Jaime Lorca y Teresita Lacobelli logran con Otelo que uno vuelva otra vez sobre un clásico de Shakespeare sin desmoronarse con una puesta en escena que parta de la arqueología y, más aún, motivan a que uno pueda entrar en ese mundo perverso y silencioso de la masculinidad más terrible precisamente desde la suavidad que proveen los muñecos.
El recurso pudiera parecer sencillo, pero no lo es. O mejor dicho, en Lorca el recurso parece ser sencillo porque la coordinación y el tono limpio de esta obra a ratos quitan cualquier prejuicio (positivo o negativo) que uno pudiera tener respecto de un teatro que utiliza marionetas. Acá no estamos hablando de lo que un lector que nunca ha visto el trabajo de la compañía Viaje inmóvil pudiera reconocer como títeres al estilo de «31 Minutos» sino que estamos en presencia de una construcción tan bien pensada y tan preciosamente ejecutada que podemos ver de inmediato la diferencia que hay entre el reconocido trabajo de esta compañía y el simple hecho de intentar dar vida a objetos inanimados en una obra.
Esto que digo pudiera parecer estúpido, sin embargo es importante recalcar que claramente hay que saber distinguir entre montajes de esta calidad con otras obras que utilizan recursos similares pero de manera descuidada. Podemos encontrar muchas obras en las que el uso de elementos como las marionetas o incluso aspectos derivados del clown parecen más una tarde en una guardería infantil en la que los actores aprenden a jugar antes que un montaje escénico bien pensado, por eso vale la aclaración.
Otelo es actual precisamente porque el femicidio es algo que vemos a diario. No son sólo los celos, porque esta no es una historia que se reduzca a un espectáculo de celos, sino que es una obra que ahonda en la objetuación de la mujer y en la autoridad masculina; apunta el foco en dirección de aquella impunidad social que hay en todo hombre que hace uso de su condición y se disculpa a razón de ella. La actualidad es lo que más resalta a 400 y pico años de que esta obra fuera escrita.
¿Qué nos dice esta obra? Que no hemos cambiado tanto y lo sabemos.
Cualquiera que vea esta adaptación (muy bien lograda textualmente para un Chile de hoy) se dará cuenta de que toda arbitrariedad, todo abuso, es signo de un mal que no se quita ni con la tecnología ni con el paso de los años porque, ya ven, que en este mismo instante está ocurriendo que alguien tome las mismas determinaciones que Otelo y se disculpe pidiendo a gritos que la justicia tome en cuenta el amor y el cariño como prueba de que el delito es menos grave. «Yo la maté porque la quería» es un argumento que hemos oído en la televisión desde siempre. «Él me pega porque me ama» es algo que las mujeres, incluso las de este tiempo, han dicho en defensa del amor que les puso la mano encima, la pata encima, y les rajó el corazón a palos bajo el amparo de una sociedad que encubre con sus leyes cualquier tipo de delito hacia la mujer.
Todo en esta obra funciona. La adaptación es llevada a un plano sencillo que no hace retumbar los diálogos por sobre la ejecución y de esta manera lucen las actuaciones y la coordinación de Lorca y Lacobelli que son francamente increíbles.
Es de aplaudir que espectáculos como este estén en teatros chilenos. Quizá el único delito de la compañía es que sin querer queriendo empañan el trabajo de cualquiera que pretenda hacer algo similar sin cuidado y sin trabajo detrás. El resto es solamente aplausos y dejar invitado a todo el que quiera obtener una experiencia que enseña a disfrutar del teatro precisamente a través de dos elementos que habitualmente no van juntos: una obra clásica y una puesta en escena distinta. Definitivamente Otelo es un refresco y una magnífica experiencia.
Vayan a verla al Anfiteatro Bellas Artes a las 21 horas este 25 de abril.