A una semana de finalizado el 8º Festival Internacional de Cine y Documental Músical de Chile (In Edit Nescafé), los balances hechos por la organización son muy positivos. A continuación un recuento y el comentario de varias películas exhibidas.
El 8º In Edit se desarrolló entre el 9 y el 18 de diciembre, y las exhibiciones en sus cuatro sedes acumularon 22 mil asistentes, a los que se sumaron otros seis mil en actividades paralelas como conciertos, foros y talleres.
Desde el punto de vista de la competencia nacional, “Los Bunkers: Un documental by Sonar”, dirigido por Pascal Krumm, resultó ganador. El jurado explicó que el premio fue sido concedido “por su capacidad para retratar la intimidad de la banda en una etapa clave de su vida artística, buen manejo del cine directo, la consistencia de sus recursos audiovisuales, por la profundidad de sus personajes y la honestidad con que son retratados sus conflictos”.
El jurado decidió, además, otorgarle una mención honrosa a “Piedra Roja”, trabajo de Gary Fritz sobre el festival homónimo organizado en Santiago en 1970. Los especialistas destacaron “su acucioso trabajo de investigación, reconstrucción de la memoria musical y social, y retrato del espíritu de una generación”.
El premio a Mejor Corto Documental fue para “Proyecto E”, de Eduardo Pavez, por “su decidida opción experimental, que crea un lugar de intersección entre la música contemporánea y el cine, incorporando el proceso mismo del documental como parte de la estructura; indagando en las relaciones entre el plano y el sonido por vía de un montaje discontinuo, conceptual y expresivo”.
A nivel internacional, “Pina” se llevó el Premio del Público (por votaciones), trabajo del cineasta Win Wenders que homenajea a la coreógrafa alemana que mantuvo una estrecha relación con nuestro país. Esta película puede verse desde el jueves 22 en los cines Hoyts.
A continuación el comentario de algunas películas exhibidas:
“The Sacred Triangle: Bowie, Iggy & Lou”
Alec Lindsell
107’, 2010
“The Secret Triangle” presenta la historia de la confluencia de David Bowie, Iggy Pop y Lou Reed entre 1971 y 1973, años que marcarían el curso de la trayectoria musical de estos tres artistas y que significarían grandes cambios en la historia musical.
Sin mayores innovaciones en la forma documental, la cinta se basa en entrevistas e imágenes de archivo que van develando las relaciones entre estos tres músicos; cómo se unen primero bajo la figura de Andy Warhol y luego bajo la mediación de Bowie.
Bajo las declaraciones e imágenes de Warhol, Nico, o Wayne County, entre otros, vamos forjando y reconstituyendo la gestión, historia, influencias y copias mutuas entre Bowie, Reed e Iggy. Sin embargo, se echan de menos las propias declaraciones de los músicos, las que son suplidas por los comentarios de algunos biógrafos de éstos. Aquí, la figura de la ex esposa de Bowie (Angela Bowie), como actriz protagónica de la época, se roba la película: Su hiperventilación y desfachatez para contar las historias tal como ella las vivió (claramente no se le puede pedir objetividad), marcan uno de los puntos altos del documental.
La película plantea una suerte de desmitificación de Bowie, mostrándolo como un músico en constante búsqueda del éxito, en un tránsito que se vale de los recursos utilizados por Marc Bolan (T- Rex) y de las influencias de Lou Reed e Iggy Pop (de quien toma además la idea del alter ego, convertido esta vez en Ziggy) para alcanzar finalmente la notoriedad tan esperada, y ser parte de lo que históricamente se ha conocido como el surgimiento del glam.
Es esta influencia y admiración por Lou Reed e Iggy Pop la que lo lleva a producir el posterior disco solista de Reed (aún cuando su participación se limita más bien a lidiar con Reed, mientras que la producción musical queda prácticamente en manos de Mick Ronson) y hacer amagos de producción del disco de Iggy Pop y los Stooges (Raw Power), el que sería con el correr del tiempo considerado “el primer álbum punk” (y que hace pocos años, Iggy decidió volver a mezclarlo a su pinta).
