«Odio y amo. Quizás te preguntes por qué hago esto.
No lo sé, pero siento que así ocurre y me torturo» (Catulo)
El jueves pasado, se estrenó Carmen: Amor y Sangre, en el teatro La Mueca (José Antonio Cabrera 4255). Se trata de una interpretación de la novela de Prosper Mérimée (el texto que sirvió de inspiración para el libreto de la ópera homónima de Bizet). La dirige Maximiliano Nicolás Medero. Una pieza de danza llena de pasión y sensualidad.
Actúan: Hannah Bertram, Humberto Benítez, Isaac Tablante, J Francisco Velásquez Borbón, Juliana Emilia Morea, Magalí L Petrone, Mariana Hernández, Mercedes Fernandez, Noelia Deluca, Paula Alunni, Sofía Malgioglio, Sofía Pereyra Radetich, Paula Céfali. Coreografía: Paula Céfali Música: Federico Rodríguez Salcedo yMaximiliano Nicolás Medero.
«Como si viéramos a través de un espejo, las sombras nos envuelven y arrastran hacia un mundo bohemio: Carmen, un espíritu libre y salvaje, tiñe con su sangre gitana el alma de dos hombres. Aquí los celos y el deseo mortífero llevan a los personajes a su inexorable destrucción. Una visión minimalista y contemporánea de la novela de Próspero Merimée. La sensibilidad de la danza contemporánea y los arreglos musicales ofrecen una nueva historia, distinta y lejana a la tantas veces contada», así cuentan de qué trata la obra quienes la realizan.
Blanco, negro y rojo
La mayor virtud de esta obra es la narratividad, difícil de lograr en el nivel de concreción que se maneja aquí, sin desmedro de la originalidad de la danza (frente a lo que suele suceder, con directores inexpertos, es decir, que la innovación formal opaca el argumento y los movimientos coreografiados pueden ser geniales, pero se entienden poco). Medero cuenta una historia sólida.
La escenografía es despojada. El escenario está disponible para que lo llenen los bailarines, vestidos de blanco, negro y rojo, con transparencias y prendas que destacan sus cuerpos y acentúan los sentimientos que encarnan.
Los cuatro bailarines principales son muy buenos, sobre todo las dos bailarinas, que conjugan perfectamente técnica y alma. Con respecto a los dos bailarines principales hombres, uno tiene mucha técnica, pero poro virtuosismo interpretativo, y viceversa con el otro. El elenco, en general, está muy bien. Salta a la vista el entrenamiento y la comunicación. Y hay algunas bailarinas que, a pesar de la coreografía que no hace distinciones, sobresalen por su carisma (ese noséqué).
Otra gran virtud de esta Carmen (cuando hay otra versión, en este momento, de Carmen en Buenos Aires —lírica esta—) es el valor plástico. Las figuras y su composición escénica son rotundas y elegantes. Como las coreografías, elocuentes.
En suma, una obra recomendable. Se puede ver los jueves de octubre y noviembre, a las 23 hs., en el Teatro La Mueca.
Adicional: la historia, según la fuente (Próspero Merimée)
Durante un viaje por el sur de España, el narrador (un arqueólogo francés) conoce a Don José Lizarrabengoa, un exmilitar de origen navarro. Don José le cuenta una historia terrible: sus amores con Carmen, una gitana sensual que se cruzó por su camino, lo apartó del Ejército y lo arrastró hacia el delito, convirtiéndolo en un bandido. Don José, ciego de amor por Carmen, toleró que estuviera casada con un bandolero llamado El Tuerto, a cuya banda Don José se unió y con quien colaboró en emboscadas y crímenes, hasta que, por celos, lo desafió y mató en una pelea de cuchillos.
Luego, Carmen se unió a un torero llamado Lucas. Don José no pudo soportar el desdén de Carmen y la acuchilló y enterró. Tiempo después, presa del remordimiento, Don José se entregó y fue condenado a muerte.