Una fotografía, ya sea como documento, registro, huella o realidad, es una imagen que transporta de un lugar a otro y que ayuda a descifrar historias, relatos e incluso la sensibilidad de toda una época. A partir de la fotografía post-mortem se puede revivir la sensibilidad del México decimonónico que acogió de manera sorprendente esta nueva técnica, la que se utilizó en ámbitos sociales y políticos.
La fotografía de difuntos fue una práctica que nació poco después del inicio de la fotografía (19 de agosto de 1839) en París, Francia, y la práctica se extendió rápidamente hacia otros países. Ésta consistía en vestir a un cadáver con ropas “de gala” y hacerlo partícipe de un último retrato con sus compañeros, familiares o amigos.
Sin embargo, la existencia de estos retratos no sólo implica la muerte de manera literal, sino, también, de manera simbólica, ya que la fotografía representa, al mismo tiempo, la muerte del objeto. Pues al detener un instante, al congelar un momento, le quita la vida, lo detiene, lo pausa, lo mata.
Fontcuberta plantea que así como “cuando en la literatura se habla de la muerte del autor como fórmula de renovación que se ve abocada la escritura, en fotografía podríamos hablar de la muerte del objeto” como metáfora que le quita la vida a lo fotografiado al detenerlo en un instante y plasmarlo en una imagen, para así conservarlo por siempre y reproducirlo infinitamente.
Esta técnica corresponde a una fase particular de la movilidad social; sin embargo, el ascenso y gran desarrollo de ésta no sólo de debió a los avances tecnológicos que se configuraron, sino que se desarrollaron a la par de acontecimientos políticos y sociales. Con las fotografías oficiales se alcanzó el punto culminante de la comercialización de la imagen de los reyes. La fotografía se estableció en las costumbres mexicanas a una velocidad vertiginosa, se inserta en el altar doméstico y se convierte en una profesión. El mayor mérito de la fotografía durante esta época fue la frontera que borró entre la esfera de lo privado y la dimensión pública. La sociedad pronto comenzó a darle más importancia a la imagen que a lo escrito, permitiendo así un encuentro omnipresente con todo el mundo a través de lo visual; una imagen que presentó gente muerta como despliegue de los sentimientos que se vivían en la época.
La fotografía se implantó en la sociedad mexicana decimonónica rápidamente debido a su carácter innovador tanto en el ámbito tecnológico como en el social. Era un método barato, rápido, de fácil reproducción, de moda y, sobre todo, una forma para distribuir historias e implementar verdades. Ningún hecho en la historia del país ocasionó tal despliegue de fotografías como la muerte del emperador Maximiliano, quien se hizo mártir debido a toda la documentación que se creó en torno al suceso. Se desplegaron millones de fotografías que retrataron su forma de morir; capturas de él en diversas posiciones, imágenes del ataúd abierto, él sentado en una silla, los agujeros hechos por las balas, etcétera. Con esto se podía corroborar la descripción tan violenta que de la muerte de Maximiliano se escribió. Las fotografías eran un registro de la verdad. http://culturacolectiva.com/wp-content/uploads/2013/09/maximiliano06.jpg http://culturacolectiva.com/wp-content/uploads/2013/09/Maximiliano-Post-mortem.jpg
Las imágenes post-mortem implican la doble muerte en la fotografía, inmoviliza una imagen para siempre, es un aprisionamiento que acerca a la idea de la muerte. Es un método para ejercer control de la memoria, difusión de información, detener un instante a fin de hacerlo verdad. Implica un mement mori o el recuerdo de la muerte, la inmortalidad de la imagen y la constante presencia de la ausencia.