Ignacio Agüero, conocido documentalista de la realidad más dura de Chile, represaliado y perseguido por sus denuncias al régimen del general Pinochet, elige ahora una muestra aleatoria de chilenos que llaman a su puerta para contar en el documental «El otro día» su propia vida y la de su familia.
La cinta, que compite en el festival DOCUMENTAMADRID, «sigue el camino de mis películas antiguas, y he hecho películas bien políticas«, ha explicado el director en una entrevista con Efe, realizada minutos antes de participar en un coloquio con público en Matadero Madrid donde tiene lugar la competición.
El cineasta, que comenzó a filmar de manera clandestina durante la dictadura de Augusto Pinochet y, a sus 61 años, confiesa que siempre que le asalta la necesidad de hacerlo, vuelve a hacer cine de denuncia, asegura que esta calmosa «El otro día» es «la película que más le gusta» de las suyas.
Agüero firma obras como «No olvidar» (1982), sobre los hornos de Lonquén donde se hallaron restos de detenidos desaparecidos; «Cien niños esperando un tren» (1988), acerca del taller de cine para niños de bajos recursos que impartía su profesora Alicia Vega, o la más reciente, «El diario de Agustín» (2008), que la Televisión Nacional chilena compró «para no exhibirla nunca», denuncia.
En «El otro día», Chile y la dictadura chilena se cuelan en la historia familiar del cineasta.
Partiendo de una foto de los años 50 pegada en un armario en la que una pareja se besa -los padres de Agüero-, y que la cámara observa largo rato aprovechando un haz de luz que justo incide sobre el beso, el cineasta cuenta cómo su padre perteneció a la Armada chilena, mientras que, años más tarde, su hermano fue torturado por miembros de la Marina.
Esa mirada intensa, explica el director, «va en contra de la idea del aceleramiento productivo y se planta, como para quedarse a mirar, y eso es antisistema hoy día», reflexiona.
El relato, dice, es «esperar uno en su propia casa», mientras desvela vidas de extraños que aparecen sin previo aviso en el umbral de su puerta y que nunca seleccionó o manipuló, asegura.
Con sus testimonios, los lugares donde viven y la relación que estos vecinos circunstanciales -indigentes, servidores públicos, repartidores- elabora un gran mapa de la ciudad de Santiago en el que descubre, a través de hilos unidos por chinchetas, cómo todos de alguna manera viven relacionados.
El cineasta chileno buscaba hacer una película que surgiese solo con abrir la puerta de su casa.
Así, Agüero opta por dejar la cámara al pairo del momento, sin pensar, sin dejar que la narración le interrumpa: «Para mi lo más atractivo de hacer una película es sorprenderme yo mismo con lo que está ocurriendo y es lo que me interesa del documental; no es poner en imágenes un discurso ya conocido, sino explorar con el aparato del cine».
La narración, señala, «no se cuenta a través de un mensaje, sino que se dice con la forma propia en que está haciéndose la película, si esta transmite la actitud de pensar, de detenerse y mirar el mundo», afirma el director.
«Me interesa mucho en contraposición a la ficción, que cuenta una historia, el valor de un documental donde lo que interesa no es la historia sino un modo de hacer cine donde lo cinematográfico es el presente, el espacio del presente», apunta Agüero.
Y zanja: «lo que me gusta del documental es que permite jugar con lo que es azaroso, y ese azar construye también la película, me parece fascinante; también es cierto que esto es así porque el mío es un cine solitario», resume el chileno.