Desde la Antigüedad, el arte de la Grecia clásica ha atraído irremediablemente a coleccionistas ricos y poderosos.
El emperador romano Adriano, quien estaba tan apasionado con la cultura griega que se ganó el sobrenombre de Graeculus (“grieguecillo”), adornó su villa de Tívoli, al este de Roma, con reproducciones de famosas obras de arte griegas.
Durante el Renacimiento, los cardenales y Papas competían por la posesión de obras de arte griegas que encontraban en suelo italiano.
Y en el siglo XVIII, en el auge del Grand Tour (un itinerario que los jóvenes europeos de clase media y acomodada solían realizar), caballeros de toda Europa llegaban a Italia para comprar tanto arte antiguo como podían.
Pero en el siglo XX el gusto por el arte clásico griego dio un giro.
Para entender esto no hay más que fijarse en la secuencia inicial de Olympia (1938), la película en dos partes de la directora alemana Leni Riefenstahl que documentó las Olimpiadas de Berlín, también conocidas como los «Juegos Olímpicos nazis», efectuadas dos años antes.
Acompañada de una banda sonora dramática, la cámara se desplaza lentamente sobre las ruinas de la Acrópolis ateniense, antes de detenerse en varias esculturas que representaban el ideal de belleza y el coraje.
Eventualmente, entre un fondo nebuloso, vemos una de las esculturas más famosas de todas: la estatua de un atleta desnudo y encorvado, a punto de lanzar un disco. La escultura se conoce como el Discóbolo.
De repente, la figura, cuya superficie brilla como si hubiera sido untada con aceite y estuviera a punto de competir, se esfuma.
Y en su lugar aparece un atleta de carne y hueso en la misma pose.
Poco a poco comienza a balancearse hacia adelante y hacia atrás antes de lanzar el disco con todas sus fuerzas.
El espeluznante mensaje se presenta con una eficiencia austera y poética: las glorias de la Grecia clásica renacen en la Alemania nazi.
Vigor y belleza
Mientras filmaba una nueva serie para la BBC sobre arte griego antiguo descubrí que Riefenstahl había sido astuta al enfocarse en el Discóbolo, pues Adolf Hitler estaba más obsesionado con esta pieza de arte que con ninguna otra.
En realidad, el Führer estaba tan cautivado por ella que en 1938 la compró.
La estatua usada en la película de Riefenstahl es una copia romana en mármol del original de bronce del escultor griego Mirón, uno de los maestros del arte clásico del siglo V a.C.
Mirón era celebrado por su habilidad para producir obras de arte de increíble realismo, incluida la espectacular vaca de bronce de la Acrópolis.
En el Discóbolo innovó al capturar al atleta en plena acción. Para hacer esto empleó una poderosa composición en espiral, que implicaba una sobrecarga de energía.
Hoy en día conocemos la extraviada estatua de Mirón gracias a varias copias de mármol, incluido el llamado Discóbolo de Townley que se encuentra en el Museo Británico.
Descubierto en 1791 en la villa de Adriano en Tívoli, fue restaurado en forma inexacta con la cabeza en la dirección incorrecta.
La versión de la escultura adquirida por Hitler es otra réplica conocida como el Discóbolo de Lancellotti, en alusión a la familia italiana que una vez la tuvo en su poder.
Descubierta en una propiedad de la familia en Esquilino, Roma, en 1781, ahora está en el Museo Nacional de la capital italiana.
Hitler no fue el primer líder político en la historia moderna en ver el arte griego como un potente símbolo de estatus.
Napoléon, por ejemplo, estaba obsesionado con la Venus de Medici.
Pero el hecho de que Hitler, quien tenía ideas muy definidas sobre el arte visual, tuviera una fijación con el Discóbolo es significativa.
Por un lado, quería que lo asociaran con la era en que fue creado.
Y es que el siglo V a.C. estaba considerado ya hacía tiempo como la era de oro de la Griega Clásica, cuando en Atenas, bajo el gobierno de Pericles, se construyera el Partenón.
Adicionalmente, el Führer deseaba impulsar los valores que creía que la escultura encarnaba –ideales de armonía, vigor atlético y belleza- en contraste con el arte modernista, que castigó por “degenerado”.
Oportunidad millonaria
La oportunidad de Hitler de adquirir la estatua se produjo en los años 30, cuando la familia Lancellotti pasó por una crisis económica y la puso en venta.
Al principio la escultura había sido reservada al Museo Metropolitano de Nueva York, pero el precio original de ocho millones de liras se consideró demasiado alto.
Para 1937 Hitler había dado a conocer su interés en la estatua, y el año siguiente, a pesar de las dudas de las autoridades italianas sobre una exportación, el Discóbolo le fue vendido por la todavía considerable suma de cinco millones de liras.
El dinero, que salió del bolsillo del gobierno alemán, fue entregado en efectivo a representantes de la familia Lancellotti en su palazzo.
A finales de junio de 1938 el Discóbolo llegó a Alemania, donde fue exhibido.
Pero no lo mostraron en Berlín, sino en el muso Glyptothek de Munich. El 9 de julio fue presentado oficialmente al pueblo alemán como un regalo.
«Que ninguno de ustedes deje de visitar el Glyptothek, porque verán cuán espléndido era el hombre en la belleza de su cuerpo… y se darán cuenta de que sólo podremos hablar de progreso cuando no sólo hayamos logrado tal belleza, sino posiblemente la hayamos sobrepasado”, le dijo Hitler a la multitud.
«Sin la tradición clásica, la ideología visual nazi habría sido muy diferente», dice el profesor Rolf Michael Schneider, de la Universidad Ludwig Maximilian de Munich.
«Como todos los cazadores, salieron a la caza de un objeto invaluable, y como la estatua no podía decir que no, usaron el Discóbolo para su ideología perversa», explica.
«El cuerpo ario perfecto, el color blanco (del mármol), el hombre ideal, blanco y bello; para ponerlo muy crudamente, se convirtió en una especie de imagen del Herrenrasse o raza superior, como los nazis llamaban a los alemanes y a sí mismos”.
En otras palabras, el Discóbolo se transformó el modelo ideal de propaganda nazi. Tal como lo dice Ian Jenkins, curador de las colecciones de arte antiguo griego, fue nombrado «trofeo mítico de la raza aria».
Y aunque sólo estuvo en Alemania cerca de una década (en 1948 la estatua fue llevada de regreso a Italia y colocada en el Museo Nacional de Roma cinco años más tarde), pasará mucho tiempo antes de que la mancha de su asociación con Hitler desaparezca.
por Alastair Sooke en BBC