Así, a través de los 107 minutos de duración, que a ratos se hacen notar, se revela el genio creativo de Bowie, un genio que como él mismo señala se basa en la copia y donde justamente su talento consiste en distinguir aquello que es valioso de copiar.
El documental revela las interrelaciones de estos tres grandes, y cómo la conformación de este trío va dando forma, creando y recreando la historia musical de nuestros tiempos, en una tríada que converge en la producción de tres discos claves: The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, Transformer y Raw Power.
Por Constanza Escobar
“Piedra Roja”
Gary Fritz
120’, 2011
Fue la película elegida para la inauguración del Festival y recibió una mención honrosa. En casi dos horas, retrata de manera íntima y amplia la gestación e implicancias del mítico festival “Piedra Roja”, inspirado en Woodstock, que reunió a jipis y curiosos en las cerranías del sector alto de Santiago. Un relato que, más allá de la sicodelia criolla, termina chocando con la realidad frente a la violencia cuyo culmine fue el Golpe de Estado de 1973.
El 11 de octubre de 1970 -convulso mes que, en cierto sentido, anunció lo que serían los siguientes tres años- más arriba del actual Pueblito de Los Dominicos, autos y caminantes enfilaban rumbo a lo que se preveía como el Woodstock chilensis: “Piedra Roja” venía a ser el colorario del movimiento jipi local, en el que poco a poco, proletas y burgueses, descomedidos y chascones, fueron fundiéndose al calor del Hammond, las sesiones de improvisación y el THC.
Gary Fritz fue uno de los organizadores de dicho Festival, y 40 años después presenta este trabajo documental compuesto, principalmente, de entrevistas (aunque también hay registros gráficos, de audio y audiovisuales, un tanto escasos y de mala calidad) al resto de organizadores, músicos, asistentes, y personas que tuvieron alguna relación con “Piedra Roja, desde Los Jaivas hasta la madre de una de las miles de chicas que le dieron “a la hierba y el cacheteo”, como titulaban los diarios de la época.
En sus dos horas, “hippies burgueses”, como señala Eduardo Valenzuela, guitarra de Los Trapos, testimonian el impacto que Woodstock tuvo en los criollos, y como el movimiento fue consolidando una red de fraternidad basada en los ideales del ‘amor y paz’, marihuana en saco (como relata, Joaquín Eyzaguirre, hermano jipi del ex Ministro de Hacienda, Nicolás), discos de The Beatles, Rolling Stones, Cream, The Animals y Jimi Hendrix, que culminó con el –para muchos- momento más intenso de su juventud.
Numerosas son las anécdotas relatadas por los protagonistas de aquella historia y las confesiones políticamente incorrectas. Fritz, en esa misma calidad, logra profundizar en aspectos que para un realizador ajeno o distante en el tiempo hubiesen pasado desapercibidos o muy difíciles de extraer a los entrevistados.
También destaca el análisis más sociológico que hace Martín Hopenhayn (filósofo y asistente al Festival, que recuerda, quería emular junto a su novia una clásica postal de Woodstock), el de Malucha Pinto o Karoli Aparicio, reclutado por la policía para infiltrarse en el ‘potencialmente peligroso’ movimiento jipi santiaguino y que terminó abrazando los ideales de las flores.
Más allá del Festival y su odisea, el documental concentra poco menos de la mitad de su duración (o sea, bastante) en abordar la suerte del rock de la época y sus protagonistas en medio de la situación socio-política chilena: La Unidad Popular, las contradicciones de clase, y el Golpe militar, un verdadero “apocalipsis”, como lo define, Juan Pablo Orrego, otrora bajista de Los Blops, envuelto en un caos familiar que incluía a Carlos Altamirano y a su propia madre, militantes de izquierda.
