La Teta Asustada

Al hablar de películas como La Teta Asustada, tanto en el contexto del cine latinoamericano contemporáneo, como dentro del currículum de la joven directora Claudia Llosa, uno podría concentrar sus apreciaciones sólo en aspectos técnicos, estéticos y lingüísticos, sin aludir jamás a la trama o a la historia contada en la cinta.

Uno de los primeros rasgos que llaman la atención es la música utilizada. Resulta fácil y casi inevitable aislarla del resto de los elementos y reparar en su similitud con lo que habría hecho Violeta Parra, principalmente por esa conmovedora mezcla de canción de cuna con la desolación de encontrarse solo frente al mundo y cargando un dolor tan insoportable que solamente es posible sublimar -si no a través de la muerte- mediante el canto.

En este mismo ámbito, está también la evocación de la tierra como una suerte de alegoría de la vida, principio y fin de la misma, raíz y consagración del círculo de la existencia. Otros recursos muy bien utilizados aquí son la luz y el color. La película es capaz de mantener un tono rojizo oscuro, que además  de contribuir a armar esa atmósfera de hermetismo en que vive la protagonista, usa la tez de la misma como transición hacia el desierto y sus casas pareadas color arena, aún en construcción.

Dentro –o en medio- de las piezas compositivas de esta estructura dramática, el rostro de Fausta, la protagonista, será siempre el reflejo más puro del dolor y el vacío, porque carga con el terror heredado a través de una misteriosa enfermedad que, como tal, habita sólo en las creencias de quienes viven en su poblado, llamada La Teta Asustada y cuyo caudal de transmisión es la leche materna. El síndrome tiene su origen en las violaciones que muchas mujeres sufrieron durante la época del terrorismo que aquejó a Perú por más de una década, desde los ochenta en adelante.

Nuevamente a través del canto (interpretado en Quechua), la madre de la protagonista revive en presencia de su hija los horrores sufridos durante aquella época negra, lo que podría hacer al espectador dudar de que sea sólo la leche materna el vehículo de contagio. No obstante, la historia se desarrolla desde que la anciana muere, quedando la joven con sus traumas como única compañía, el dilema de dar sepultura a su progenitora y un gran tubérculo en la vagina, que la misma Fausta se introdujo para ser rechazada por un posible violador, costumbre que muchas mujeres adquirieron para protegerse de los ultrajes y que aquí constituirá la más contundente evidencia del problema.

En muchos sentidos, esta película, independiente de su argumento, funciona también como un testimonio documentado de un Perú tan genuino como crudo, lleno de ritos y costumbres, que indirectamente también presenta una pincelada de algo que conocemos bien en Chile: el aprovechamiento de la clases altas por sobre quienes vienen desde más abajo a prestarles algún servicio, como también el hermetismo y la autosuficiencia identitaria que poseen los sectores más alejados del cosmopolitismo.

Rodada en seis semanas en la localidad de Manchay, periferia de Lima, La Teta Asustada es una historia íntima, muy visceral y llena de planos fijos, como si la realidad fuera un implacable e inmenso valle, donde los personajes se mueven incombustibles. Buscar un lugar para enterrar a la madre de Fausta, significará para ella sepultar también sus temores y encontrar la esperanza, recobrar la vida y expulsar la maleza de su espíritu.

Desde el 15 de julio en Cine Arte Alameda

Dirección: Claudia Llosa

Género: Largometraje

País de producción: Perú y España

Año: 2009

Actores: Magaly Solier, Susi Sánchez, Efraín Solís

Duración: 103 minutos

Por Matías Pino Ahumada

El Ciudadano N°81