Pájaro, repito incesantemente, sumando un gesto corporal a la expresión de mis labios que pausadamente se van posando en la mirada de mi hijo cuando vemos el objeto en cuestión. En su mente iniciática se acortan las palabras y surge la esencia del fonema, eliminando lo inservible, el decorado que contamina la pureza del elemento.
“Pá” me dice y lo interpreto como un pájaro que vuela e inicia su primera carrera aún tambaleante tras el ave que fugazmente con su mirada de reojo desde la rama más alta del árbol le señala los límites de la diversidad. Así, simplemente y sin llanto, empiezan sus primeros reconocimientos de la naturaleza como cachorro humano.
La tortuga transformada en “tuu”, lo mira desde su aparente tranquilidad eterna y gira lentamente su cabeza como para interrogarme sobre la diferencia de los tiempos vitales y como el espacio limita el habitar de cada ser vivo. Me parece que deliro al imaginar estas dudas en su pequeña cabeza con las fontanelas abiertas pero también es un delirio pensar que su mente es de una amplitud infinita y que con mis respuestas de alguna manera se la voy mutilando. Tal vez será mejor guiarlo para que encuentre las respuestas en el acontecer, como en el juego de la escondida, o mejor sólo ayudar a formularlas para llenar su cabeza de preguntas sin respuestas.
¿Qué trae impregnado en sus genes o qué aspectos del inconciente colectivo estará dormido en su ser esperando el canto del gallo para saltar y sorprendernos a nuestros ojos atentos y abiertos? ¿Tendrá en sus códigos internos las claves para sobrevivir a este mundo hostil que le heredamos? ¿Continuará extrayendo la esencia de las cosas y los conceptos? ¿Seguirá admirando la luna o “uuna” en todas sus fases cuando la descubra en los paseos vespertinos? ¿Formará parte en el futuro del movimiento estudiantil para que no le vendan el aire? Mi cabeza se llena de preguntas mientras tanto el niño de los ojos inmensos aprovecha para dirigirse decididamente a chapotear con su ropa recién puesta en la única poza de la vereda de este período primaveral.
La incertidumbre de traspasar mis prejuicios y deformaciones es parte del andar y no detengo su camino hacia el juego en el charco de agua. Y tampoco puedo detener el trasvasije de derrotas del padre como el intento por transformar su medio social sin éxito. No es el mundo que quiero para mis hijos y esto ha quedado como una cicatriz visible a la distancia y por varias generaciones. Pienso en los miedos presentes y ancestrales que no paran su fluir a los nuevos brotes aunque bastante agua ha corrido bajo los puentes pero no puedo olvidar que muchas veces se tiñó de rojo. Es la voz de un jugador de futbol que quedo fuera de juego mientras el partido se desarrolla pese a sus alegatos y con el marcador en contra mira al guarda línea que le sonríe sarcásticamente con la bandera en alto.
Una forma de superar mis miedos y derrotas la encuentro en la sonrisa cómplice de mi hijo al aventurarnos juntos en el espacio-tiempo que nos rodea permitiendo tanto la fascinación por lo nuevo como el reencantamiento de la realidad. Nunca me había fijado tanto en la luna como en este período y en la variedad de pájaros que recorren los techos de las casas del barrio. La brisa fresca que se ha filtrado por mi ventana está provocando un ciclón interior. Tal vez en esta oportunidad sea posible que las estructuras pesadas, in justas y horripilantes de esta sociedad no aplasten a mi pequeño.
No me gustaría verlo transformado en un dócil y obediente hijo de las normas sin discutir de la familia, sumiso ante las jerarquías eclesiásticas o militares, aceptando verdades sin chistar de sus profesores, esclavo de su trabajo y consumidor de porquerías banales. No puedo ser neutral en este tema y opto por darle tres regalos para su defensa. Un horizonte que le permita vislumbrar lo que le rodea de una forma transversal, solidaria y no autoritaria, una llave para que abra todas las puertas que nazcan de su interior y un paraguas para que se proteja de la lluvia de ideas pegajosas, anquilosadas y reaccionarias de los que nos dominan.
Horizonte, llave y paraguas, tres nuevas palabras que Camilito tendrá que aprender antes de que cumpla dos años.
Álvaro Pizarro
Padre por segunda vez
Desde la tierra del cacique Peñalolén
10 de noviembre de 2011