Y puede parecer excesivo -e incluso tedioso- el espacio dedicado a estos testimonios. Sin embargo, atendiendo a las características del realizador, no queda más que comprender la profundidad con que éste aborda el contexto: Un duro golpe a los sueños del jipismo, a veces idealistas y pacifistas dogmáticos, cuando el amor no es lo que vence, y llevar el pelo largo y tocar un charango es considerado terrorista.
“Piedra Roja” es una oportunidad inédita de acceder concentradamente a la reconstrucción de una generación, a sus sonoridades, y al intenso (y visceral) contexto que vivió la sociedad chilena entre 1968 y 1973.
“Who is Harry Nilson?”
John Scheinfeld
116’, 2010
El Beatle yanqui, uno de los más creativos compositores, una de las mejores voces; probablemente, también, uno de los más fanáticos bebedores de brandy, Harry Nilson atravesó cinco décadas acogiendo y deslumbrando a todo aquel que se le cruzara.
Con un ritmo imparable, este extenso trabajo da cuenta de la totalidad de la vida de este rebelde enamoradizo, que saltó a la fama cuando The Beatles señalaron que era su músico favorito, aunque ya había cosechado discretos pero notables éxitos.
Figuras y amigos como Jimmy Webb, Van Dyke Parks, Brian Wilson, Randy Newmann, Terry Gilliam, Yoko Ono, Robin Williams, entre varios otros, arman un relato que incluye su infancia pobre, su ingreso al mundo de la música profesional tras ser un empleado de banco, hasta llegar convertirse en un “melodista experimental”, “poeta musical”, “letrista originalismo”, como lo caracterizan algunos entrevistados.
Podría decirse que jamás dio un concierto, lo que se atribuye a su inseguridad y baja autoestima, pero se reía de sí mismo para superar sus traumas, en canciones delirantes, pos-psicodelia pop escudada en el piano y la guitarra.
Tras algunos conflictos personales, comenzó a darle a la botella cada día más duro, al tabaco, luego a la cocaína, en fiestas interminables con amigos como Lennon o Ringo (con el que realizó una hilarante versión musical de Drácula), desarrollando un “deseo de muerte”, de autodestrucción, que proyectó de manera tragicómica a sus canciones.
El documental consigue a través de valiosas y expresivas entrevistas, retratar la figura de este músico de culto, que, al parecer, tuvo varios y muy buenos amigos, voces autorizadas para tratar de describir cómo era y quién era.
Particular resulta su actitud tras el asesinato de Lennon: Profundamente impactado, se transformó en activista por el control de armas, usando su figura pública para evitar que los ciudadanos gringos siguieran armándose como en el viejo oeste.
Sus últimos años lo retratan enfermo (fue perdiendo la voz), pero, paradójicamente fuerte, principalmente por su relación amorosa con su esposa Una y los varios hijos que tuvieron. Lo estafó su contador, se vio empobrecido, tuvo que vender muchas cosas, pero no sucumbió ni a esa decepción ni a los vicios. Murió en su ley, un terremoteado día de 1994.
“Who is Harry Nilson” tiene la gracia, precisamente, de retratar a una figura poco conocida y, seguramente, de interesar en su música a todo quien no lo haya escuchado con anterioridad.
“Los Jaivas: La Vorágine”
Marcelo Tapia
57’, 2011
Esta es la investigación que me hubiese gustado hacer a mí sobre Los Jaivas –hoy algo así como una institución más que una banda de rock. En una hora, el director Marcelo Tapia, mediante entrevistas acotadas al núcleo histórico del grupo, el amigo y fotógrafo, Erich Jara, y el locutor Pirincho Cárcamo, indaga en la significación que tuvo para el grupo el período que va desde 1968 hasta 1970, es decir, el período conocido como “La Vorágine” –documentado en la caja de cinco discos del mismo nombre- que concluye con la edición del disco “El Volantín”.
