«No hago retratos; pinto a la gente en su entorno». En las obras de Édouard Vuillard (1868-1940), reina la armonía doméstica, con escenas en las que, siempre, sobresale la superficie pictórica.
Al comienzo de su carrera, en los últimos años del siglo XIX, perteneció a los nabis (en hebreo y árabe, «profetas», por considerarse adelantados a su tiempo), un grupo de pintores franceses, impactado, primero, por el arte japonés, que después, bajo el influjo de Paul Gauguin, vio en el color la vía más poderosa para transmitir sentimientos. Desde entonces, Vuillard se dejó seducir por la intimidad del «retrato», un género en el que alcanzó el grado de virtuoso.
Sus cuadros se destacan por dos razones. Primero, por deliciosas escenas costumbristas, amén de abigarrados interiores, en los que lleva al extremo la reproducción con tal fidelidad de papeles pintados, tapicerías y ropajes, que da a la obra un efecto collage. Luego, la profundidad y la sensibilidad delicadas, tal y como manifiesta en «Madre y hermana de Vuillard en su estudio».
Si bien su técnica nos lleva al impresionismo, por sus cortas pinceladas, el reflejo de las luces y las superficies discontinuas, con posterioridad, su pincelada devino más controlada y a la vez influenciada por el neoimpresionismo.
Hoy en día, Édouard Vuillard ha pasado al olvido. Otros artistas, como Matisse, han opacado sus singulares retratos de interiores. No obstante, desde este medio, consideramos que es un artista digno de ser recordado. Aquí va una fotogalería para probar su talento, juzguen ustedes:
Más pinturas de Édouard Vuillar.
Quizás también te interese Odilon Redon.