29 de Diciembre de 1958, París
St. Germain des Prés.
La rutina del café. Después del trabajo, o cuando uno quiere escribir o pintar, se va a un café en busca de sus conocidos. Preferentemente con cita previa… Hay que ir a varios cafés, el promedio es cuatro en una noche. También, en Nueva York tenemos la comedia compartida de ser judío. En esta bohemia, en cambio, eso falta. No tan heimlich. En Greenwich Village, los italianos —el telón de fondo proletario contra el que los judíos desarraigados y los provincianos ponen en escena su virtuosismo intelectual y sexual— son pintorescos pero inofensivos. Aquí, merodean árabes turbulentos.
Los ratés, los intelectuales fracasados (escritores, artistas, falsos doctores). La gente como Sam Wolfenstein (matemático), con su cojera, su portafolio, sus días vacíos, su adicción a ver películas, su tacañería y su vida de vagabundo de la calle, su inhóspito domicilio familiar, del que huye, esa gente me aterroriza.
Harriet (Sohmers, escritora y modelo de artistas). La más bella flor de la bohemia americana. Nueva York. Judía. Departamentos de la familia en los 70 y los 80. Padre comerciante de clase media (no profesional). Tías comunistas. Ella misma coqueteó con el PC. Mucama negra. Escuela secundaria en Nueva York; Universidad de Nueva York; college en arte vanguardista, en San Francisco; departamento en Greenwich Village. Experiencia sexual temprana, inclusive con gente negra. Homosexualidad. Escribe cuentos. Promiscuidad bisexual. París. Vive con un pintor. El padre se muda a Miami. Vuelve a Estados Unidos. Empleo nocturno tipo «para exiliados». Poco a poco va dejando la escritura.
– 30 de Diciembre
Mi relación con Harriet me perturba. Quiero ser espontánea, irreflexiva, pero la sombra de sus expectativas sobre lo que es tener un affair me desequilibra, me hace actuar con torpeza. Ella con sus insatisfacciones románticas, yo con mis románticas necesidades y nostalgias… Un regalo inesperado: es hermosa. Yo no la recordaba hermosa, sino más bien corpulenta y fea. No lo es, en absoluto. Y para mí, la belleza física es enormemente, casi mórbidamente, importante.
– 31 de Diciembre
Escribir un diario. Es superficial entender el diario íntimo apenas como receptáculo de los pensamientos privados, secretos, algo así como un confidente sordo, mudo y analfabeto. Escribiendo el diario no solamente me expreso más abiertamente que con cualquier persona, sino que me creo a mí misma.
El diario es un vehículo para mi sentido de personalidad. El me presenta como alguien emocional y espiritualmente independiente. Por lo tanto (¡ay de mí!) no se limita a registrar mi vida cotidiana, mi vida real. Me ofrece, en cambio —en muchos casos— una alternativa a esa vida.
Siempre hay una contradicción entre el significado de nuestros actos hacia una persona y lo que, en el diario, decimos sentir hacia ella. Pero eso no significa que lo que hacemos sea superficial y sólo lo que nos confesamos a nosotros mismos sea profundo. Las confesiones (me refiero, desde luego, a las confesiones sinceras) suelen ser más superficiales que las acciones. Pienso ahora en lo que leí hoy sobre mí en el diario personal de H (cuando fui a 122 Bd. St-G para controlar su correo): una evaluación breve, injusta, impiadosa, en la que termina diciendo que en verdad yo no le gusto, pero que mi pasión por ella es aceptable y oportuna. Dios sabe que me dolió, y ahora me siento indignada y humillada. Rara vez sabemos lo que la gente piensa de nosotros (o mejor dicho, lo que la gente cree que piensa de nosotros)… ¿Me siento culpable por haber leído algo que no estaba destinado a que yo lo leyera? No. Una de las principales funciones (sociales) de un diario personal es esa: ser leído furtivamente por otras personas, las personas (por ejemplo, padres y amantes) sobre quienes uno se ha expresado con cruel sinceridad en el diario. ¿H leerá alguna vez estas palabras?
Escribir. Es inmoral escribir con la intención de moralizar, de elevar las pautas morales de la gente.
Nadie me impide ser una escritora, excepto la pereza. Una buena escritora.
¿Por qué escribir es importante? Principalmente por vanidad, supongo. Porque quiero ser esa persona, una escritora, y no porque haya algo que yo deba decir. Y sin embargo ¿por qué no habría de ser así? Con un pequeño fortalecimiento de mi ego —como el fait accompli que este diario brinda— lograré llegar a confiar en que yo (Yo) tengo algo que decir, algo que debe ser dicho.
Mi «Yo» es débil, cauteloso, demasiado cuerdo. Los buenos escritores son egotistas formidables, hasta el punto de llegar a la fatuidad. Los hombres sensatos, críticos, los corrigen; pero su sensatez es parasitaria de la fatuidad creativa del genio.