Las cosas improbables, esas interminables portadas de discos anónimos que abundan en nuestros timelines o en los sitios de música, son un alimento permanente para quienes buscan salirse de sus círculos de confort, de sus lugares comunes. Es tal la cantidad de material, de propuestas y discursos con los que se convive a diario que encontrar un lindo secreto, una propuesta honesta en medio de los caudales, es sencillamente un regalo.
Huaico se instala en el imaginario de la música con cierto desparpajo que les permite blindarse frente al trolleo gratuito, a las voces que desde las redes sociales, desde la vitrina de los medios golpean a los nuevos proyectos que aparecen, sacudiéndolos como cuando se violenta a un otro por la pura gana.
Huaico es un ejercicio musical que bebe de una historia teatral que tiñe gran parte de su imaginario sonoro, lírico y sobre todo, de sus presentaciones en vivo. Pamela Alarcón y Carlos Huaico son el binomio que lidera este proyecto lleno de postales que se aparecen a fuerza de simpleza y verdad. Porque con su disco Reino Fugaz, después de cualquier devaneo, resulta un trabajo que regala verdad a paladas y que invita al auditor a un álbum lleno de figuras paridas en lo doméstico. Que refiere a Los Jaivas, sí; que coquetee con el imaginario cebolla de Los Ángeles Negros, sí; que abrace sonoridades de la Nueva Canción, también. Huaico se parece a una invitación inesperada a encontrarse con una sensación ya vivida, molesta o gloriosa, pero sensación genuina.
El imaginario autoral de Reino Fugaz es rico desde la simpleza y desde escenarios tan comunes como el jugueteo romántico de una pareja en la ciudad -«Tonteras»- o como en «Minero», canción deliciosamente sencilla en donde la voz de Carlos Huaico habla desde un punto tan amoroso y puro como el de un tío cantándole a un sobrino que aun no nace, las futuras experiencias viajeras, las futuras rutinas domésticas que vivirán cuando por fin nazca.
Recuerdo que en un taller de escritura, Juan Pablo Sutherland sentenció con innegable lucidez que, finalmente, la mejor escritura era siempre esa que se desentendía de los preciosismos, de las ambiciones careta y solo brotaba desde la sencillez y es justamente eso lo que luce en este disco. Porque en «Flor Marchita», versos como «Que la flor que se marchita / con mi cariño se sana / y a mí no me faltan ganas / si usted su amor no me quita», apuntan a un ideario amoroso tan reconocible como propio en la historia de quien la escucha.
La gran cantidad de producciones musicales que transitan actualmente siempre son bienvenidas porque ellas son las que urden el imaginario cultural de un pueblo, de un país. Saber encontrar la tensión perfecta entre las discursividades propias y esas que son heredadas es quizás la gran ecuación que hay que resolver para poder lograr esa diferencia que nos desmarca del resto. En Reino Fugaz, Huaico aceptó caminar por el camino más difícil pero el más diferenciador de todos: lo simple. Y la verdad es que esa secreta apuesta es la que convierte a este primer disco en una delicia para quienes buscan en la canción un pequeño reflejo de sus propias vidas.
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