Juga: La alquimista entre el blues y el cabaret en Buenos Aires

La artista chilena Juga llegó a Buenos Aires para presentar un adelanto de lo que será su nuevo material discográfico Juga di Prima

Juga: La alquimista entre el blues y el cabaret en Buenos Aires

Autor: Cristobal Cornejo

La artista chilena Juga llegó a Buenos Aires para presentar un adelanto de lo que será su nuevo material discográfico Juga di Prima. Sigue dando vuelta al mundo exponiendo en escena su propio repertorio combinado con canciones de la diva francesa Edith Piaf. Su cuerpo es arte y espíritu. Su voz, un cortejo que deambula entre lo real y lo simbólico.

Algunos estiman -con acierto- que su partitura es una aventura. Otros, menos osados, se atreven a clasificar su género. “Polinésico”, lo definen. Es decir: de la región llamada Polinesia. Yo le atribuiría algo que es más esencial, incluso diría que su música se originó en otro óvulo, y en otro tiempo. Su naturaleza proviene del cúmulo de ritmos vernáculos y barrocos del archipiélago tuamotu. Se nutre del cabaret de aquella Francia ocupada por el delirio y de una suerte de music-hall contemporáneo. La voz -por momentos dulce, por otros de trémula firmeza- de una Juga con aires de Edith Piaf y Janis Joplin parece un vaivén, que de tan vertiginoso deviene impredecible. Su par Felipe Bórquez suma solemnidad al acto con su piano de cola negro. Él se encarga de musicalizar -también con un acordeón- la escena en que Juga ejecuta su obra con elegancia, erotismo, plumas, melancolía y un impecable manejo interpretativo.

Seguramente ella esté en lo correcto cuando afirma que su música tiene algo de alquimia. Todas sus experiencias son elementos vertidos en una puesta comunicativa en común. Mientras canta, interpreta. Sus manos se deslizan suavemente, con cadencia, como si estuviera dando pinceladas a una canción. “Estoy jugando mucho con la parte simbólica de distintos factores” -reconoce-. “Ya sea desde el discurso y las palabras hasta el ensamble de ritmos, melodías e instrumentos; el repertorio, el show, el atuendo, las plumas, el cabaret, el sombrero de copa, los colores o las rosas. Incluso factores numerológicos, y otros que se están conjugando, y que trato de hacerlo de la forma más poética posible”.

Admite que le gusta mucho vivir su vida poéticamente. Es una mujer que piensa antes de hablar y desarrolla una buena dialéctica. Cabal y profundamente consciente. Su vida artística, acaso influenciada por destacadas mujeres de la cultura universal, no entabla relaciones unilaterales. Evoca a María Elena Walsh y Diane di Prima, de quien recuerda que estuvo trabajando durante sus últimos años como alquimista. “La poesía en sí es una alquimia. Siempre me sale como algo natural y trato de ir hacia eso porque creo que te mantiene en contacto con cosas que son muy importantes. Cuando eso se pierde -asegura- se pierde la esencia”.

Indudablemente no pasó inadvertida en sus primeras presentaciones en Buenos Aires. Dejó una semilla sembrada en la fértil tierra trasandina, donde piensa volver muy pronto. El público argentino la mimó y le hizo saber que es bienvenida. “Tengo una pasión muy fuerte por muchas cosas argentinas, como los dibujos y los libros de “Quino”. Es un genio, desde muy pequeña leía sus libros de humor político, o Mafalda. La literatura vino después de la música. Leí mucho a Borges, Cortázar y Alejandra Pizarnik, de quien incorporo uno de sus versos en una canción. En Argentina sentí muchas cosas familiares: Illya Kuryaki, Luis Alberto Spinetta, Charly García o María Elena Walsh me generan un sentido de pertenencia. Me siento muy arraigada a la cultura de acá”.

El tango de Roberto Goyeneche que sale del reproductor suena cada vez más tenaz, como si el mismísimo “polaco” estuviese cantando atrás, en el comedor de la casa ubicada en Olivos. Oímos brevemente el compás, el 2×4 y el bandoneón taciturno. De pronto, recuerda: “Hace poco, Charly García dijo: ‘siempre que toco tiene que ser mejor’. O sea, su preocupación al día de hoy para que todo sea más perfecto lo siento muy inspirador. Creo que un artista tiene que ser siempre así. El arte necesita exigencia y que te enriquezcas siempre.”

