Nosotros, editores, libreros, distribuidores, escritores, traductores, correctores, imprenteros, gráficos, diagramadores, encuadernadores y demás trabajadores de la industria del libro formamos parte de un sector productivo de nuestro país que, tras sufrir durante casi 25 años distintas políticas económicas devastadoras que lo colocaron el borde del colapso, se ha recompuesto en los últimos 10 en el marco de políticas económicas y de producción que se gestaron desde el Estado Nacional.
Como ejemplo, durante 1997 se produjeron 43 millones de ejemplares de 11.000 títulos, y en 2002, 32 millones de ejemplares de 9.500 títulos. A partir de ese año la producción de títulos no dejó de crecer, a medida que el sector generaba miles de puestos de trabajo en imprentas, encuadernadoras, editoriales, distribuidoras y librerías, algunas reactivadas, otras profesionalizadas y muchas creadas desde cero. Así, en 2014 se produjeron en la Argentina 130 millones de ejemplares de 28.000 títulos.
Pero, además de los números, lo que creció exponencialmente fue la producción en términos de conocimiento y autonomía cultural. En el último período se incrementó en la Argentina la producción local y especialmente la traducción del inglés, el portugués, el francés, el italiano, el esloveno, el ruso, el chino, el japonés, el alemán, etc. Textos literarios, ensayísticos y científicos han sido seleccionados y traducidos aquí como no ocurría desde que en los años 80 la edición local comenzó a declinar. Esta reactivación ha dado, además, trabajo calificado a traductores y correctores, y ha generado procesos de exportación desde la industria editorial argentina.
Asimismo, a través del Programa Sur a la traducción, se tradujeron obras de escritores argentinos y se vendieron derechos, con el consiguiente ingreso de divisas, al italiano, francés, hebreo, inglés, portugués, etc.
Con las políticas sostenidas de compras del Ministerio de Educación y de la Conabip, los libros de editoriales argentinas llegaron a miles de hogares gratuitamente, y a estudiantes y bibliotecas populares de todo el país.
El sector editorial se fortaleció, se expandió la bibliodiversidad, se potenció la producción local de conocimiento con la posibilidad cierta de publicación. Del lado de la demanda, se abrieron nuevas librerías, nuevas bibliotecas.
El sector está lejos de la edad de oro de la edición argentina, que se dio entre 1938 y 1955. Sin embargo, resulta claro que ha salido de la anomia a la que había sido condenado desde mediados de los años 70 y con las políticas de los 80 y los 90, que facilitaron la excluyente concentración de la industria editorial en pocas manos. Con esa estructura concentrada llegó la industria a la crisis y quebranto general de la economía argentina de 1999 y 2000, que llevó a la pérdida de miles de puestos de trabajo en imprentas y editoriales, cuyos trabajadores pasaron a engrosar las filas de desocupados. Lo que ocurrió después y redireccionó la matriz productiva del sector fue que la edición argentina no se limitó a reabsorber a parte de esos trabajadores. En lugar de eso, se multiplicó la cantidad de pequeñas y medianas casas editoriales profesionalizadas que pasó de alrededor de 350 en 2002 a 717 en 2014.
Hoy, ante la perspectiva de una devaluación o liberación del mercado cambiario, disfrazada de política de shock, sumada a la apertura de las importaciones, como proponen la fórmula y el equipo económico de Macri y Michetti, desde la industria editorial manifestamos nuestra alerta. En primer lugar, nuestro tiempo de retorno de inversiones es superior a los seis meses, por lo que una devaluación de este tipo sencillamente licuaría las inversiones pasadas y las ganancias, y la posibilidad de reinvertir, y resultaría en un parate para la cadena de pagos. Es indudable, lo hemos vivido, que los precios de imprenta, los más voluminosos de nuestra producción, sufrirían un desfasaje en relación con las ventas por cobrar. Por otro lado, desde nuestra experiencia prevemos que estas medidas implicarán inmediatamente la entrada como avalancha de los excedentes de stock de las editoriales españolas, que están a la espera del «asalto» al mercado del libro argentino para compensar sus déficits derivados de las crisis económicas en ese país. Esto conducirá inevitablemente a un achique del sector, incluyendo despidos y cierres de pequeñas empresas.
Aunque sabemos que las políticas destinadas a las industrias culturales de la actual administración todavía tienen muchos temas pendientes, somos conscientes de que el trabajo hecho no puede de ninguna manera malograrse. Desde el macrismo no se propone nada consistente para las industrias culturales que, como la editorial, ha logrado un esforzado desarrollo, y la experiencia en la CABA es desalentadora. En términos de industria, y no sólo de «cultura» como valor intangible, el eslogan «cambiemos», una consigna vacía de contenido y lista para todo uso, se transforma en una verdadera amenaza a nuestra actividad.
Los abajo firmantes no hemos tenido en estos años posicionamientos políticos homogéneos, en absoluto. Hemos participado juntos de la experiencia y el aprendizaje de reactivar un sector que parecía definitivamente perdido. Hemos vivido de hacer libros, hemos conseguido y dado trabajo, hemos aprendido a producir, hemos propuesto y exigido mejoras, y, fundamentalmente, hemos salido de la anomia de la cultura, en abstracto, como bien común, para constituir un sector productivo.
En esta coyuntura acompañamos la fórmula de SCIOLI-ZANNINI con la firme convicción de seguir trabajando para no ceder en nada de lo conquistado, y llamamos a las organizaciones gremiales del sector y a colegas editores y trabajadores de la industria editorial a darle el voto a esta fórmula en las elecciones del próximo 22 de noviembre.
Asimismo, convocamos masivamente a participar del acto a realizarse el día DOMINGO 15/11 A LAS 14 HORAS, EN LAS PLAZAS DE LA BIBLIOTECA NACIONAL.