Símbolo del feminismo y mito de un arte latinoamericano que se reinventó en sus pinturas, Frida constituye un referente femenino que ha desplegado (y despliega) un gran poder de atención: fuente de inspiración para generaciones posteriores de mujeres, ha servido de apoyo e impulso para la regeneración de una cultura mexicana que había perdido de vista sus raíces indígenas y, en parte también, su propia identidad. Con una particular visión del arte, de la historia, pero también de la vida, el impacto de Frida Kahlo como referente artístico universal es un asidero de connotaciones importantes en el proceso de reconstrucción de la historia de las mujeres, y también de la historia de México.
Llevó una vida poco convencional. Reivindicó una libertad inusual para una mujer de aquel tiempo, y su estrecha relación con el dolor y las limitaciones físicas le proporcionaron una perspectiva muy personal y singular acerca de la experiencia creativa de la vida. De ideas políticas revolucionarias, se mantuvo siempre ligada al Partido Comunista de México y se codeó con artistas y pensadores de alto voltaje internacional: Pablo Picasso, Wassily Kandinsky, André Bretón, Marcel Duchamp, Miguel Lira, Juan Antonio Mella… cuentan entre las personalidades que mantuvieron relación con la pintora. Fue amante de León Trotsky, y la leyenda sugiere que Chavela Vargas compartió con ella más que una simple amistad, algo que ya subrayamos en el capítulo anterior de esta sección y que nos conduce directamente a nuestra anterior protagonista, a pesar de, tal y como ya adelantamos en su momento, no existan evidencias concretas que lo confirmen.
Andrógina y bisexual, se le conocen un sinfín de amantes de ambos sexos, que dan muestra de una bisexualidad que ella nunca se molestó en desmentir. Sin embargo, Frida tuvo dos grandes amores en su vida: su padre, un fotógrafo de origen húngaro que había terminado en el país americano huyendo de la incomprensión familiar, y el también pintorDiego Rivera, considerado uno de los exponentes más significativos de las artes pictóricas latinoamericanas. La relación de Frida y Diego, que duraría en torno a 20 años, fue una relación intensa llena de altibajos y estuvo marcada principalmente por las constantes aventuras extramatrimoniales de ambos, dato que ha incrementado la curiosidad en torno al mito de la pareja.
La artista tuvo una infancia triste y una juventud difícil, marcadas ambas por la enfermedad y por la convalecencia. Siendo niña contrajo la poliomielitis, lo que la obligó a permanecer en cama durante meses. La enfermedad daría paso a un sinfín de lesiones, accidentes y operaciones, trance que la convertiría en una niña solitaria que no participaba de la vida como el resto de los niños; este aspecto le hizo sentir dolorosamente limitada. Será entonces cuando comenzará a pintar. A esta época se refieren obras como Ella juega sola o Niña con máscara de muerte, o la también muy conocida Cuatro habitantes de la ciudad de México. Estos son cuadros realizados ya en un momento adulto, pero que reflejan la tristeza y soledad que padeció de niña debido a sus múltiples restricciones en materia de salud.
Siendo adolescente, sufrió un terrible accidente: el bus en el que ella viajaba fue arrollado por un tranvía y quedó totalmente aplastado contra un muro. Este accidente sería causa de una tremenda lesión y de más de 32 intervenciones quirúrgicas que le obligarían a permanecer un tiempo muy largo y muy sombrío en cama de nuevo: su columna vertebral quedó fracturada en tres partes, sufriendo además fracturas en dos costillas, en la clavícula y tres en el hueso púbico. Su pierna derecha se fracturó en once partes, su pie derecho se dislocó, su hombro izquierdo se descoyuntó y un pasamanos del bus en el que viajaba le atravesó el cuerpo, entrándole por la cadera izquierda y saliéndole por la vagina. Esta durísima experiencia marcaría su arte y también su visión particular de la vida, viéndose en sus autorretratos una Frida fragmentada y rota en pedazos que tendría que hacer acopio de un valor sobrehumano para sobrevivir al dolor y aprender de aquel trance. Las obras referidas a este periodo de tiempo las elaboraría a finales de los años 20, y tal vez sean la muestra más impresionante de su pintura.
Su pasión por el arte, su pintura revolucionaria y su arrolladora personalidad trascendieron a nivel internacional y han sobrevivido al paso del tiempo, sirviéndose de este para enriqueceruna leyenda que permanece hoy muy viva. Expuso en Nueva York, París y Londres. Fue portada de Vogue. Sus viajes a Europa y su residencia durante un tiempo en Estados Unidos, que quedará registrada en sus cuadros y dará fe de una época artística muy viva y madura, son signos de su espíritu cosmopolita y universal.
Morirá en el año 1954, tras unos últimos años marcados por un profundo deterioro de su salud que de nuevo la obligarán a guardar cama. Sobre su vida existe una amplia literatura y un interés científico significativo. Las investigaciones feministas, el mundo del arte, pero también áreas del pensamiento y las letras le rinden homenaje permanente y la convierten en constante objeto de estudio. Su personaje ha devenido en mito, un mito al que le caracteriza una riqueza histórica que puede presenciarse en La Casa Azul, su casa paterna en Coyoacán (México D.F.), convertida hoy en un interesante homenaje a la artista.