Benjamín Domínguez Barrera nació en la ciudad de Jiménez, Chihuahua, en 1942. Ahí el adolescente Benjamín conoció a una señora que pintaba al óleo, Doña Carolina Estavillo. Esta amistad fue muy fructífera. Conversaban de las obras maestras del arte universal. Benjamín aprendió a dibujar y a manejar algunos colores. El cine de la localidad le hizo algunos encargos para promocionar algunas películas. El destino de aquel joven ya estaba decidido, viajaría a la ciudad de México para convertirse en todo un pintor profesional.
Los padres le dieron el permiso necesario y un buen día de 1962 Benjamín ingresó a la Academia de San Carlos. Tuvo excelentes maestros como Francisco Capdevilla, en grabado, y, en pintura, a Nicolás Moreno y Antonio Rodríguez Luna.
En 1970 ingresó al equipo de museografía del Museo del Virreinato en Tepotzotlán, que estaba a cargo del maestro Jorge Guadarrama. Durante estos años, Benjamín estuvo muy cerca de obras de arte colonial. Palpó las sedas, los marfiles y los santos estofados. Se impactó con las porcelanas de oriente, con las monjas coronadas procedentes de los conventos del bajío y con los cristos de caña de Michoacán. De todo este caos universal de formas, colores y texturas, nació el camino que seguiría en adelante Benjamín Domínguez.
Primero se empezó a dar a conocer por las monjas floridas, luego con las alacenas y en 1985 llegó la serie dedicada al matrimonio Arnolfini. Teresa del Conde valoró aquellas obras y las programó para exhibirlas en el Palacio de Bellas Artes. A partir de aquella fecha, el pintor chihuahuense participó en diversas exposiciones realizadas en galerías, museos y centros culturales en México y el extranjero.
En sus obras sobresalen seres extraños con peculiar vestuario realizando rituales mágicos; así como ángeles en bicicleta, volando papalotes por las orillas del mar. El pasado y el presente parecen mezclarse sin ningún problema.
En la actualidad, Benjamín Domínguez es uno de los pocos pintores que, por su virtuosismo y conocimiento de las antiguas técnicas, se considera heredero de la tradición pictórica mexicana.