Por Erick Chávez Salguero
‘Para ser hay que dejar de ser. Para nacer hay que morir’
-Alfonso Kijadurías.
«¿Cómo puedo vivir sintiendo tu muerte y mi muerte al fin? ¿Quiénes somos en verdad? Más allá de la vida, más allá de la muerte».
Estas son las preguntas centrales que atraviesan el poemario «La Niña Perro ha muerto» (Horcón, Ed. Letras en la Arena, 2023) de Carolina Aparici, un libro que plantea un viaje interior: El libro desciende y asciende. Busca la vida en la muerte. Es infernal y auroral.
Como ha señalado Carlos Lloró, la poesía chilena consta de dos regiones bien delimitadas, la visible y la oculta: en la primera se ubican los poetas consentidos por la fama y bendecidos por la crítica, en la segunda se ubica la poesía elaborada por seres nocturnos y mágicos, aquellos que moran en las periferias y arrabales de las ciudades, lejos del foco mediático, en acantilados o catacumbas misteriosas, cuidadores de un fuego milenario que les llega en sueños o en voces ancestrales. Ahí se ubica el libro «La Niña Perro ha muerto» de la poeta, actriz, directora de teatro y cantautora Carolina Aparici.
Este no es un libro de poesía en el sentido convencional, su apuesta no es genérica. No busca representar la realidad. No es su ánimo. Tampoco intenta “velar” a través de la metáfora. No poetiza a través de un glosar la realidad, sino que su apuesta poética se decanta por un afán de transparentar la oscura y propia experiencia interior.
Este afán de transparencia ocurre a partir de una exploración por la oscuridad de las entrañas, un camino de descenso a esas zonas a media voz llenas de un “lenguaje-otro” que es necesario descifrar: sueños, recuerdos, sentimientos, heridas.
Se trata de un ejercicio de silenciamiento y descenso, pero no para quedarse dentro en la oscuridad, sino para buscar ahí, y si acaso encontrar, una posible palabra que otorgue nombre a cada uno de los “sentires” que han ido conformando la experiencia del vivir. Se trata de la escritura desde un «pathos» de la experiencia.
Un ejercicio de “re-cordar” (de “re-cordis”, pasar de nuevo por el corazón) es decir, transparentar en esa interioridad, la experiencia vivida, a través del encuentro con una cifra, un gesto, que le otorgue nombre a los “sentires”, y así, retener en una palabra propia, esa experiencia del estar viva. El gesto de esta escritura es ritual.
En este sentido, lo que nos propone el libro «La Niña Perro ha muerto» de Carolina Aparici, es dar cuenta del enigma de ser, un humano frente a la propia historia; donde no hay destinaciones temporales, sino solamente padecer la propia trascendencia, a través de este ejercicio de sumergimiento en las entrañas personales y desde la escritura, encontrar un “alfabeto anímico personal”, y así, trascender el imperativo de presentismo en los tiempos actuales.
Por lo tanto, la apuesta poética que se juega aquí, no busca ser únicamente expresión dentro de las posibilidades que ofrece el lenguaje, entendiéndolo a éste, como una exterioridad de la que simplemente se hace uso en un sentido instrumental, y que encontraría su apoyatura fundamental en el uso eficaz de una técnica o de un conjunto de técnicas literarias; no busca recepcionar el lenguaje en un sentido pasivo, ya que no se mueve en las coordenadas duales de vida y representación, sino que, por el contrario, su método -si es que podemos llamarlo de algún modo-, ocurre por el “envés de la idea”, por detrás de las formas, cuando realiza este movimiento de “descendimiento y cifrado” de la experiencia.
De esta manera, lo que tenemos en «La Niña Perro ha muerto» es una exploración del “Sentir” o de los “sentires” que pueden ocurrir en las distintas edades de una vida que ha sido herida por la angustia del existir.
De este modo la ira, la frustración, el desengaño, la rabia, el desamor, la ironía, la violencia, la crueldad y el horror, así como también el amor, la esperanza, la aceptación, la reflexión y finalmente la trascendencia forman toda una escala cromática o “sentires” profundos, que encuentran cauce a partir de una escritura que ocurre desde un real “Descensus ad Ínferos”, o descendimiento a los infiernos interiores donde Aparici, busca con desesperación aquella palabra más clara en la oscuridad de sus entrañas.