Más allá de ciertos momentos prescindibles y extraños (como la escenificación de los diablos tiranescos en algo que parece más una duna costera que el desierto), son los relatos de los protagonistas (que quedan) de este período, los que sustentan el contenido audiovisual.
Los Jaivas, renegando de su época terneada y peinada de banda animadora de fiestas, que había comenzado el ‘63, se sumaron al contexto global de crisis y revuelta, internándose en una búsqueda sonora e identitaria, poética y artística, que los llevó a abrazar una especie de jipismo avant-garde, mezcla de piano preparado, blues, (free) jazz, y muchas percusiones, que dieron vida a un flujo musical que iconizado con el ya clásico “¡No querían música de vanguardia los mierdas!”, que Gato Alquinta gritara en el festival “Los Caminos que se Abren”, realizada en la Quinta Vergara por esos años.
Emocionantes y clarificadoras resultan las palabras de Eduardo Parra, así como la pieza que Claudio toca luego de recordar el día en que Gabriel lo acompañó en batería mientras practicaba sus lecciones de Beethoven. Por sobre todo, el documental tiene la capacidad de recrear testimonialmente, de manera emotiva y fluida –considerando los escasos, pero valiosos, minutos de imágenes de archivo- una historia para muchos desconocida.
“George Harrison: Living in the material world”
Martin Scorcese
208’, 2011
Por la figura documentada y el director, esta película fue una de las que más expectativas generó en sus dos funciones, a teatro lleno.
Scorcese ha demostrado sus méritos en numerosas películas y también en diversos documentales de temáticas musicales (Woodstock, The band, Dylan, Rolling Stones, una serie sobre el blues), por lo que las expectativas eran fundadas. Por otro lado, George Harrison, con su carácter humilde, amistoso y profundamente creativo en su humanidad, siempre ha sido el Beatle –junto con Ringo- más transversal, dada las intensas personalidades de Lennon y MacCartney.
Sin embargo, este enorme documental relativiza estas impresiones. Dividido en dos partes, en la inicial repasa la historia de Harrison, que no es sino la historia de Harrison junto a The Beatles, con el ritmo vertiginoso de un super-grupo que conquistaría el mundo en muy pocos años, a punta de enorme calidad interpretativa y una industria cultural que los estrujó como ídolos juveniles.
Esa historia es más o menos conocida, pero el punto de inflexión viene cuando Harrison, una vez expandida la conciencia vía LSD, empieza a considerar la estupidez del culto a la droga que hacían los jipis más vacíos, iniciando un camino hacia el misticismo que también incluyó a los otros Beatles.
Luego de eso, Ravi Shankar, la sitar, la meditación, el yogi Maharishi, la influencia de los sonidos de India en la música del grupo, y, particularmente, el camino de crecimiento que Harrison encontró en la vía mística.
La segunda parte aborda la carrera de Harrison luego de la separación de The Beatles y durante este segmento está la parte más floja, dado que las primeras dos horas pasan rápido e intenso. No obstante, quince o veinte minutos de dispersión en un trabajo de más de tres horas y media, no deja de ser un pequeño lunar.
Harrison se dio cuenta que no iba a ser un monje, ni un sitarista eximio, y se re-encuentra con el rocanrol y el pop, aplicando el aprendizaje musical y espiritual a sus creaciones, las que alcanzaron relativos niveles de calidad en relación a su trabajo cumbre con los de Liverpool.
Entrar en detalles sería muy extenso, considerando que al ser un trabajo de Scorcese, podrá conseguirse por algún medio muy pronto (como ocurrió con “No Direction Home”) y éstos podrán conocerse. Sin embargo, vale destacar el profundo nivel de penetración recogido por el director, con abundante material de archivo, entrevistas y momentos de profundo intimismo. Un trabajo merecido, dada la estampa del bueno de George Harrison.