“Para conocernos más deberíamos cantar -entona en una canción de su disco Cada isla un tesoro-. Cantar hasta que no podamos resistir”. Para la santiaguina de 28 años, “el canto es un cortejo. Es algo animalesco: los pájaros y los gallos cantan. Siento que es algo primal. Algo que no puedo evitar en cualquier estado de ánimo”. Y reflexiona: “Cantar es mi naturaleza”.

Instintiva, visceral e introspectiva, le gusta vivir de manera intensa y abstraerse en sí misma; así se siente “blindada energéticamente”: “Tengo una comunicación muy fuerte conmigo misma -detalla-, me gusta mucho estar sola. Y de hecho nunca me siento sola. Siento muchas presencias.”, dice esta mujer de enigmática mirada, que cultiva su vida interior, que apela a sus ancestros y cree en la reencarnación de las almas.

Vivió algo más de un año en Rapa Nui (Isla de Pascua), donde grabó su segundo disco El orden de las cosas y donde sintió, dice, una conexión muy cercana con la naturaleza. “Un misterio muy grande donde yo sentía que era parte de eso. El sol siempre va a estar ahí. La luna también. Ella te ha visto en todas las situaciones. Ha visto las noches de bohemia de todos los poetas y los cantores de todos los tiempos. Entonces qué más inspirador que ese astro…”.

Nunca sintió temor. O por lo menos eso infiere, como queriendo ser implacable. Quizá lo haya sentido en ocasiones sofocadas por un recurso de autodefensa. “Creo que no soy cobarde”, se permite dudar ahora. Y regresa a su estoicismo natural: “Prefiero enfrentar los problemas y mirarlos a la cara hasta pulverizarme los ojos. Como decía Pizarnik: ‘la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos’. Esta frase que toma como filosofía, justifica de alguna manera la presencia del genoma de diversos cuentos y poemas que ella escribe, en sus composiciones rítmicas. Y aunque también le gustaría poder dedicarse a la pintura en algún momento, comprende que debe focalizar en lo que ella siente como su naturaleza: la música. Porque se siente, además, parte de circunstancias mayores en el orden cultural y cósmico. Una pieza de ajedrez en el bastidor del arte ecuménico. Y porque sabe que debe mirar la rosa, hasta pulverizarla.

JUGA DI PIAF

“Piaf era una mujer muy sobria. Sólo con su cara iluminada, sus manos y su voz como medio de expresión, es capaz de pintarte esos paisajes y sensaciones universales que traspasan hasta el idioma. Yo me identifiqué con ella sobre todo porque me enriquece a mí misma, y me pone la piel de gallina poder entonar esas melodías. Llevar esa sensación…”. Al detener su relato, contempla el mate sobre la mesa. Su templanza impone unos segundos de silencioso pensamiento, y completa: “…Lo que ella tiene dentro de su voz es eterno”.

“Creo que Piaf es una figura clave en la historia de la música contemporánea. Sus composiciones son de una complejidad tremenda y de una diversidad estilística muy osada. Había grandes compositores y letristas involucrados. Su manera de cantar tiene una relación muy fuerte con el tango, pero con muchos otros géneros también. Su postura es muy blusera. Ella era una maestra de ceremonia. Su desgarro y añoranza… tiene canciones muy fuertes. Esa alquimia que es su música donde combina todos los ingredientes de forma perfecta”.

Lo llamativo de este homenaje es su sensibilidad. De qué manera se invoca a un artista del pasado. El acto de “tenerla presente” asume su adaptabilidad al medio. Como refirió alguna vez Borges, no existe un Dios que cambie el pasado, pero sí sus consecuencias. Y el eco de Piaf sigue sonando, como parte de una cadena, en otras voces y en otras almas.

 

Por Matías De Rose

Desde Buenos Aires

Fotografías: Jaqueline Orión

El Ciudadano


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