Frida Kalho y su infinita desesperación

A los 60 años de su muerte, la mexicana sigue inspirando

Frida Kalho y su infinita desesperación

Autor: Arturo Ledezma

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Pocos artistas han sido capaces de captar el sufrimiento como Frida Kahlo. No solo son lienzos y colores, sino que existen innumerables cartas y poemas de esta extraordinaria mexicana que engrandecen toda una vida. La gran dificultad de abarcar su obra radica, precisamente, en que su expresión y su legado no se limitan al arte, sino que se encuentra en todos los aspectos de su vida: desde su influencia comunista, sus pintorescos vestidos, su rabiosa defensa de la cultura mexicana tradicional, hasta su poesía donde se refugiaron tantos anhelos.

Frida nació en Coayacán, cerca de la capital del D.F. el 6 de julio de 1907. Su padre Guillermo Kahlo, de ascendencia alemana, era el fotógrafo de cabecera del dictador Porfirio Díaz, lo que aseguraba la salud económica de la familia. A pesar de ser la preferida de su padre, existía un inmenso vacío entre el carácter y obstinación de Frida, con el de sus tres hermanas y su madre, quienes se limitaban al deber y a las costumbres sociales, condiciones de las que ella tanto se alejaba.

Frida decía que, a lo largo de su vida, sufrió dos graves accidentes que serían determinantes para estimular el dolor y la inspiración de su obra. El primero, el del pasamanos de un autobús que le atravesó su cuerpo al estrellarse con un tranvía, y el segundo, y más grave de todos, conocer a Diego.

Más allá de encabezar la lista de las pintoras latinoamericanas más importantes del siglo XX, fue la valentía y el talento con los que enfrentó su realidad lo que la convirtió en una de las artistas más admiradas. Cuando se acabó el porfiriato, y la familia quedó sin sustento, Frida empezó a trabajar con Fernando Fernández copiando a grandes grabadistas. Aunque en realidad, no fue sino el accidente, que casi la parte en pedazos, que la obligó a interminables meses de encierro y soledad, y que fue determinante para desplegar su talento.

Aunque su obra la clasificaban dentro del surrealismo, ella aseguraba que nunca pintaba sueños, sino su propia realidad: “me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco”. En su afán por sentir o dejar de sentir, de equilibrar el mundo externo con el interno, encontraba siempre la forma para destilar aquello que le atravesaba la piel: “amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”, explicaba.

La admiración que sentía por Diego Rivera, la llevaron a buscarlo para mostrarle sus pinturas en la Secretaria de Educación Pública, donde este trabajaba en varios murales. No solo la animó a seguir pintando, sino que contrajo matrimonio con ella un año después, en 1929. A pesar de la tormentosa relación marcada por infidelidades y mentiras, Diego fue todo para Frida: “tú también sabes que todo lo que mis ojos ven y que toco conmigo misma, desde todas las direcciones, es Diego. La caricia de las telas, el color del color, los alambres, los nervios, los lápices, las hojas, el polvo, las células, la guerra y el sol, todo lo que se vive en los minutos de los no-relojes y los no-calendarios y las no-miradas vacías, es él” le revela Frida a Jaquelina Gamba en una de sus cartas.

En otra carta para Diego, la artista, con su puño y letra decreta la eternidad de su afecto; “mi Diego: Espejo de la noche. Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos. Todo tú en el espacio lleno de sonidos. En la sombra y en la luz. Tú te llamarás Auxocromo, el que capta el color. Yo Cromóforo,  la que da el color. Tú eres todas las combinaciones de números. La vida. Mi deseo es entender la línea la forma el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz”.

Sin embargo, los silencios y distancia de su relación, abrieron huecos donde los amores clandestinos entraron a refugiarse en las esquinas que encontraron vacías. El único requisito que tenía Frida para amar, era la admiración por otro ser humano, sin tratar de entender el por qué la química pasa con tanta facilidad a la física.

Entre los amantes de Frida se destacan León Trotsky, a quién Diego le había conseguido asilo en México y hospedado en su casa. Ella, quien hacia poco se había enterado de que su marido la traicionaba con Cristina –su hermana-, y  admirada por la genialidad de Trosky, inició un romance con el ruso. Dicen versiones, sin confirmar, que el dolor que le causó a Diego esta traición, lo llevó a honrar sus principios ideológicos y entregarlo a sus asesinos, lo que terminó en un atentado de Mercader, un agente español de la NKVD estalinista, que acabó con la vida del revolucionario ruso.

Existen, además, otras cartas en las que Frida y Chavela Vargas, que vivió en la casa de la pareja,  declaran su admiración y devoción mutua: “vivo para Diego y para ti. Nada más” afirmó la pintora. En una entrevista de 2012 que le hicieron a “La Chamana”, la cantante explicó: “me enseñó muchas cosas y aprendí mucho, y sin presumir de nada ¡agarré el cielo con las manos, con cada palabra, cada mañana!”.

Fueron muchos los amores omnívoros y furtivos de Frida: Heinz Berggruen, Tina Modotti, Jacqueline Lamba (esposa de André Breton), el fotógrafo Nickolas Muray, Isamu Noguchi, entre algunos otros. Pero ninguno dejó una cicatriz tan grande y tan importante como Diego de quien, a pesar estar divorciada, al año después decidía regresar a vivir con él, compartiendo todo, menos cama y corazón. “Jamás, en toda la vida, olvidaré tu presencia. Me acogiste destrozada y me devolviste entera, íntegra”, relata uno de sus poemas.

Todo en ella es un grito de rebeldía, es irrupción contra la expresión artística, el machismo, el establecimiento y las formas de sufrir y de amar. Frida encontró en las diferentes formas de arte, la forma de batallar sus agonías y amansar su extrema sensibilidad para enfrentar su propia realidad.  Hoy, 61 años después de su muerte, nos queda una memoria colectiva que prevalece como un ícono de la historia.

vía Las2Orillas


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