“Hardcore: La revolución inconclusa”
Susana Díaz
64’, 2011
Hubo un tiempo en que Santiago fue la costa este, oeste, New York, Washington, California a la vez. Straight edges, krishnas, punks destroy, machocore, nacionalistas y anarquistas, dieron forma a una particular escena de hardcore punk metropolitana. Esa época, que aquí se circunscribe a los años 1996-1998, es la que aborda este documental de Susana Díaz, montado y posproducido con muy buen oficio por Efraín Robles, compañeros que ya habían planeado por la tangente con su documental de Supersordo hace un par de años atrás.
En base a entrevistas a músicos, público y participantes de esa escena, Díaz reconstruye un momento donde la creatividad fluía a borbotones, según lo señalan sus protagonistas, pasada la resaca de la transición más dura. Varios registros audiovisuales y fotográficos complementan el relato, que en una hora indaga en las motivaciones (anti) artísticas y políticas de las numerosas bandas que se reunían en lugares como el Taller Sol, Cimarrón y algunas discoteques, con momentos climáticos como el 1er Encuentro Hardcore en 1997, o la visita de Los Crudos o Fun People.
Entrevistas a integrantes de Disturbio Menor, Fuerza de Voluntad, 608Z, Enfermos Terminales, Alternocidio, Justicia Final, Reo, entre otros, relatan el auge y caída de esa escena. Aunque la violencia siempre estuvo presente en la corporalidad y el sonido, las constantes peleas y apuñalados entre los asistentes a las tocatas, así como los enredos entre sectores ligados al anarquismo con sectores nacionalistas, o ciertas diferencias de clase, dan a inferir que, más allá de lo que uno quisiese imaginar, dicho fenómeno era inmaduro y reproducía en buena manera a las tribus urbanas.
Probablemente, la herencia dejada por estas bandas, así como la descomposición de los tiempos actuales, han calado más hondo en las prácticas y discursos de las actuales bandas del hardcore punk politizado, realidad contemporánea –muy dispersa y atomizada, por cierto- que aún se encuentra vacía de una documentación sistematizada.
Un buen trabajo de investigación y autogestión, con mayores alcances y proyecciones que su película anterior. Tratado con el ojo de una protagonista de dicha escena es imposible lograr cierta visión no comprometida, con lo que las críticas por ciertas parcialidades o vacíos temáticos pueden surgir fácilmente. Salvo por algunos detalles en el audio, conforma un buen relato por la superficie de una época prolífica y extrema en Santiago.
“Miles Electric: A different kind of blue”
Murray Lerner
87’, 2004
En los estertores del free jazz primigenio, Miles Davis recorría un camino paralelo que le llevaba a expandir su sonoridad integrando las prácticas eléctricas de Hendrix, Sly Stone o James Brown.
“Bitches Brew” fue sólo el primer hito de esa senda. Los años posteriores siguieron hito tras hito. Uno de ellos, la presentación de Miles y su quinteto de jóvenes experimentadores en el Festival de Isla de Wight, el 29 agosto de 1970, un escenario multitudinario que, hasta ese entonces, era terreno predilecto del rock y pop más o menos psicodélico de la época (The Doors, The Who, Ten Years After…).
De eso trata este documental de Murray Lerner, especie de retrospectiva en el que Miles es el que menos habla, ya que si su ajada voz se lo permitía, prefería hacerlo con su trompeta.
Santana, críticos de jazz, y los propios protagonistas de esa sesión en Wight –Gary Bartz, Dave Holland, Jack de Johnette, Arto Moreira, y Keith Jarret– intentan explicar y describir el flujo energético que Miles impulsaba en ese momento, lo que, en cierto sentido, podía compararse con la “traición” de Dylan a las raíces acústicas del folk.
Como un camaleón negro, Davis fue mutando su estilo –no sólo sonoro- en sus diferentes etapas, y en este registro, se retrata la época de su conversión a la electricidad y lo que aquello generaba en sus compañeros de banda.
