendo la creación y la innovación. Seguramente Neruda no habría tenido un alcance planetario si no hubiese contado con una casa editorial que acogiera su obra cuando era un escritor emergente. La constitución de un autor como tal requiere de un largo proceso, esto es: encuentro con sus pares, acumulación de un capital literario, participación en instancias internacionales, posibilidad de ser traducido a múltiples lenguas, entre otras varias.
La invitación a un país a una feria internacional, pone en funcionamiento lo que el antropólogo argentino, Gustavo Sorá, ha denominado como puesta en escena de las literaturas nacionales. Es decir la configuración de aquello que a un Estado le interesa exhibir como rostro del país. En este sentido, la preparación de la delegación chilena constituye un punto de observación privilegiado acerca del estado actual de las políticas para la cultura en nuestro país. Sabemos que las maneras de (re)presentar una nación a través de sus obras culturales comporta siempre una selección compleja y no exenta de conflictos.
Una Feria del libro es mucho más que un evento de exposición y venta de libros. Si bien es fundamentalmente una plataforma de negocios (FIL es la segunda a nivel de presencia editorial, después de Frankfurt), venta de derechos y encuentro de agentes literarios, constituye por excelencia un espacio de intercambios Y de diplomacia cultural.
Si bien creemos que las instituciones de la cultura deben operar en las mismas claves de eficiencia que otras carteras, también consideramos que trabajan con otros materiales, que la cultura no es un producto de exportación como los otros, y su excepcionalidad se sustenta en constituir el sustrato de una sociedad, sus modos de convivencia, sus memorias y horizontes.
La mercantilización de la cultura en nombre de una era digital reservada a una minoría, requiere de un contrapeso de autoridades comprometidas con la democratización en el acceso a los bienes culturales. Chile merece un programa que logre traslucir su vasta veta creadora. El desafío es de ser capaces de transportar imaginarios, paisajes culturales, escenas literarias propias, que los autores describen, tensan y deconstruyen.
Constanza Symmes Coll
* Investigadora en Sociología de la cultura. Doctorante en Sociología EHESS- París.