De aquí que, la forma que adquiere la palabra en este poemario es una consecuencia de este sumergimiento profundo, por lo cual, la expresión se torna extática, intensa, delirante, la forma está tensionada por este lanzarse a lo más profundo del fondo.
El libro consta de 44 poemas, y está organizado en de dos partes bien diferenciadas, en una primera parte están los poemas de juventud, donde aparece la niñez como compañía o recuerdo y posteriormente, como un motivo o telón de fondo; luego tenemos dos poemas bisagras que nos hacen entrar a la segunda parte, estos poemas son, el que le da título al libro: “La Niña Perro ha muerto” e inmediatamente después el poema “Sin Personajes”, los cuáles marcan una diferencia de tono en la expresión poética, y que se corresponden a este movimiento de descenso y ascenso que se ha enunciado anteriormente.
La “Catábasis” de la voz poética, se hace explícito y patente a partir del tercer poema llamado “Corriendo hacia el fin” donde la autora hace explícito su viaje interior cuando se “lanza al abismo” luego de pelear con muchos obstáculos y defenderse con el cuchillo que posee desde niña. Todo el poema tiene un hálito a Rimbaud, pero mucho más a Lautréamont, por la explicitación de la crudeza y la celebración de la crueldad, porque implica un paso hacia la propia libertad.
El movimiento de ascenso ocurre tímidamente en el poema “La Niña Perro ha muerto”, y se hace patente en el siguiente poema “Sin Personajes”. A partir de ahí, el tono de la expresión en el recorrido del libro y, por lo tanto, el “sentir” interior en general desde el cual va encontrando cauce el discurso poético, se vuelve más amplio, más hondo, más sosegado.
Si en la primera parte del libro encontramos una intensa desmesura verbal y condena del mundo, en la segunda parte encontramos un silenciamiento, aceptación y escucha del mundo. El gesto de esta segunda parte es místico, porque hay un des-asimiento del propio discurso, de las propias identificaciones, y un vaciamiento del propio ser: una nadificación.
En definitiva, una muerte de las propias representaciones, para luego, escuchar lo que el mundo tiene por decir, y en esa escucha: busca aquella palabra alada en el viento, del posible mensaje de los dioses.
Se trata como hemos dicho, de la escritura de un testimonio vital, donde Aparici camina, cada vez más, en un des-asido estar abierta a lo indeterminado. El testimonio de una apertura vital-existencial que se torna espiritual. Si el descenso la lleva a la oscuridad y negación del yo; el ascenso la lleva a preguntarse por la vida y la muerte; aunque también, por la vida después de la muerte; se trata de la apertura a dos tiempos: al de la tierra y al de la eternidad.
Por eso, el dibujo que plantea Aparici en «La Niña Perro ha muerto», es la negatividad del yo, como punto oscuro; como enigma ante la propia historia, en apertura hacia el horizonte, hacia la temporalidad sobre la tierra; y en apertura vertical hacia los cielos, hacia la eternidad. Un punto oscuro atravesado por la cruz de los tiempos.
Interesante resulta en toda la extensión del libro, un diálogo constante entre un “Yo” y un “Tú”, dónde el “Tú” toma distintas formas: la hija, amores, desamores, personas concretas, la misma autora dialogando con su pasado; pero también, simbolizando el status quo, la inercia del sentido cotidiano en una sociedad de consumo, las fuerzas y organización del poder en las sociedades capitalistas y sus militarizaciones, y finalmente las fuerzas cósmicas que en ocasiones toman forma bajo la imagen de los dioses, con los cuáles Aparici dialoga en la oscuridad de su propio corazón.
«La Niña Perro ha muerto» es el recorrido dramático de una o muchas experiencias: el paso de la joven a la adulta, de la locura a la lucidez, de la soledad a la maternidad, del auto aniquilamiento a la celebración de la vida, de la oscuridad a la aurora. Se trata de un viaje profundo hacia las propias edades que habitan en un mismo cuerpo, para reconciliarse con ellas, en un gesto amoroso de aceptación, en busca paso a paso, de aquello que no se sabe, pero que en definitiva va dando forma al camino que implica existir sobre la tierra.
El poemario se presentará próximamente el jueves 07 de diciembre en la “Librería Proyección” en San Francisco 51, Santiago. Desde las 18:30 horas, el libro será presentado por Flavia Radrigán.
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