Desde su relación y la influencia de Betty Davis (“la primera Madonna”, según Carlos Santana), su pasión por el boxeo, que lo llevó a musicalizar una película/documental sobre el célebre Jack Jonson, hasta el homenaje póstumo que sus ex compañeros en ese concierto y otros como Herbie Hancock le hacen en solitario 30 años después (la de Moreira, sublime), la película remata con la reproducción de los 38 minutos de la pieza “Call it anything”, frente a 600 mil personas en dicho festival, es decir, el concierto entero (que, por sí solo, requería un comentario por separado).
Hacia el final, Joni Mitchell comenta que cuando Miles murió le pintó un retrato, como solía hacerlo con los músicos amigos y/o que admiraba, y “aunque su color de piel era casi caoba”, ella lo pintó azulado. Hancock, al verlo, rió, y le dijo “si, es más bien azul, pero another kind of blue”.
“Last days here”
Don Argott, Demian Fenton
90’, 2011
Este es uno de esos documentales que por las circunstancias del personaje retratado y las características del personaje en sí mismo, tiene la mitad del trabajo muy bien encaminado. Una situación documental per se, que realizada con sencillos, pero excelentes recursos cinematográficos, le ha valido reconocimientos en festivales como el IFTA.
Pentagram con el tiempo ha sido reconocida como una de esas bandas oscuras (más que de culto) que existieron en un momento de vacío histórico, influenciando años después el sonido de toda una camada juvenil que refugiada en los ritmos lentos y pesados, buscaron llevar el metal hacia otras cadencias y tonos.
“Street Black Sabbath” los describe un productor; “post page y pre Sex Pistols”, añade, eL que no logró domesticar el espíritu de Liblieng, muy centrado en darse con todo tipo de sustancias, que alejaron a decenas de músicos de su lado y frustraron sus presentaciones de reunión Pentagram a fines de los ’90 e inicios de la década pasada.
Bobby Liblieng era su vocalista, histriónico frontman nacido para contorsionarse en el escenario rodeado de imaginería satanista. Décadas después de los años de Pentagram (‘70s), se encuentra muerto en vida en el sótano de la casa de sus padres por algún vecindario yanqui, sufriendo una adicción de 34 años a la heroína y de 22 al crack, entre otras delicias.
Paranoico y cadavérico, vive en la basura, no come, y sus padres le mantienen sus adicciones, por miedo a que cometa algún crimen, o que sufra. “Bobby dice que aparecerá en el Hall of Fame –dice su madre. Me gusta que tenga sueños, porque sino se suicidaría”.
Paralelamente, Pellet es una fan acérrimo de la banda, a la que conoció casualmente en su oficio de melómano y le voló la cabeza. Llega a conocer a Bobby y entre ceja y ceja se le instala sólo un objetivo: Rescatarlo, literalmente, del regazo de la muerte, y volver a ponerlo en un escenario junto a Pentagram.
El documental trata sobre eso: El largo camino hacia la desintoxicación y el retorno. Claro que sin clínicas ni medicamentos. Sólo esfuerzo y rocanrol. Amor (del que es legítimo dudar que no sea galletado), cárcel, desamor, más drogas, elementos que van acompañando el camino, que hacen perder la esperanza en el desenlace feliz y hacen tomar partido por uno y otro lado del espejo.
Vale destacar que los padres de Liebbling, tal como los padres de Daniel Johnston en ese otro estremecedor documental, son parte de la enfermedad y de la cura de su hijo, dada la esquizoide relación que mantienen.
Un excelente documental, ya que consigue adentrarse con sensibilidad en los interiores de un duro, que a diferencia, por ejemplo, de Lemmy Kilmister, sólo busca un poco de amor, de compañía, de música, que le devuelva el espíritu, aunque algunos insisten que eso es imposible, porque su alma fue vendida al diablo muchos años atrás.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano