Un auto dobla lento en la esquina, como en la historia de Pedro Navaja, al llegar a Avenida La Paz. La sorpresa en el rostro de los ocupantes es evidente. Un tipo con un mechón de pelo parado, y muy similar a un payaso corre huyendo de unos niños que se han hecho parte de su presentación, mientras cerca de setenta espectadores ríen ante lo que observan. Es Tallarín dicen los que lo conocen. Lo mismo ocurrió unos momentos antes, cuando el Colectivo Inkietos se desplazaba por calle Profesor Zañartu rodando por el suelo, mientras la tarde caía y unos treinta espectadores se movía rumbo al cerro Blanco siguiendo la presentación, que no tiene límites formales, sólo los dados por la física del lugar.
Al final de estos trabajos y de todos aquellos que fueron parte de esta experiencia, que año tras año sigue convocando, principalmente a jóvenes, un sombrero o algunos de ellos pasan entre los asistentes pidiendo una colaboración. La monedas caen una sobre otra y la sonrisa de las señoritas responde al aporte, ya que en la calle, en las plazas, en los paseos es la forma de financiar el trabajo de este arte: callejero, explorador, armado desde la experiencia, desde el querer hacer, desde la prueba y el error, desde el amor al arte, las más de las veces.
Por eso cada día de los tres se construye a pulso, pero siguiendo un libreto respetado casi al minuto, y donde cada una funciona como un engranaje. Donde cada grupo o solista hace de presentador de lo que viene. Donde cada espacio presta su utilidad. Bajo las columnas comida, libros, parches, jugos y más. Donde una observación aérea nos mostraría a un público que se mueve como pequeños rebaños de un lado a otro de la explanada que antecede al Cementerio General. Donde se prenden luces, se apagan acordes y donde la paz es alterada para instalar lo diverso que ofrece, por ejemplo, la danza Butoh en sus distintas presentaciones, el rock jazz a lo Zappa de Dayanandrea, el trabajo del Colectivo Cabeza de Zebra, con su trabajo Semáforo, las distintas performances, o el teatro de Mendicantes o el hip hop de Teoritáctica; y también la diversión, la expresión del cuerpo libre de los asistentes que bailaron al ritmo de Patricio Cobarde, Los Vinelis, Kaldo e Kaeza o la Banda Conmoción, que es cuando la noche se hace corta y se pide seguir más, aunque no haya más permiso, aunque la música se vaya por entre las tumbas y resuene como un eco lejano en calle Independencia, frente al antiguo y olvidado restaurant la Democracia.
Por Jordi Berenguer
Foto: Eve Cazenave