David Foster Wallace decidió colgarse a los 46 años. Era uno de los escritores más brillantes de la literatura en lengua inglesa. Su humor, a veces ácido y depresivo, lograba iluminar las zonas abisales por las que rondaba. Foster Wallace, por ejemplo, llamó a hacer consciente la inevitabilidad de nuestra idolatría, la sumisión de nuestra mente en una dialéctica de poder y transferencia —nuestro inconsciente es víctima de los dioses antiguos y su transformación cotidiana en objetos de consumo (los altares se multiplican).
«Porque hay algo más que es verdad. En las trincheras cotidianas de la vida adulta, no existe tal cosa como el ateísmo. No existe tal cosa como no idolatrar. Todos idolatran.
La única opción es qué idolatrar. Y la razón sobresaliente para seleccionar a algún tipo de Dios o cosa de tipo espiritual para idolatrar —sea J.C. o Alá, Yahvé o la Diosa Madre o las Cuatro Nobles Verdades o un conjunto de principios éticos inquebrantables— es que casi cualquier otra cosa que idolatras te comerá vivo.
Si idolatras al dinero y las cosas —si son de lo que obtienes tu verdadero significado en la vida— entonces nunca tendrás suficiente. Nunca sentirás que tienes suficiente. Es la verdad.
Idolatra tu cuerpo y la belleza y la atracción sexual y siempre te sentirás inapropiado, y cuando el tiempo y la edad se empiecen a notar, morirás miles de muertes antes de que finalmente te planten bajo tierra. En un nivel, todos ya sabemos esto —ha sido codificado como mitos, proverbios, clichés, epigramas, parabolas: el esqueleto de cada gran historia.
El truco es mantener la verdad al frente en nuestra toma de conciencia diaria. Idolatra al poder —te sentirás débil y con miedo y necesitarás cada vez más poder sobre los demás para alejar el miedo. Idolatra tu intelecto, ser considerado brillante —acabarás sintiéndote estúpido, un fraude, siempre al borde de ser descubierto. Y así sucesivamente…»
Más allá de esta idolatría de la cual no escapa el ateísmo, Foster Wallace sugiere que la verdadera libertad “involucra la atención, la conciencia, la disciplina y el esfuerzo, y ser verdaderamente capaz de querer a las demás personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, en una miríada de pequeñas formas poco sexies, todos los días. Esa es la verdadera libertad”.
Fuente: Culturamas